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domingo, 25 de agosto de 2019

Veinte años de Los Soprano / ¿Por qué se fueron los patos, Tony?


Veinte años de Los Soprano

¿Por qué se fueron los patos, Tony?

Hoy hace 20 años se emitió el primer capítulo de 'Los Soprano', una serie que revolucionó la televisión y reflejó magistralmente los contrastes del alma humana


Fernando Navarro
10 de enero de 2019

Sentado en la sala de espera de la consulta, Tony Soprano observa la estatua de una mujer desnuda. Sus ojos perezosos se fijan en la imagen provocativa e imperturbable de la figura. Ella, a diferencia de él, parece tenerlo todo claro, incluso su condición de estar expuesta a la vista de todos. Con su gesto torcido, Tony Soprano desconfía. La cámara se le acerca lentamente. ¿Quién narices puede tenerlo todo claro? ¿Quién demonios puede estar en este mundo sin que nada le perturbe? ¡Quién fuera estatua y dejase de transitar cargando con el maldito saco de la vida! Tony Soprano está a punto de reaccionar, casi de reprochar a la figura algo o más bien levantarse y marcharse de la consulta, impulsado por el pensamiento más fuerte de todos: ¿Qué pelotas hago yo en un psiquiatra? Pero, entonces, la psiquiatra le llama a su primera consulta. Nunca más saldría de ella, incluso cuando dejó de entrar.

James Gandolfini


Aquella primera escena se emitió hoy hace 20 años dentro del primer capítulo de Los Soprano. Tony Soprano, jefe de una mafia de Nueva Jersey y protagonista absoluto de la serie, se sienta en el diván de la doctora Melfi. En aquel momento, hubo algo poderosamente rompedor en ver a un mafioso acudir a un psiquiatra. Era cómico, pero también perturbador. La primera pregunta que le suelta la doctora tiene que ver con el colapso que el mafioso tuvo en su casa, “quizá un ataque de pánico”, comenta ella. Pero Tony Soprano lo niega, como reconoce que es “incapaz” de hablar con un psiquiatra. “¿Por qué se desmayó?”, le pregunta Jennifer Melfi. “No lo sé. El estrés, tal vez. No sé”, contesta. Dar respuesta a esa pregunta es el misterio de una historia, la de Tony Soprano y sus dos familias —la mafiosa y la otra que le da a veces más quebraderos de cabeza—, repleta de broncas, infidelidades, momentos de soledad, chanchullos, peleas, asesinatos e incluso pesadillas nocturnas que le persiguen como fantasmas encadenados.









Los mafiosos también tienen estrés. Claro. Esos poderosos sin escrúpulos, esos ricos que viven en la ilegalidad, esos abusones, sociópatas y matones, esos seres de película que pueblan nuestras sociedades disfrazados de toda forma y condición también son vulnerables. Pero en Tony Soprano, un tipo estresado y vulnerable, se percibe algo más. Algo para lo que él ni ninguno de nosotros siguiendo sus pasos tenemos palabras. Se percibe algo trascendental desde que se van los patos de su piscina en ese primer capítulo, el detonante del desmayo, el ataque de pánico o lo que sea que le hace desplomarse al lado de su barbacoa mientras cocina unas chuletas y se fuma un puro en el jardín de su casa.
Los patos. ¿Por qué se fueron los patos? Tony Soprano hizo real la tragedia moral y psicológica de Shakespeare que David Chase llevó a la pequeña pantalla. Desde que con el cambio de siglo Los Soprano empezaron a ganar Emmys y Globos de Oro como la gran serie dramática de su tiempo, nunca se dejó de oír lo mismo: Shakespeare se coló en la televisión gracias a esta historia de la mafia contada en 86 episodios. Pero no solo eso. Gracias a la magistral interpretación del fallecido James Gandolfini, Tony Soprano ha sido el personaje más impactante que ha dado la televisión. Con su mirada infantil y tosca, ese grandullón, que sonreía con ternura pero que no dudaba ni dos segundos en pegarte una paliza si le engañabas, fue el personaje que más ha llenado una pequeña pantalla. Repleto de matices y recovecos emocionales, Tony Soprano era la cumbre de todo un reparto fabuloso de segundos protagonistas como su mujer, su madre, su tío, sus hijos y todo el plantel de mafiosos que le acompañaban en un vertiginoso relato de poder y supervivencia en Estados Unidos, una epopeya americana en la que retumban siempre palabras que el propio Tony dispara sin contemplaciones: “La próxima vez no habrá próxima vez”.

De emitirse hoy, seguramente, Los Soprano no tendrían el impacto que se les presupone algunos fenómenos virales de la televisión. No se comentaría cada capítulo en Twitter ni formaría parte de la cultura de la comunicación y el entretenimiento al amparo de las redes sociales. O no. Quién sabe. Pero lo único cierto es que se introdujo en la psicología de toda una generación. Además, su irrupción en la televisión norteamericana supuso una revolución. Al igual que los creadores del Nuevo Hollywood cambiaron el paisaje del cine norteamericano en los setenta, bajo la mirada renovadora de Martin Scorsese, Francis Ford Coppola o Arthur Penn entre otros, David Chase con Los Soprano lo hizo de la televisión estadounidense y, por ende, de la cultura estadounidense. No podríamos entender todo el desarrollo de la filosofía HBO con sus sobresalientes series posteriores como The Wire, A dos metros bajo tierra, Roma, Boardwalk Empire o Juego de Tronos, como tampoco toda la marca Neftlix, sin la historia de Tony Soprano y los suyos. Más que ninguna otra serie hasta entonces, Los Soprano no solo podía formar parte de nuestras vidas, sino que además podía explicarlas.
Cuando Tony Soprano entra en la consulta de la psiquiatra, sucede que, realmente, entramos todos. Su lucha por manejar su propia existencia, sin ninguna gran victoria ni ningún heroísmo, es una lucha compartida. Sus arrebatos de furia, sus invasiones de nostalgia, su ansiedad por la comida, su búsqueda de un poco de comprensión o contacto humano o su necesidad de huir forman parte de nuestra historia. Al final, Tony Soprano, todo fuego y silencio, nunca saldría de la consulta, incluso cuando dejó de entrar. Puede que como nosotros. ¿Por qué se fueron los patos? Es la pregunta que desde hace 20 años nos hacemos por Los Soprano. Es la pregunta que, cuando nos asalta a cualquiera de nosotros, nos deja sin palabras y nos corta la respiración. Pero, al menos, sabemos que Tony Soprano nos entendería, y nosotros a él.




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