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miércoles, 27 de marzo de 2013

Marcos Ordoñez / Tres miradas sobre Huppert


Isabelle Huppert

Tres miradas sobre Huppert

La actriz francesa acaba de cumplir 60 años, y aún no he atrapado las claves de su arte

Marcos Ordoñez
27 MAR 2013 - 14:49 COT

La actriz más audaz de su generación, la menos previsible, la más fría y la más incendiada. “Interpretar es un juego físico, un enorme placer y un vacío permanente”, le decía este verano a Françoise Santucci en Libération.Y también: “Hay una única manera de abordar un personaje: tiene que resonar dentro de ti. El problema es que siempre se puede depurar más, y ser obsesiva es bueno para el trabajo pero ensombrece la vida”. Acaba de cumplir 60 años y sigue rodando una media de tres películas al año. El anterior se salió por la escuadra y rodó siete. Lógicamente, no hace tanto teatro como quisiéramos, pero cuando lo hace es imborrable. La he visto tres veces en escena, ojiplático, y aún no he conseguido atrapar las claves de su arte. Recuerdo, selecciono, corrijo, remonto. He aquí algunos extractos de mis intentos.
4.48 Psychosis, de Sarah Kane, dirigida por Claude Régy. Teatre de Salt, 2002. “Huppert, genio puro: un escorpión rodeado por un círculo de fuego. Parece una adolescente (camiseta azul, pantalón de cuero, zapatillas negras) que haya vivido 10 vidas y 10 muertes. Asistimos a una resurrección, una restitución: Sarah Kane está viva y respira por su boca y habita en su carne. Control físico absoluto. Un cuerpo desvelado, aprisionado como en un lecho vertical, durante dos horas, sin moverse un centímetro. Una muerta insumisa, puesta en pie ante nosotros. Una inmensa fatiga, una rabia infinita. Unas manos que no dejan de crisparse y retorcerse y enviar mensajes con el lenguaje secreto de los esquizofrénicos. Un rostro desnudo que muestra la emergencia de la calavera, que se transfigura a cada giro de la luz. Un fulgor negro latiendo en el fondo de los ojos arrasados. Cada vez que esa cabeza se mueve, imperceptiblemente, escuchamos el rugido de una torrentera de piedras”.
Hedda Gabler, de Ibsen, dirigida por Eric Lacascade. Lliure, 2005. “Se masajea el tobillo, se enrosca y desenrosca un rizo con el dedo, se frota la nuca, carraspea, tose, se apoya en una sola pierna, y lo maravilloso es que no resulta fatigosa, sino todo lo contrario. Su manera de interpretar a Hedda es algo rarísimo, que quizás podría definirse como método trascendido. Como si hubiera pasado 10 años con Strasberg y luego la hubiera tomado Brook en sus manos para limpiarla. Hay una especie de centrifugado, de tranquilización de los tics del Método. Es un trabajo muy técnico, al servicio de la neurosis del personaje, que fluye con una naturalidad sorprendente. Hasta el menor gesto parece calculado al milímetro, orgánico y estilizado al mismo tiempo. Madeleine Renaud era algo parecido. La superdiva y la antidiva a la vez, la gran dama que puede tener cualquier edad. Y flotando sobre su cabeza, como una aureola, el oscuro perfume de las bestias inexplicables”.
Quartett, de Heiner Müller, dirigida por Bob Wilson. Odéon, 2006. “Se diría que todo el espectáculo está concebido para ella: Wilson como Von Sternberg iluminando a Marlene. La Huppert ya fue Orlando en sus manos: la salamandra que atraviesa todos los fuegos, todas las épocas, todas las reencarnaciones posibles. Quartett es la definitiva confirmación de que estamos ante una médium de muchísimo cuidado, porque sin dejar de ser ella es otra a cada giro: Jeanne Moreau en Los amantes, Deneuve en Belle de jour, Delphine Seyrig en Labios rojos, Micheline Presle en Falbalas. Un rayo ha petrificado su melena rubia en un zigzag lateral. Abre la boca (“Valmont, je la croyais éteinte votre passion pour moi…”) y el texto gira como una rata en una rueda, como Brel cantando La Valse a mille temps. Luego la palabra se hiela y ella la escupe y el salivazo ninja se estalactiza: ni te das cuenta y ya te ha perforado un ojo. Quema lo que toca, y en su paleta están, dispuestos al ataque, todos los tonos de la pasión: gatita falsamente mimosa, tigresa desesperada, loca de amor, muerta a la que no hay quien entierre ni cristiano capaz de dejar de mirarla. No nos deja, no acaba de irse, repite una y otra vez la letanía final mientras una pecera nocturna y lapidaria cruza lentísimamente el escenario y ella es una silueta negra alejándose, con el zapato de tacón colgando de los dedos, ese zapato de tacón que desearías que no cayera jamás”.
Feliz cumpleaños, señora.
EL PAÍS

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