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sábado, 18 de noviembre de 2017

Claribel Alegría / Los árboles son castillos


Claribel Alegría

Claribel Alegría: los árboles son castillos

RAÚL RIVERO
Miami
18 NOV. 2017 21:45


Reconoce una cierta influencia de los escritores y pintores surrealistas, se siente muy cerca de los poetas del Siglo de Oro de España, aprende siempre algo sobre ella misma cuando lee a San Juan de la Cruz y confiesa que ama a Fernando Pessoa, pero sus poemas -con todos esos y otros poderosos fantasmas entre sus versos- son la voz de las calles de El Salvador y Nicaragua. Se han convertido en una canción que se escribe con las palabras que en Centroamérica se usan para amar, sufrir, hallar y perder la felicidad, vivir y morir. Esa es la poesía de Claribel Alegría.
Su obra poética ha desbordado los límites de su región para instalarse mediante la música y los mensajes directos y misteriosos en la literatura de lengua española gracias a la perturbadora delicadeza de unos versos conversacionales, sin adornos ni anestesias. Una poesía robada a la emoción de la gente que comenzó a publicarse en un cuaderno titulado Anillos de silencio, en 1948, con la asesoría y el apoyo de su amigo y maestro Juan Ramón Jiménez, y se escribe todavía esta noche en Managua, cuando Claribel Alegría despida a los amigos que van a la tertulia de su casa en los atardeceres y se ponen a hablar de todo y a recordar con un vaso de buen ron en la mano.
En esas citas y en la ciudad entera, en el país, se le llama Majestad, aunque su trono es una silla blanca en el comedor de su residencia y se ha dicho que reina con inocencia y alevosía porque confunde los árboles con castillos. Su imperio, muy fuerte en El Salvador, invade toda América Latina y lo que ofrece a sus súbditos, además de la poesía, es la recomendación expresa de que cultiven el asombro.

Clara Isabel Alegría Vides nació en Estelí, Nicaragua, en 1924. Hija de un médico nicaragüense y de una señora salvadoreña, vivió gran parte de su niñez en el país de su madre y lo cierto es que a lo largo de los años permaneció, estudió y trabajó en Estados Unidos y viajó por el mundo con su esposo, el escritor y diplomático Darwin J. Flakoll. A todas partes llevó el recuerdo de los dos países y su compromiso personal con la realidad que conoció y pudo tocar. Llevaba, además, el vocabulario, el tono, los juegos verbales con los tenía que volver sobre los escenarios de sus familias, de sus amigos, de su infancia y de su primera juventud.
En su expediente de autora aparece una buena colección de ensayos, novelas y traducciones escritas al alimón con su esposo. En esa zona de su trabajo está la muestra de su preocupación por el destino político y los asuntos de la democracia y la libertad en sus países, aunque Claribel Alegría siempre ha querido que su compromiso literario se vea como uno solo que tiene que ver lo mismo con el amor que con la justicia social.

En ese inventario redactado a cuatro manos hay piezas que reafirman la importancia de la señora Alegría, pero la verdad es que son sus libros de poemas, sus versos que van y vienen de todos los asuntos de la vida de los seres humanos, los que han puesto su nombre en ese sitio inmaterial y sin dirección postal que alberga la trascendencia de un escritor.
Entre esos cuadernos fundamentales están Suite, Vigilias, Acuarios, Huésped de mi tiempo, Vía única, Pagaré a cobrar, Sobrevivo, Tres poemas, Suma y sigue, Poesía viva, Variaciones en clave de mí, Umbrales, Saudade y su pieza más reciente, Amor sin fin, editado por Visor en Madrid en 2016.



Para que este retrato de la escritora se ilumine con su visión personal hay que decir que Claribel Alegría se considera una buscadora de curiosidad infinita, una buceadora que le gusta llegar a fondo y encontrar cosas nuevas, «ver un árbol y pensar que es un castillo, y las cosas que pasan en ese castillo. Yo no creo que yo sea una persona de ideas, soy más bien una persona de intuitiva que usa mucho la imaginación».
Cree que escribir es una de las razones más importantes de vivir con su familia y sus amigos porque «es un diálogo conmigo mismo en primer lugar. Me pasa cualquier cosa y me pregunto ¿y por qué?, y busco respuesta que sólo puedo encontrar a través de la escritura y, sobre todo, a través de la poesía, que es transparente. También escribo para comunicarme con otros; si no quisiera comunicarme con los otros no publicaría nada. Me gusta comunicarme con los otros, no sólo con los amigos que conozco, sino con otros amigos, con todos, con otras almas que están distantes y que tal vez nunca voy a conocer».
He leído opiniones sobre su obra de algunos de los integrantes de su tribu selecta, incluido el prólogo de José Vasconcelos a su primer libro. Creo, de todas formas, que es mejor dejarla en esta reunión de nicaragüenses en la que Gioconda Belli escribe: «Parafraseando a Rubén Darío, me atrevería a definir a Claribel Alegría como la mujer que tiene corazón de azucena, alma de querubín, lengua celestial».






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