Varado en el aeropuerto de Barajas por culpa de una intensa nevada nos atiende por teléfono el editor Manuel Borrás (Valencia, 1952), agradecido por la distracción que supone dejar de pensar por un momento si llegará a tiempo a Málaga. El cofundador de Pre-Textos, que finalmente pudo viajar, recibe este martes en la ciudad andaluza de manos de los reyes la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, concedida por el Ministerio de Cultura. Cuando le llamó el ministro Méndez de Vigo para comunicarle la noticia hace algo más de un año -la entrega de las medallas se ha demorado más de lo habitual debido a la crisis política catalana-, Borrás no podía creerlo: “Le pregunté si no se habría equivocado de persona; él se partía de risa”, recuerda el editor.
Esta medalla que corona una trayectoria de cuatro décadas dedicadas a la edición literaria coincide en el tiempo con otro importante reconocimiento para la editorial valenciana fundada en 1976: el Premio Nacional de Traducción de Italia, concedido a la editorial por su continuada labor de difusión en el ámbito hispanohablante de autores italianos, como Giorgio Agamben, Natalia Ginzburg, Giacomo Leopardi, Claudio Magris, Laura Pariani, Cesare Pavese o Umberto Saba. En especial, el acta del premio, que Borrás recogerá el próximo lunes en Roma, destaca la publicación de las Rimas de Miguel Ángel Buonarrotti, editadas en 2012 con traducción de Manuel J. Santayana, que rescata la obra poética del genio renacentista, eclipsada por su faceta de pintor, escultor y arquitecto; así como Héroes y otros poemas (2016), de Claudio Damiani, traducida por Carmen Leonor Ferro; y Poesía escogida (2012), de Giorgio Caproni, con traducción de Juan Antonio Bernier.
La querencia por la cultura de Italia es algo que Borrás, con ascendencia italiana por vía paterna, comparte con los otros dos cofundadores de la editorial, Manuel Ramírez y Silvia Pratdesaba. “Creo que los españoles tenemos una deuda con Italia, porque la cultura española ha sido depositaria de lo mejor de la italiana desde la Roma antigua, y el peso que tiene en nuestra literatura se hace evidente solo con pensar en Garcilaso o el Siglo de Oro”, señala Borrás, que desde muy joven leyó a los novelistas y poetas italianos en su lengua original y siempre ha considerado a Italia como “una segunda patria”.
“En cierto modo, los italianos y los españoles nos ignoramos recíprocamente”, añade. “La evidencia la tienes en autores como Cesare Pavese. En nuestro país se le respeta, pero para vender una edición de 1.500 ejemplares en el ámbito de nuestra lengua nos las vemos y deseamos. En España se quiere mucho a Italia pero a la vez se la trata con desdén, como ocurre con Portugal”.
P.- Otra patria importante para usted y para la editorial es Latinoamérica. ¿Mirar hacia el otro lado del atlántico fue un objetivo fundacional de Pre-Textos?
R.- Sí, América Latina está en el ADN de la editorial. No nos hemos limitado nunca a los casi 50 millones de españoles sino que nos dirigimos a los 570 millones de hispanoparlantes. América Latina está contribuyendo de una manera muy importante al fortalecimiento de la cultura en español. Y cabe decir que, de manera parecida a lo que ocurre con Italia, el comportamiento de España con respecto a América es guadianesco: por momentos reconocemos la grandeza de los autores de allá y la siguiente generación se muestra indiferente. Nosotros hemos procurado mantener ese intercambio, siguiendo la tradición del gran intercambio que había entre los modernistas españoles y los latinoamericanos, por poner un ejemplo.
P.- La medalla de oro que ahora recibe supone el reconocimiento a toda una vida dedicada a las letras. ¿Cómo nació su amor por la literatura?
R.- Se lo debo a dos mujeres maravillosas. Una de ellas mi madre, que era una gran lectora. Mi padre también lo era, pero él leía sobre todo obras científicas. La tarea del editor es crear una casa común donde autores muy distintos puedan convivir" e históricas. Mi madre leía literatura pura y dura. La otra mujer era Eugenia, una cocinera extremeña que trabajaba en mi casa. Tenía un talento extraordinario para contar historias y yo la adoraba. Un niño que recibió la literatura por las dos vías naturales, que son la escrita y la oral, no tenía más remedio que, por lo menos, convertirse en lector -robándole el adjetivo a Juan Ramón, un lector “gustoso”- y, finalmente, en un editor literario.
P.- Esa expresión que acaba de utilizar, “editor literario”, remite a un tipo de edición artesanal que contrasta con otro tipo de edición más industrial. ¿Cree que el sector editorial se ha mercantilizado en exceso?
R.- Yo creo que ambos tipos de editores coexistimos y no querría ser maniqueo estableciendo una línea divisoria radical entre edición literaria e industrial. Ambos tipos de editores nos complementamos. Respeto muchísimo a algunos de los editores industriales, porque tienen entre sus filas a estupendos editores literarios. El objetivo de los literarios consiste en llevar adelante un proyecto cultural determinado. Todos dependemos de la cuenta de resultados para sobrevivir, pero en nuestro caso nuestras prioridades son literarias.
P.- Una vez dijo que “el catálogo es el libro que escriben los editores”. Defíname el de Pre-Textos como si fuera un libro.
R.- Siempre he sostenido que el mejor libro que puede escribir un editor es su propio catálogo, y este libro tiene un carácter coral. En un mismo catálogo hay distintas procedencias, distintas estéticas e ideologías. Lo que tiene que tratar de hacer un editor literario es armonizar muy bien ese catálogo, no puede haber una voz disonante. Hay que crear una casa común favorable para una serie de autores con orígenes distintos para que puedan convivir.
P.- ¿Es de esos editores que se dejan guiar por la intuición?
R.- Siempre trato de privilegiar la intuición ante la información, pero la intuición en sí misma no sirve de nada si no está basada en la experiencia. La información no me sirve. Antes los lectores venían preguntando por un libro con el recorte de una crítica en la mano. Eso ha desaparecido" como editor porque sé que, por desgracia -y esto compete a la prensa-, la información nunca es inocente. Hoy se ha mercantilizado tanto la cultura que es muy difícil distinguir si un autor es ponderado por méritos propios o por motivos comerciales. Y esto ha tenido un efecto rebote en los lectores, que han salido espantados ante la falta de credibilidad que deriva de esta actitud. Las páginas de cultura y los suplementos culturales son utilísimos, pero sí hemos notado que antes en la feria del libro los lectores venían preguntando por un libro con el recorte de una crítica en la mano. Eso ha desaparecido y debería llevarnos a reflexionar seriamente a los profesionales de las letras.
P.- ¿Cuál es la mejor cualidad de un editor?
R.- El editor ideal es el que no tiene prisa. Nosotros tenemos un lema en la empresa: nada verdaderamente importante requiere urgencia. Para editar un buen libro se requiere tranquilidad, sosiego, silencio y, por supuesto, personas cultas que lo alumbren. Es importante para nosotros no querer ir al ritmo que nos imponen los grandes grupos, o este espejismo de realidad en el que estamos embarcados.
P.- Ahora mismo está atrapado en un aeropuerto y me consta que pasa mucho tiempo en ellos. ¿Para ser editor hay que viajar mucho, en contra de ese cliché del erudito de butacón?
R.- Un editor pobre tiene que viajar muchísimo, como es mi caso. Tienes que ir vendiendo tus libros por el mundo y atender a todos aquellos que te requieren en distintos foros, congresos y universidades. También está la labor de visitar a tus colegas extranjeros, cambiar impresiones con ellos. Aunque no soy muy partidario de las ferias. Antes se acudía a ellas para conocer y negociar novedades, pero hoy si un libro ha sido objeto de interés de un gran grupo editorial, las agencias literarias negocian directamente con él. Las ferias ya solo tienen sentido si quieres ir a lucir palmito o a cenar con los colegas extranjeros, que no solo me parece estupendo, sino legitimísimo. Pero no engañemos a la gente que empieza y que vuelve de las ferias con el rabo entre las piernas. Eso sí, nosotros seguimos yendo a las ferias porque hay que estar. Yo personalmente no voy, eso sí que lo he conseguido. De eso se encarga Manuel Ramírez, a quien le gusta esa labor y además lo hace estupendamente. Otra cosa es la feria de Madrid o la de Guadalajara, abiertas al público, donde los editores tenemos la oportunidad de ponerles cara a los lectores.
La historia de Pre-Textos
Manuel Borrás y Manuel Ramírez son amigos desde el colegio. Ya en la Facultad de Filosofía y Letras de Valencia conocieron a un compañero mayor que ellos, Eduardo Hervás, que les inoculó “el gusanillo de la edición” al proponerles que se unieran a un proyecto editorial muy modesto. Ellos aceptaron el reto ilusionados pero todo quedó en agua de borrajas porque Hervás se suicidó. “Nos quedamos como huérfanos”, recuerda Borrás, que además sufrió una “crisis de identidad” y estuvo a punto de abandonar la carrera. Su padre fue quien le convenció para que no tirara la toalla, que siguiera estudiando y que “pergeñara una estrategia paralela de supervivencia vital”, la editorial, que además serviría de homenaje permanente a la memoria de su amigo. Así, Borrás y Ramírez fundaron Pre-Textos en 1976 y poco después se les unió Silvia Pratdesaba.
“Los jóvenes editores de hoy no tienen que sortear la censura ideológica de nuestra época, pero sí otras casi peores, como la económica”, apunta Borrás, que celebra la aparición en los últimos años de "varios proyectos muy interesantes que están ofreciendo a los lectores un abanico amplísimo de propuestas”, entre los que menciona a Sexto Piso, Periférica, Nórdica, Errata Naturae y otros. Él, por su parte, tuvo sus propios “hermanos mayores en la edición”: Josep Janés, Jorge Herralde, Beatriz de Moura y Esther Tusquets, “representantes de la gran tradición tipográfica española”.
P.- ¿Cuáles han sido los hitos más importantes en la historia de Pre-Textos?
R.- Para mí, haber editado a dos de mis amigos y maestros esenciales, dos autores españoles que echo en falta todos los días de mi vida desde que no están: Ramón Gaya y José Antonio Muñoz Rojas. También tengo una especial querencia por Elias Canetti, a quien tuve ocasión de tratar brevemente, una ocasión bastante mágica que además coincidió con un momento malo de la editorial. Él contribuyó a que Pre-Textos acabara consolidándose. Y un buen ejemplo de lealtad de un autor a una editorial es Andrés Trapiello, que sigue publicando con nosotros sus diarios. También señalaría a tantos y tantos latinoamericanos importantísimos como Eugenio Montejo, José Watanabe o Rafael Cadenas -para mí es un baldón para España que aún no se le haya dado el Premio Cervantes, que además haría justicia a un país tan maltratado como Venezuela-.
Sobre el futuro de la editorial, reconoce que le gustaría que la editorial sobreviviese a sus fundadores. “Estamos sentando las bases para que así sea, estamos formando y animando a un grupo de gente joven que trabaja en la editorial para que algún día tomen el relevo”. De momento, aunque por una parte le gustaría pasar a un segundo plano dentro de la editorial, Borrás sigue inmerso en plena actividad. “Soy una criatura muy afortunada, he disfrutado muchísimo de mi profesión y por eso no delego más responsabilidades. En el mundo de la edición uno se lo puede pasar muy bien, aprender mucho y hacerse mejor persona”.
EL CULTURAL
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