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miércoles, 10 de julio de 2019

Slawomir Mrozek / Una noche en un hotel



Slawomir Mrozek

UNA NOCHE EN UN HOTEL



Iba a dormirme cuando del otro lado de la pared llegó un golpe poderoso.


“Ya empezamos”, pensé. “Igual que en la famosa anécdota. El vecino se quitó un zapato y lo dejó caer a suelo. Ahora no voy a dormirme hasta que se quite el otro. Y vaya uno a saber cuánto tendré que esperar a que lo haga”.

Pero grande fue mi sorpresa no bien se oyó, casi enseguida, el segundo golpe.

Estaba a punto de dormir de nuevo cuando detrás de la pared hubo un tercer estrépito que me desveló.

Eso sí que no lo esperaba. ¿Mi vecino acaso tenía tres piernas? Imposible. ¿Había vuelto a calzarse para quitarse el zapato al instante? Poco probable. Por lo visto, concluí, tenía dos vecinos.

Así que ahí empezó mi calvario, como lo había imaginado. Me ayudaba a resistir la esperanza de que pronto el segundo vecino se sacaría el segundo zapato. La noche iba transcurriendo y sin embargo el segundo, o sea, el cuarto ruido no llegaba.

No pude pegar un ojo y a la mañana bajé totalmente exhausto a tomar el desayuno. Ubiqué con facilidad a mi vecino. Busqué al otro, pero nada. Sólo uno. El otro, con seguridad, se había dormido muy borracho y ahora roncaba con un zapato puesto.

– ¿Tiene ratones en su habitación? –preguntó entonces mi vecino-. Yo sí. Tanto ruido estaban haciendo que tuve que arrojarles un zapato, así paraban.

Desde ese día dejé de pensar aferrado a la lógica. Un estúpido ratón tiene más poder que toda la lógica de este mundo. Y la lógica sólo produce insomnio.


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