Páginas

domingo, 27 de octubre de 2019

Karl Ove Knausgard / "No, no voy a seguir escribiendo sobre mí cuando esto acabe"


Karl Ove Knausgard


Karl Ove Knausgard:
«No, no voy a seguir escribiendo sobre mí cuando esto acabe»

En Tiene que llover, quinto tomo de Mi lucha, la mastodóntica obra en marcha del escritor noruego que pasó de promesa dudosa a clásico universal instantáneo, Knausgard tiene 20 años y asiste a sus primeras clases de escritura, y se las ve con el fracaso, un fracaso constante, que le hace dudar de que lo único que desea -convertirse en escritor- sea posible.
Laura Fernández
28 de junio de 2017

Hubo una época en la que Karl Ove Knausgard (Oslo, 1968) no podía cortarse el pelo sin que se enterara toda Noruega. Una época en la que, si se cambiaba de casa, los tabloides de media Escandinavia se pasaban días hablando de ello. ¿Le agobiaba aquello? «Duró un año, puede que dos. Todavía tengo problemas a la hora de establecer un límite entre mi vida privada y mi vida, digamos, literaria, cuando concedo entrevistas. Me preguntan si estoy soltero, cómo compagino la escritura con mis hijos, y no puedo negarme a hablar de mi vida privada porque lo que hago cuando escribo es precisamente eso. Valoro mucho mi libertad y no quiero perderla, por eso no sé dónde está el límite», contesta. ¿Alguna solución? «Lo que hago es no leer nada de lo que se publica», dice. Karl Ove Knausgard, el noruego que pasó de escritor en ciernes a clásico instantáneo de la literatura universal -algo que, confiesa, le hace sentir cierta «incomodidad», y a menudo tiene la sensación de que ha habido un malentendido mundial-, el autor de Mi lucha, ese novelón en seis partes -del que acaba de publicarse la quinta: Tiene que llover (Anagrama)- en el que reconstruye toda su vida, y cuyo epicentro es una «dominante» figura paterna, pero también y, sobre todo, la pulsión narrativa, el deseo de ser escritor. «En realidad», admite Knausgard, «lo que hay de fondo en todos ellos es el tema de la identidad: el cómo llegas a ser quién eres y por qué».
«Parte del valor del arte no radica en celebrar la vida, sino en limitarse a contemplarla»
Un mechón de su cenicienta y abundante melena leonina tiende a molestarle, y acostumbra a retirárselo, y a mirar fijamente cuando contesta, y a veces se detiene a pensar y frunce mucho el ceño. De Tiene que llover dice que es el libro que le hubiera gustado escribir en la época de la que precisamente habla. ¿Y de qué época habla? De la que va de los 20 a los 34 años. De sus primeras clases de escritura a su primera novela publicada y sus primeras entrevistas; de sus primeros amores y sus primeros desengaños – tan poderosamente brillantes como todo lo que brilla en la narrativa de Knausgard- a su primer matrimonio; de una relación ya prácticamente inexistente con su padre, a su muerte -en la recta final del libro se explica todo lo que se dejó por explicar en la primera parte, aquella que llevó título La muerte del padre, y en la que explicaba el declive de tan autoritario personaje, su descenso al infierno del alcohol y su demoledora caída-. Y de fondo, la incomodidad de un algo que no acaba de entender y que tiene que ver con ser humano y sentir más de la cuenta, pero también no poder evitar equivocarse y tratar de ocupar el mínimo espacio posible. Ser otro. Como le suelta en un momento dado a su hermano: «Cuando escribo puedo ser como quiera. Exagerar, inventar. Pero no puedo hacer eso en la vida real». 
En la vida real, Knausgard pasa fugazmente por Barcelona y responde amablemente ante una sala concurrida sin poner un sólo límite a todo aquello que se le pregunta. A, por ejemplo, el cómo puede ser que recuerde con semejante exactitud todo lo que ocurrió en el pasado. «Recordamos más de lo que creemos. Este libro y el tercero, el que trata de mi infancia, no están retocados, surgieron así y así se quedaron. Es decir, empiezo ambos hablando de que apenas tengo un puñado de recuerdos de una época y la otra, y a partir de esas escenas icónicas, reelaboro una época. No estamos hablando de hechos, estamos hablando de recuerdos. Nuestra memoria está limitada porque nuestra vida está montada de tal manera que nos permite estar constantemente reviviendo cosas. Pero cuando escribes, recuperas cosas. Se abre una puerta al pasado«, expone. Tampoco le importa hablar de lo insignificante de su vida y lo que cuenta. «Esta novela en concreto es sobre ser joven y querer escribir una gran novela. Recuerdo que leí los diarios de Gombrowicz y en ellos hablaba del esfuerzo, la lucha, que llevas a cabo contigo mismo, y tu propia vida cotidiana, cuando aspiras a algo más, a crear, por ejemplo, una gran obra. El arte consigue en no desfallecer, y seguir luchando por eso que quieres conseguir, y a la vez, vivir tu vida, una vida insignificante. Soy un gran admirador de Vermeer, y creo que su cuadro de La lechera explica un poco todo. Parte del valor del arte no radica en celebrar la vida, sino en limitarse a contemplarla», considera. De hecho, su último libro, el último que ha escrito, trata precisamente de limitarse a contemplar objetos. Objetos cotidianos. Cepillos de dientes. Cosas así.
«Cuando dejas de escribir, el mundo que te espera ahí fuera sigue siendo horrible»
Admite también que escribir no le ha hecho mejor persona. Ni le ha permitido exorcizar demonios. Aunque algo sí ha conseguido. «Ha conseguido que me perdone», dice. «Mis miedos no han cambiado, siguen siendo los mismos. Hay quien cree que al identificarlos, se puede luchar mejor contra ellos. Yo no soy de esos. Pero sí que he podido aceptarme. Y he podido aceptar a mi padre. Y entender de dónde vienes y por qué te ayuda a perdonarte. A perdonarle a él y a perdonarte a ti. Escribir me ha hecho entender lo complejo que puede llegar a ser el ser humano. Pero no, no diría que la escritura es terapéutica, o sólo lo es mientras escribes, porque cuando dejas de escribir, el mundo que te espera ahí fuera sigue siendo horrible», argumenta. Por otro lado, Knausgard no cree que el escritor nazca. Un poco de eso también va Tiene que llover, de la formación de un escritor, de cómo, si te empeñas, puedes llegar a cualquier parte. «Esta novela es básicamente la historia de cómo se hace un escritor. A los 20 años quería convertirme en escritor y no lo conseguía y aunque leía mucho, lo que hacía era intentar encajar mi vida en un lenguaje que no era el mío, que era el de los escritores que admiraba. Cuando supe cómo hacerlo, ocurrió como cuando lees: que desaparecí. En parte es como si la literatura estuviera ahí, avanzase en paralelo a la vida, y se te diera la oportunidad de entrar», dice.
La mala noticia para Zadie Smith -que ha llegado a decir que espera cada nueva entrega de la serie como un adicto esperaría su dosis de crack- y para el resto de sus seguidores es que no piensa volver a hacer algo parecido a Mi lucha. No, no habrá un Mi lucha 2. No va a seguir contándonos su vida desde el punto en el que sea que lo deje tras la próxima y, promete, «cruda», entrega -que llevará como subtítulo algo así como Nombres y cifras-. «Tengo un muy buen amigo, escritor, que me dice que debería seguir, que debería escribir 10.000 páginas de mi vida, y que así, seguro, pasaría a la historia de la literatura, porque nadie ha hecho nada así antes. Pero sería demasiado duro. No sé, quizá cuando cumpla los 90 me dé por explicar cómo fue todo realmente porque ya estarán todos muertos y no importará lo que diga», bromea. Al respecto dice que aún tiene problemas con su familia, que sigue considerando que se ha pasado de la raya, y que lo que cuenta de su padre y su abuela no es cierto, y que, en cualquier caso, la historia no le pertenece. «Pero ¿a quién pertenecen las historias? La historia de mi padre es también mi historia, así que creo que me pertenece, y que podía contarla. Y que en ningún momento debo renunciar a mi libertad porque ellos crean que no estoy siendo justo. Sé que lo que cuento es así. Lo sé ahora, porque durante mucho tiempo estuvieron intentando que incluso yo creyera que había exagerado, pero entonces recibí una carta de un lector, un conductor de ambulancia que estuvo en casa de mi padre cuando ya estaba muy mal, y me dijo que la cosa era incluso peor que lo que describo en el libro», recuerda.
También recuerda la época en la que quería ser estrella del rock. «Lo más probable es que si le preguntaras al protagonista de Tiene que llover si quiere ser estrella del rock o escritor, te respondiese estrella del rock», dice. Y bromea sobre el hecho de que, gracias al éxito de los libros, el grupo que tenía con su hermano ha vuelto a reunirse e incluso hicieron una pequeña gira el verano pasado y este año tocarán también una noche en algún lugar de Noruega. «Mi hija está enfadadísima. Dice que lo deje ya, ¡que tengo 50 años!», se ríe. ¿Sabe que ha sido objeto de un durísimo ensayo de Siri Hustvedt? «Oh, sí. Lo sé. Pero todo es un malentendido. Aunque no me importa, porque ha dado pie a un debate interesantísimo que es el de por qué los hombres acostumbran a leer a más escritores que a escritoras. Pero lo que pasó fue que ella quiso saber por qué no mencionaba a muchas escritoras en mis novelas y lo que yo dije es que no creía que hubiera competencia. Exacto. Sí. Pero no me refería a que no considerase a las mujeres competencia, sino a que no creía que en la literatura se compitiera por nada. Que yo no leo pensando en la paridad, sino en lo que me interesa y que no creo que tenga sentido pensar en la literatura en términos de cantidad. De hecho, en la pequeña editorial que he montado con mi hermano, hemos publicado a un montón de escritoras y hay una especialmente que me encanta: Maggie Nelson».

No hay comentarios:

Publicar un comentario