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sábado, 14 de septiembre de 2019

Patti Smith, lectora / Los libros que forjaron su obra poética y musical

Patti Smith , una vida repleta de libros
Patti Smith

Patti Smith, lectora: los libros que forjaron su obra poética y musical

Por +Radios - Data Entry
3 marzo, 2018



Mucha poesía corrió – y aún lo hace- por las venas de Patti Smith desde el Poetry Project, sus inicios en los primeros años de los ’70, hasta lo que fueron las dos grandes presentaciones en el CCK de Argentina. Millones de palabras desde aquellos encuentros que persisten en el imaginario en blanco y negro en la iglesia neoyorkina de St. Mark, hasta estos recitales vibrantes – uno a pura poesía, el otro, a pura música- que refulgieron en tonalidades lingüísticas.
Como en todo gran artista, existe un proceso previo. Una recolección de sensaciones, de pensamientos, que muchas veces provinieron del papel, de los libros. Entonces, cuáles fueron las obras que más la influyeron, según Patti Smith:
Antes de ser la «madrina del punk» fue una poeta. De hecho, entre 1972 y 1973, llegó a publicar cinco chapbooks poéticos -una especie de folleto tamaño bolsillo- y ya con el primero, Seventh Heaven, tuvo una idea que daría un giro su carrera. Fue en la ya mencionada St. Mark, en Greenwich Village, NY, cuando llevó a un guitarrista para que la acompañara.
Durante un recital de poesía del “Poetry Project” en St. Marks
Escritora, poeta, fotógrafa, música. Patti Smith es uno de esos extraño casos en que las diferentes manifestaciones del arte confluyen, se hacen carne y luego se expresan. En su libro autobiográfico Just Kids (2010), recuerda que aquel primer cruce con la literatura cambió para siempre su vida. La obra era Mujercitas (1868), de Louisa May Alcott. Cautivada por la voz de Jo, la joven que se obsesionaba por la escritura y que andaba por el mundo con una actitud ‘masculina’, con respecto a sus hermanas.
«Estaba completamente impresionada por el libro», escribió, «ella me dio el coraje de una nueva meta, y pronto estaba creando pequeñas historias y tejiendo hilados largos para mi hermano y mi hermana». Aquella sensación jamás desapareció: «Voy a leerlos todos, y las cosas que luego leí produjeron nuevos anhelos». Durante su primera presentación en Buenos Aires, agregó que en la pobreza de su hogar no había más juguetes que los libros y que su madre le enseñó a leer antes de que ingrese al colegio.
Sin embargo, es conocido que su primer gran flechazo lo tuvo con los simbolistas franceses Charles Baudelaire y especialmente con Arthur Rimbaud, quienes influyeron en su abordaje de la poesía, que luego también trasladaría a su faceta musical. Entre sus 40 libros favoritos, que fueron revelados en 2008, se encuentran: Una temporada en el infierno (1873) e Iluminaciones (1886), ambos de Rimbaud.
Rimbaud, uno de sus autores predilectos
La influencia del autor francés aparece rápido en su vida artística: ya en Piss Factory, un poema recitado que forma parte de su primer disco independiente, relata cómo los escritos de Rimbaud la liberaron del trabajo en una fábrica y la ayudaron a escapar a Nueva York.
Otro de los autores que marcó una huella profunda en su forma de entender el arte fue William Blake. Durante la charla de la que participó Infobae Cultura en el CCK, recordó aquel primer encuentro con el poeta y pintor inglés: «Estaba cautivada por ese lenguaje que no entendía. Parecía tan mágico, y si bien no llegaba a comprender muchas cosas, simplemente me transportó».
César Aira y Roberto Bolaño, esas pasiones latinoamericanas
Su devoción por el autor argentino César Aira tomó notoriedad cuando reseñó el libro de cuentos El cerebro musical (2005) para The New York Times. Entonces escribió: «El ojo cubista de Aira ve las cosas desde muchos ángulos al mismo tiempo».
Durante la charla en el CCK fue aún un poco más lejos: «César es un genio, todos los escritores nos rendimos ante él. Una mente tremenda, un talento musical, pictórico, matemático y con un gran sentido del humor. Bolaño lo amaba mucho y mi amigo Sam Shepard, antes de morir, no lo había leído, le presté un libro y se convirtió en un adicto, todos somos adictos a César. También leí mucho a Borges y estoy aprendiendo sobre otros escritores. El problema, a veces, tiene que ver con las traducciones. ¡Ave César!».
Patti Smith posa frente a un póster de Roberto Bolaño en noviembre de 2010, en Madrid (Domonique Faget)
Smith llegó a Aira gracias al escritor chileno Roberto Bolaño, quien le facilitó las lecturas de Un episodio en la vida del pintor viajero, La Villa y La costurera y el viento. Por supuesto, la palabra de Bolaño era sagrada, a fin de cuentas la cantante estadounidense considera a la novela 2666 como «la primera obra maestra literaria de este siglo». «Tiene todo, imaginación, poesía, un contenido de protesta contra los abusos que sufren las mujeres, historias que se entrelaza, amor. Y la escritura es maravillosa. Es un libro que ya leí 6 veces y me parece que está a la altura de Moby Dick y otras grandes obras», dijo.
De la poesía beatnik
Uno de sus poemas favoritos es Aullido (1956), de Allen Ginsberg, una de las obras fundamentales de la Generación Beat, que se encuentra seleccionada en su Top 40, junto a dos novelas beatniks, Los chicos salvajes (1971) de William S. Burroughs y Big Sur (1962), de Jack Kerouac.
La vida la pondría frente a Ginsberg, en noviembre de 1969, con 22 años, cuando aún ella no era reconocida: «Yo era una niña pequeña. Tenía un abrigo largo con una gorra, supongo que tenía una forma muy andrógina. Estaba en este autoservicio realmente hambrienta y no tenía siquiera cambio para comprar algo. Escuché su voz ofreciéndome ayuda. Cuando me di vuelta vi que era Allen Ginsberg. Él no me conocía, yo solo era una chica que trabajaba en una librería, que vivía en el Hotel Chelsea, pero yo sí sabía quién era él. No pude hablar, estaba en shock. Incluso cuando nos despedimos nunca esperé encontrarme con él otra vez, pero lo hice, terminé convirtiéndome en amiga de William Burroughs y de Gregory Corso, luego vi a Allen otra vez y leímos poesía juntos, y le recordé la historia. Nos reímos mucho». En aquel encuentro, Ginsberg lo confesaría que solo se animó a ayudarla porque la confundió con un muchacho.
Patti recita “Aullido”, con la figura de Ginsberg detrás
Para Patti Smith «hay dos tipos de obras maestras». Están las «obras clásicas monstruosas y divinas como Moby Dick o Cumbres borrascosas (de Emily Brontë) o Frankenstein«. En su Top 40, además de la obra máxima de Herman Melville, también incluyó su novela póstuma Billy Budd, marinero, como también una de otra hermana BrontëVillette, de Charlotte.
El otro tipo de masterpiece, asegura, se produce cuando un escritor «parece infundir energía viviente en palabras a medida que el lector es hilvanado, luego se lo estruja para dejarlo colgando hasta que se seque».
Sus preferencias literarias son eclécticas. Incluyen desde obras de Herman Hesse como Viaje a Oriente (1932) a El juego de los abalorios (1943), El corazón de las tinieblas (1899), Joseph Conrad, o La letra escarlata (1850), de Nathaniel Hawthorne.
La poesía, lógicamente, también está presente en Canciones de inocencia y de experiencia (1789) de William BlakePoeta en Nueva York (1940), de Federico García LorcaAlmas muertas (1842), ese gran poema épico en prosa de Nikolai Gogol, e incluso en novelas como La muerte de Virgilio (1945), de Hermann Broch, que narra las últimas 18 horas del poeta romano.
Los viajes también se hacen presentes en su selección con El cielo protector (1949), de Paul BowlesThe Oblivion Seekers (1975), de Isabelle Eberhardt, autora y exploradora suiza que se vestía como hombre para viajar libremente por el Norte de África, o Las mujeres del Cairo, perteneciente a Viajes a Oriente (1851), de Gérard de Nerval.
Encuentro con Paul Bowles en Tánger, 1997, donde el escritor neoyorkino pasó los últimos años de su vida
«Conocí a Bowles de manera fortuita. En el verano de 1967, poco después de salir de casa y viajar a la ciudad de Nueva York, pasé junto a una gran caja de libros tirados, que se derramaban en la calle. Varios estaban esparcidos por la acera, y una revista estaba abierta ante mis pies. Me incliné para mirar, cuando una fotografía me llamó la atención: Paul Frederic Bowles. Nunca había oído hablar de él, pero me di cuenta de que compartíamos el mismo cumpleaños, el treinta de diciembre. Creyendo que era un signo, deshice la página y luego busqué sus libros, el primero fue El cielo protector. Leí todo lo que escribió, así como sus traducciones, y me introdujo en el trabajo de Mohammed Mrabet e Isabelle Eberhardt«.
El francés Albert Camus fue elegido con sus títulos La muerte feliz (1971) y El primer hombre (1994), mientras que el estadounidense J.D. Salinger también aparece por partida doble, con Levantad, carpinteros, la viga del tejado (1963) y Franny y Zooey (1961).
Albert Camus, a lo Bogart
Con respecto a Camus, recordó una anécdota familiar que revela su pasión por el autor de El extranjero (1942): «Tenía una fotografía de Albert Camus, que colgaba junto al interruptor de la luz. Era una toma clásica de Camus con un pesado abrigo con un cigarrillo entre los labios, como un joven Bogart, en un marco de arcilla hecho por mi hijo, Jackson… Mi hijo, al verlo todos los días, tuvo la idea de que Camus era un tío que vivió muy lejos. Yo lo miraba de vez en cuando mientras escribía».
La gran mayoría de los títulos que integran su biblioteca de cabecera son novelas: El proceso (1969) de Brion Gysin, la primera novela del pintor y autor, amigo de Burroughs, que lo introdujo en la técnica de «cut-up»; El Libro de Caín (1960), la obra de Alexander Trocchi, que fue censurada en el Reino Unido; Bajo el volcán (1947), publicación semi autobiográfica de Malcolm LowryLa gran borrachera (1938), la única novela que publicó René Daumal, el escritor francés que integraba el grupo surrealista Le Grand Jeu, que se enfrentaba a André Breton, quien también se encuentra en la selección con su autobiografía Nadja (1928).
Entre las obras filosóficas y los ensayos se encuentran Wittgenstein’s Poker, de David Edmonds y John EidinowContra la interpretación, de Susan Sontag, y El libro de los pasajes, la obra inacabada de Walter Benjamin.
También se encuentran Coriolano (1609), una de las últimas tragedias William ShakespeareDiario de un ladrón (1949), de Jean GenetEl honor perdido de Katharina Blum, de Heinrich BöllEl maestro y Margarita (1967) de Mijaíl Bulgákov, considerada como una de las novelas más importantes del siglo XX de la antigua URSS; Un amor de Swann de Marcel ProustLas olas de Virginia WoolfLibro del desasosiego (1984) del portugués Fernando Pessoa y el cuento El príncipe feliz (1888), de Oscar Wilde.
Pero no todo son clásicos. Existen en su selección algunas joyas como El bebedor de vino de palma, del nigeriano Amos Tutuola o Hielo (1967), de la franco-inglesa Anna Kavan, e incluso publicaciones matemáticas como La divina proporción, de H.E. Huntley. Además, en su selección incluye al autor de terror H.P. Lovecraft y al alemán W.G. Sebald, aunque asegura que de ellos podría elegir cualquier título al azar.
En su biografía, afirma que Sebald «ve, no con los ojos, y sin embargo, él ve. Él reconoce las voces dentro del silencio, la historia dentro del espacio negativo. Evoca a ancestros que no son antepasados, con tal precisión que los hilos dorados de una manga bordada son tan familiares como sus propios pantalones polvorientos».

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