Vargas Llosa: “No debe prohibirse
el arte ni el pseudoarte”
El autor presenta en Madrid 'La llamada de la tribu', su ensayo en el que cuenta la seducción del liberalismo
Jesús Ruiz Mantilla
28 de febrero de 2018
Cuando Mario Vargas Llosa vivía en Londres gobernaba Margaret Thatcher. Él, que llegaba con una maleta rasgada de sueños izquierdistas desde América Latina, se fue pasando al liberalismo. De la líder tory pensaba que cumplía como una excelente primera ministra británica en la patria de Adam Smith. Lo que no sospechaba era que también se convertiría en su prescriptora literaria. “Fue gracias a ella que leí La sociedad abierta, de Karl Popper, y aquel libro cambió mi vida”.
En parte eso es lo que cuenta el Nobel hispano peruano en La llamada de la tribu (Alfaguara). El relato, la confesión de un viaje ideológico. O más bien doctrinario. Porque Vargas Llosa defiende que el liberalismo para él representa una doctrina. Andaba perdido. Los desencantos de la revolución cubana lo fueron expulsando poco a poco de una izquierda en la que militó desde sus años de estudiante en la Universidad de San Marcos. “No quise ir a la Católica, que era de niños bien. Elegí la San Marcos porque pensé que allí encontraría comunistas”. Y los halló. “Cómo éramos en Perú. Pocos y sectarios”.
Después apareció aquel deslumbramiento con los barbudos de Sierra Maestra en Cuba. Recuperó la vista con varias cosas. Los campos de internamiento para opositores, homosexuales y presos comunes. A eso se unió el caso Padilla: “Un poeta que fue viceministro de comercio al que de pronto le acusaron de ser agente de la CIA”. Cayó del burro. “Abandonar aquella ideología fue como colgar los hábitos. Me pasó como a esos curas que de repente abandonan la iglesia, pasan a la vida de seglar y tienen que afrontar toda esa incertidumbre del mundo”.
En pleno fogueo de las dudas, le dio por leer a autores que había descartado de su biblioteca por culpa del dogma anterior. Entre ellos estos siete que conforman La llamada de la tribu: Smith, Ortega y Gasset, Hayek, Karl Popper, Raymond Aaron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel. De todos ellos, le atraen sus diferencias. “El liberalismo es una doctrina con algunas ideas básicas sobre las que luego hay multitud de matices y diferencias. Lo que en otros llegaría a ser irreconciliable, en ellos funciona porque uno de los conceptos básicos es la tolerancia”.
Del encantamiento izquierdista al encaje liberal, Vargas Llosa fue descubriendo las cualidades de la democracia como base del progreso. Una democracia hoy amenazada por quienes desde el populismo se tildan de liberales, como Donald Trump, los impulsores del Brexit o Berlusconi: “¡Trump no es un liberal! ¡Cómo se le ocurre, por Dios! ¡Un tipo que quiere levantar un muro!”.
La inmundicia insular del Brexit, tampoco: “Eso es nacionalismo. Yo estaba allí cuando ocurrió. Fue una decepción absoluta por parte de unos mentirosos". Y respecto al futuro de Italia: “Pobre Italia. La victoria de Berlusconi sería catastrófica. Para echarse a llorar. Pero si hay elecciones libres y los italianos prefieren a ese ser grotesco, a ese payaso otra vez, no queda más que resignarse”.
La actitud contraria reivindica respecto a Cataluña. Nada de plegarse. Le duele especialmente la situación a quien fue vecino de Barcelona durante cinco años: “Quizás los mejores de mi vida. Pero la de hoy, no la reconozco. Aquella Barcelona era la ciudad a donde los españoles iban para sentirse europeos, donde se produjo el reencuentro de los escritores españoles y latinoamericanos que se habían dado tanto tiempo la espalda. Los nacionalistas eran entonces cuatro gatos, viejos y anacrónicos. Ese monstruo de ahora proviene de una ideología profundamente antidemocrática, con un fondo racista, es un virus inoculado por una educación de una ideología tóxica. Nada más que un fetiche. Pero yo confío en que se imponga el seny, como poco a poco van indicando las encuestas”.
Siempre desde el respeto a defender lo que cada uno crea. Porque Vargas Llosa también observa preocupado los últimos episodios de censura: “Hay que defender toda manifestación en libertad. No prohibirla. Ni siquiera cuando es una estupidez o una provocación como esa obra retirada de Arco. Es un principio liberal básico. No debe prohibirse el arte ni el pseudoarte”.
ENCARCELAR AL ESPAÑOL
La reciente iniciativa del Gobierno del PP sobre la lengua no convence a Mario Vargas Llosa. El anuncio de que el 2019 será el año del español y la política derivada de ello quedará bajo el paraguas de la marca España, repele al Nobel. “No se puede encarcelar un idioma. Más cuando hay muchos países que lo sienten como propio. Es un error, bajo mi punto de vista”. Se une así el escritor a las voces críticas con la iniciativa que han rechazado esta semana la propuesta. No solo no la encuentran acertada las instituciones encargadas de la política lingüística como la Real Academia Española, el Instituto Cervantes o la Asociación de Academias de la Lengua, que engloba a los 23 países hispanohablantes. Las voces críticas de los escritores comienzan a sonar.
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