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lunes, 7 de abril de 2014

Vive y deja morir, pero no siempre

Vive y deja morir, pero no siempre

John Banville ha resucitado a Philip Marlowe, el detective creado por Raymond Chandler, por encargo de sus herederos. Se suma a otros personajes literarios renacidos en aras del negocio


Benjamín Prado
7 de abril de 2014

Solo se vive dos veces. Cuando Ian Fleming tituló así su penúltima novela, no imaginaba hasta qué punto decía la verdad, al menos en lo que a él se refiere; porque desde que murió en 1964 no ha hecho más que resucitar una y otra vez. Al año siguiente, sin ir más lejos, apareció la nueva aventura del Agente 007 en la que estaba trabajando cuando se le paró el corazón, que se titulaba El hombre de la pistola de oro y fue concluida por su colega Kingsley Amis. En las siguientes cuatro décadas, secundarios como John Pearson, John Gardner, Raymond Benson o Sebastian Faulks se atrevieron a continuar la saga; hasta que en 2013 lo hizo otro ilustre admirador suyo, William Boyd, que ya había incluido a Fleming como personaje en Las aventuras de un hombre cualquiera y que en la magnífica Solo llevaba a su espía inglés a África con el objetivo de parar una guerra civil, salvar los intereses petrolíferos de Reino Unido y enfrentarse a un enemigo terrible, Solomón El Escorpión, que rivaliza por deméritos propios con los malvados clásicos de la saga, el Dr. No o Goldfinger.

Boyd fue entonces tan elogiado como hoy lo es John Banville, que en La rubia de ojos negros y oculto tras el alias de Benjamin Black, el que utiliza para sus novelas policiacas, ha recuperado al protagonista de las obras de Raymond Chandler: el detective Philip Marlowe. Al creador de El sueño eterno ya le había ocurrido lo que a Fleming: también dejó una narración a medio acabar, La historia de Poodle Springs, que fue terminada por Robert Parker. Ahora, Banville ha desenterrado a su personaje por encargo de sus herederos, igual que la escritora Sophie Hannah dará a conocer este verano un nuevo caso del inspector Hércules Poirot, por mandato de la familia de Agatha Christie, y a principios de 2015 llegará a las librerías un cuarto tomo de la trilogía Millennium, de Stieg Larsson, redactado por su compatriota David Lagercrantz.
Cuando le pregunto a Banville con qué palabra definiría su último trabajo, si sería secuela, continuación o tal vez renacimiento, responde desde Dublín: “Cualquier cosa menos resurrección, porque Marlowe es inmortal y, por tanto, no me necesita para revivir. Mi libro es mío, pero es, antes que nada, un homenaje a un escritor maravilloso, uno de los grandes estilistas del siglo XX, cuyo talento excede en mucho los límites de la novela negra”. ¿Y qué piensa él, en general, de las novelas de continuación? “Son un acto de ­canibalismo, pero cuando se hacen con afecto hacia sus creadores y con suficiente destreza, creo que están justificadas. ¿Qué pensaría Chandler de mi Philip Marlowe? Espero que no se sintiese traicionado por mí”.

En el pasado hay de todo, desde las imitaciones de El Quijote que obligaron a Cervantes a escribir su segunda parte, hasta las de Peter Pan, Lo que el viento se llevó o varias obras de Dickens que algún impostor llegó a afirmar que redactaba en estado de trance y guiado por el espíritu del autor de Oliver Twist. También existe una prolongación de El guardián entre el centeno en la que un Holden Caulfield anciano huye del geriátrico igual que se escapó del colegio cuando era un niño, y que provocó una larga disputa judicial con Salinger. Al final es lo de siempre: hay autores buenos o malos, y no ideas inaceptables: “Si publicamos a Boyd o a Banville no es por Fleming ni Chandler, sino porque sacaríamos cualquier cosa que firmasen ellos”, nos dice la editora de ambos libros en España, María Fasce, de Alfaguara.
Vive y deja morir, tituló otra de sus obras Ian Fleming. Unas veces por suerte y otras por desgracia, nadie le hizo caso.

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