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jueves, 4 de octubre de 2018

Juan Liscano / El reino de tu cuerpo y otros poemas


Juan Liscano
EL REINO
DE TU CUERPO
Y OTROS POEMAS

El reino de tu cuerpo
Mi cuerpo en tu cuerpo.
Sol en Trópico de Cáncer.
Días del invierno abrasado
de los candentes alisios y las lunas del trueno.
Entre jardines colgantes reluce la lluvia:
anillos, cristales y relámpagos.
Mi cuerpo en tu cuerpo abre sus plumajes
agita sus alas, canta, vuela
llama las aguas fértiles
pájaro del verano, pájaro heraldo.
Mi cuerpo en tu cuerpo se arraiga
pone sus huevos, echa semillas, se soterra,
sangra su amarga miel, su dulcedumbre que huele a humus.
Mi cuerpo en tu cuerpo de aguas madres
sol en Acuario, luna de Cáncer
cangrejo azul entre tus ríos nobles
crecidos bajo las tormentas equinocciales.
Han vuelto los tiempos del Diluvio.
En el llano inundado miro las islas de soledad
tierras recién salidas de las aguas
sobre las que aún no se ha posado la paloma de Noé.
Estamos solos en medio de la lluvia
en medio de los vuelos, en medio de la fuga de los días,
solos y dobles, habitados el uno por el otro
reflejados uno en otro
cuerpo exacto que junta la imagen con su objeto
y atraviesa, cantando, los espejos del tiempo.
Estamos solos en medio del invierno tórrido
aquí en el Trópico, aquí entre nieves
en todas partes, en ninguna parte
caídos uno en otro, entrando uno en otro
mientras nos rodean el círculo de las tempestades
las voces de la muchedumbre
el resplandor de las ciudades
las inocentes parejas del Arca
la noche pródiga, los soles rumorosos.
El zodíaco gira sobre nosotros
mezclando los meses y los signos.
Cáncer navega en Acuario
Julio es un río en el que tú te bañas
Agosto sacude su melena de llamas
y te envuelve en un rugiente clima de estío
Septiembre derrama un vino crepuscular
Octubre suelta su jauría de monteros
Noviembre tiene el gusto de tus labios
tu olor a enredadera y a tierra recién mojada
Diciembre sale de tu cabellera
sale de tus ojos, sale de tu risa
lleno de balcones soleados donde besarnos
y abre un abanico de caminos verdes
para que nos fuguemos hacia Enero
hacia sus montes de hielo o de sequía
hacia su sol de montaña pascual
hacia el Año Nuevo de rostro doble
Enero de dos filos, Enero de dos cuerpos
arco de escarcha o de lumbre
que hemos cruzado tomados de la mano
pasándonos el alma de boca en boca
zozobrados en nosotros mismos
como peces en celo, frenéticos peces que desovan
en los mares nupciales de Febrero
hasta varar su furia de espumas y de dientes
en los puertos de Marzo, playas del equinoccio
donde la Primavera y nuestra despedida
confundieron en una misma promesa de renuevos
sus nombres, sus memorias, sus pasos, sus adioses.


ABCDE

II
En la penumbra tu rostro color de luna
las alas de tus ojeras
la negra planta de tus cabellos
y el trópico de tu cuerpo
los días de verano o de invierno lluviosos
las cosechas dadas o las cosechas perdidas
el mar rompiendo contra mis litorales
tú: llanura, salinar, montaña a la que subo
para tocar cerca de tus senos alguna estrella tibia
tú: selva cuyo pesado olor milenario
se estira y en mí se enrosca como una sierpe
tú: guijarro, pluma al viento, trepadora en flor
monte por el cual me pierdo
yermo por donde padezco
huerta florecida en mi costado
ría de la noche, fuente de luna llena
Encantada de las aguas.
Voy cayendo en ti
caigo en tu imagen, en tu espejo
hacia la rosa ardiente, secreta de tu boca
naufrago en ti, en tu vaivén de ola
en tu flujo y reflujo constelados.
Mecida en tus corrientes
te mueves, ondeas, nadas, flotas
trémula medusa de cabellera de obsidiana;
eres el mar cuando buscas tu dicha,
soy un pez entre tus aguas nocturnas
por donde pasan jardines de fucos
estrellas, anémonas, guirnaldas de fósforos;
eres el mar cuando buscas tu dicha
como una herida que vas gozando con los ojos cerrados.
Oh Amada, en el fondo de tu sexo
toco hasta sangrar de gozo, tu corazón caliente.
Lo voy sacando hasta tus labios
lo beso en tu revuelta cabellera
lo asomo al día que nos mira
al aire que respiramos juntos
mientras rompen a volar las campanadas
del instante de plumas tibias en que desfalleces.
De Cármenes (1966)
ABCDE

Voz de la soledad
Rasga la noche un alarido verde,
gallo del tiempo; brotan altas cornucopias,
quiébrase en sierpes de cristal el agua,
el sol su rueda mueve,
y yo, mármol, jardín, manzana y yeso,
cristo y estatua, sangre y sueño desbocados,
siento mis venas como un haz de espigas
florear en mi madero.
¡Oh soledad del alma entre clarores,
formas y dardos! Testa y lumbre celestiales
de un fugitivo cuerpo terrenal
sangrando humanos soles.
¡Oh soledad, mi soledad temprana!
San Sebastián atado al árbol de la aurora,
cuerpo de amor ardientemente solo,
flor de las madrugadas.
¡Ay de mi soledad, sola y herida!
Mártir sin dios muriendo muerte por sí mismo,
desnudo ambiguo de plateado torso,
sirena masculina.
Por el cielo cerrado la luz clava
cuernos de fuego, flechas de oro en mi cintura,
y puramente bienherida gime
la sangre derramada.
Tórnase el sufrimiento alegre y vivo,
dulce la amarga fruta, buena la maldad,
con esta herida de saberse solo
y este saberse herido.
Desde esta soledad, negro arrebol,
clara tiniebla, breve muerte florecida,
soy fábula y leyenda, cumbre, abismo,
soy sombra, soy albor.
Cuán blancamente sangro ahora. Gime
cual una hembra al dar a luz este costado
de sal, entre las manos de la aurora
dulcísima y terrible.
Mi pena frente al sol es como un hijo,
niño del alba, triste fruto inesperado,
siembra brotada por las malas cuando
mi sueño ya era un cristo.
Buscadme ahora, soy el fecundado,
voz y silencio en ciegas cópulas antiguas.
Buscadme ahora y mi desnudo herid
cieguísimos hermanos.
Buscadme ahora, en esta altura sola
donde soy forma eterna y pura de mi mismo,
sustancia maternal, muerte vencida
y solitaria aurora.
De Del Alba al alba (1943)

ABCDE
Cuerpo del amor
Si apariencia, espejismo, si ilusión de la nada,
si engaño fuera el triunfo presente de tu cuerpo,
también sería engaño mi amor, y engaño suyo,
el alma ¡ay! engañada con que lo estoy queriendo.
Si adorno de la Muerte, si máscara de Ella,
tanta ardorosa lumbre, tanta belleza justa;
entonces amaría la verdad de la Muerte
en ese adorno vano y esa máscara pura.
Quiero mentirle al Tiempo y hasta engañarme quiero
para salvar tu forma y eternizar tu gracia;
perderme, ya encontrado; ya hecho, deshacerme
por tus confines ciertos y por tu sangre alada.
Eres la flor que vuelve, mis ramas, a engañar
con el prestigio suave de su invisible aroma
y eres el alba antigua que torna a devolverme
la breve flor de un día que la noche deshoja.
Porque soy el vencido vencedor de tu cuerpo
y me rindo al imperio que su derrota afirma,
pues tu cuerpo me gana la victoria que obtuve
y encadena la furia de mi sangre a su herida.
¡Sí!; tu cuerpo preciso, matinal, turbulento,
de un silencio lejano, quizás eco sonoro,
de un vacío universo, tal vez clara tiniebla:
voz encuentra en mis voces, forma encuentra en mis ojos.
Y su vida viviente que rodea a mi vida
de murmurantes sombras, de claridades mansas
y de serenos verdes y de secretas músicas,
en mí, vence su muerte; mi muerte no la alcanza.
Y aunque sé, ciertamente –me lo dice la tierra–
que de muerte soy hecho, que hacia la Muerte ando,
con la flor de tu cuerpo, flor vivísima, engáñola
y engaño al desengaño, quizás desengañado.
De Humano Destino, 1949

ABCDE
X
Miro en la noche antigua tu cuerpo desvestido,
frágil, liso, indefenso, tal una flor nocturna:
lirio de sombras claras que en la sombra difunde
el aroma sin sombras de una oculta existencia.
¿Qué forma ha de tener ese aroma invisible
sino la forma misma del cuerpo que lo esparce?
Ese lirio de sombras que en la sombra florece
nos entrega la forma del perfume que emana.
Lirio de sombras claras: tu cuerpo desvestido;
aroma que despide su desnudez fulgente.
Cuando la flor se extinga, ¿perecerá el aroma?
¿será visible el hondo secreto de su olor?
De Rito de sombra, 1961
ABCDE
Manos en el zodíaco
Tan sólo con un gesto
puedes abrir las puertas más herméticas,
quebrantas los muros con un dedo,
cortas la coraza de mi duda
con el filo de tu uña más pequeña,
llenas de ti el aire que respiro
cuando tus manos hablan, cantan
cuando tus manos tocan, anuncian o desnudan
no sé qué lumbres, qué frutas, qué esculturas.
Tus dedos danzan la pequeña bailarina que fuiste,
danzan la primavera, las fiestas de la infancia,
danzan la adolescencia hecha a tu imagen,
la juventud de un largo y solo día,
y aquella crepuscular historia
del corredor secreto de la alcoba prohibida
de la llave del castigo
–la llave siempre a punto de sangrar–
con que abriste la puerta rechinante
de un miedo curioso, retenido.
Eran sombras en suspenso, rincones poblados,
maderas denunciando las pisadas,
polvo como arenal de soledades
y de pronto el tajo, el relámpago,
el brinco de un tigre de silencio
la herida aullante, desmelenada, venosa,
el pavor con sus mil lenguas trabadas
y la fuga, el aire hecho añicos,
entre espejos deformantes, muros dehiscentes,
corredores asaltados por un viento andrajoso
que amontonaba desperdicios contra las paredes.
Niña hechizada: para huir de un secreto
rompiste vidrieras de seculares ventanas
y empujando de un golpe tu vida
caíste en la noche, en la grama nocturna,
bajo los presagios de la luna;
te arrojaste a la calle, al día caliente,
a las tormentas próximas del verano,
cuyos torbellinos de arena y de espuma negras
cubrieron tu adolescencia enamorada,
la alcoba maldita, la casa abandonada,
la primavera rota en mil cristales.
En la piel de tus palmas
el verano puso montes para ocultarte,
sequías para asfixiarte, desiertos para perderte.
En la piel de tus palmas
el estío aventó su mies solar,
los rubios granos de las bayas
que en los mediodías extenuados
estallan con ruidos de cáscaras partidas.
En la piel de tus palmas
¡cuánto camino veraniego volcado en una playa,
cuánta escondida senda caída en un abismo,
cuánto riachuelo convertido en cauce seco,
cuánta fuente clavada, cuánto volcán, cuánta ceniza,
cuántos arbolillos de fuego en el viento de la desdicha!
El otoño advino sobre el dorso de tus manos
a espaldas del feroz estío
y exprimió sus uvas, sus lunares de oro,
sus racimos de lumbres y follajes.
Las horas eran colinas ondulantes
llenas de nuestra nostalgia o de nuestro anhelo.
Una quietud apasionada y sin nombre
nos juntó en una misma entrega lúcida.
El otoño: resina que gotea de una herida,
monte de fermentos y de olores amargos,
dunas del crepúsculo, playas del equinoccio.
Pudiste alzar la copa con la frente en alto,
beber, a veces, junto con el vino,
algún reflejo de astro, alguna exhalación.
Pudiste contemplar en paz las huellas,
las obras que tu deseo o tu esperanza levantaron
contra lo que sin cesar nos deshace:
rompientes y mareas, ventiscas y tormentas,
cuernos del Tiempo, rebaños del Tiempo enfurecido,
simplemente lluvia, lluvia interminable del Tiempo.
Estabas ante tus obras y también ante tus derrotas:
ecos, rompecabeza de sonidos, de recuerdos,
imágenes que volvían a la superficie del sufrimiento
como un atroz ahogado que los légamos soltaban.
Entonces el otoño se hinchaba de gritos.
No era ya la estación templada
–rojo fulgor milenario de las yedras–
ni era prado tibio el dorso de tus manos,
sino la escarcha, la helada, el crudo invierno,
caídos de un golpe sobre la estepa del recuerdo
donde errantes y solitarias aullaban
las bestias insomnes de tu pena y de mis celos.
El otoño clavaba en mí sus dientes,
hincaba en mí tus uñas,
tus diez carámbanos de hielo,
tus diez cortantes láminas de vidrio,
tus diez hojillas de nácar afilado.
Me revolvía mugiente, cavernoso,
era preciso pelear por la dicha,
pelear contra el Tiempo, arrancarte del ayer,
empezarte otra vez, cubrirte con todo el humus mío;
ronco, gimiente, sordo, intemperante,
hasta que al cabo de las nieves holladas,
al término de los meses amoratados por el frío
se escuchaba un despertar cristalino,
el regreso de los vuelos, de las fuentes
y los dedos volvían a bailar
los invisibles triunfos de polen
la estación de la primavera recóndita
y era, en otoño, otra vez el verano,
una tórrida vendimia gozosa,
los mediodías llameantes,
las parras transformadas en trigales,
los climas confundidos en los labios,
el solsticio de estío sangrado por tus palmas,
las líneas de fuego del destino,
el calendario como rueda de cambiantes luces,
estrella giradora de los vientos:
¡y tus manos en el centro del trémulo zodíaco!
De Cármenes (1966)
ABCDE
6
¡Cuánta irrealidad
en presencias tangibles
en evidencias
en insistencias
en los descascarados
en las arrugas
del desvencijado
que habla en mí
cuando la extrañeza del otro
me deslumbra
con el destello mineral de su mirada
y es aparición su estar allí
y aleja los maleficios con un gesto
y empieza en el secreto!

De Rayo que al alcanzarme (1978)

ABCDE
9
En ciertos momentos abiertos
acariciarla
por el contorno del rostro
por la ondulante espalda
era acariciar la piel de la música.

De Rayo que al alcanzarme (1978)

ABCDE
Estación nocturna
En la luz opaca del bar
su perfil airoso
con algo de ave de presa,
cava en el aire de humo;
brilla el oro mate de su pelo,
ronca y suave la voz
suscita las estaciones
del monótono trópico.
La voz, cuerpo cálido,
se ajusta al bolero,
se desliza entre los oyentes
creando penumbras íntimas,
contando la encrucijada
de quien da la media vuelta
para alejarse hacia algún regreso
que lo devuelve a la despedida.
Canciones del Caribe
juntan goces y penas,
cruzan llanos de olvido,
playas y mares de desespero.
Por momentos el saxo gime
en la voz de marea nocturna
al referir la cercanía
del estar, distante, enamorado,
la lejanía, del estar muy cerca
en el desamor.
De En Aries (1996)
ABCDE
Agni
Los dioses aquietados
miran complacidos al carnero dorado
retozar en el entorno astral.
En la distancia y más abajo
la mujer cumple con los ritos
y celebra su propio fuego.
No es vestal, danza
y lanza al aire las semillas
reventadas al calor de su cuerpo.
Cada día renace el sol igual a sí mismo
y su luz muestra los rostros de las horas.
Reina la paz antes de la tormenta.
Los mortales, por un momento, se olvidaron
de los interventores celestes.
El equinoccio de primavera
levantará pronto los dos arcos iguales
por donde la ariana cruzará bailando
las siete lenguas del fuego.
Cáncer incuba su purificación
a la orilla del mar terreno.
De En Aries (1996)



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