Santos, el malabarista
Las medidas migratorias anunciadas por el presidente Juan Manuel Santos empezaron a funcionar este viernes nueve de febrero. El impacto se sintió enseguida: miles de venezolanos, cuya intención era cruzar la frontera hacia Cúcuta, se quedaron atrapados en su país.
La policía colombiana se plantó, firme, decidida a impedir el tránsito por el puente internacional Simón Bolívar.
No hay duda: el impacto de la emigración venezolana en la región es sustancial. Ninguna nación está preparada para uno de los mayores éxodos de Latinoamérica. Son cientos de miles los ciudadanos que huyen de un país sumido en la barbarie y la miseria. Una nación destruida, corrompida y opresiva.
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Sin embargo, se debe insistir en eso: jamás Venezuela había sido un país de emigrantes. Jamás el venezolano había tenido que huir de su nación. Pero hoy la criminal coyuntura, inaguantable para la mayoría, ha agrietado la mayoría de las familias. Grupos que se aman, separados. Toda una sociedad errante, de nómadas forzados.
Es el resultado de la edificación y consolidación de un sistema autoritario empeñado en instaurar la desgracia. No hay medicinas en Venezuela. Tampoco comida. Y lo poco que se consigue es inalcanzable para el ciudadano promedio. Mientras, también son cientos de miles los que mueren de hambre. Quienes no pueden escapar del drama, deben confrontar la constante presencia del horror.
Sin embargo, este pérfido proyecto jamás habría podido alzarse sin la insoportable complicidad de países de la región. Mandatarios que en su momento prefirieron ignorar los gritos, porque el sonido de los petrodólares en los bolsillos era más atractivo y estridente.
Ahora, cuando la crisis se hace insoportable; cuando lo que por años se advirtió, se concreta; y cuando son ellos los que deben encarar las consecuencias de su connivencia, entonces, ahora sí: ahora ellos sí lo sabían y sí lo alertaron. Ahora son los preclaros de la región, amigos íntimos de la democracia y los derechos humanos.
El 20 de abril de 2017, en medio de una de las crisis políticas más arduas de la historia contemporánea de Venezuela, Juan Manuel Santos, con atrevimiento, escribió: “Hace seis años se lo advertí a Chávez: la Revolución Bolivariana fracasó”.
Bueno, quizá eso lo insinuaría el presidente seis años antes del terrible tuit; pero siete, en 2010, Santos y el tirano venezolano eran íntimos.
Justo después de asumir como jefe de Estado, en unas declaraciones en el marco de la asamblea general de la Sociedad Interamericana de Prensa en México, Juan Manuel Santos respondió a una periodista sobre su relación con Venezuela: “¿Usted quiere que hable sobre mi nuevo mejor amigo?”, refiriéndose a Hugo Chávez.
El dictador, dos días después, dijo lo mismo: “El presidente Santos es mi nuevo mejor amigo”. Terrible y cursi camaradería pública, pero que en su momento estableció los fundamentos de esa relación.
Desde entonces Juan Manuel Santos y el líder chavista se mantuvieron cercanos. El colombiano necesitaba a Hugo para impulsar su antipático proceso de paz. Y, hasta el año 2013, Venezuela fue el principal cliente para las exportaciones de Colombia. Se trataba de un compañerismo alzado sobre intereses económicos y políticos.
Para esos años ya el régimen de Hugo Chávez era denunciado por su carácter autoritario. Era claro el rumbo que había asumido la Revolución Bolivariana. Desde el inicio su objetivo fue desarmar de forma escalonada el valioso sistema democrático y económico.
Lo hizo, siempre tiznado de arbitrariedades. El imperio de la ley fue dilapidado, y ejemplos del momento lo demuestran: siempre deberá ser recordado cuando desde la televisión Hugo Chávez ordenó cárcel para una juez en el año 2010. Afiuni no solo fue sometida a prisión, sino también fue violada y agredida.
Pero a Santos nada de eso le importaba. No consideró, a la hora de estrechar manos, las ilegales expropiaciones, los despidos y el apartheid político; tampoco la corrupción, el desfalco, la existencia de presos políticos y paramilitares armados; las persecuciones y sus vínculos con Fidel Castro.
Cuando murió el tirano, en 2013, Santos aseguró que se trataba de una “gran pérdida para Venezuela y la región”. “Para Colombia y para mí la pérdida de Chávez tiene un significado especia”, dijo.
Pero con la desaparición de Hugo Chávez, quedó claro que la amistad de Santos no era con el hombre, sino con el proyecto que se erigía sobre una amplia chequera. Cuando en medio de una inmensa polémica el Consejo Nacional Electoral —chavista— le otorgó el triunfo a Nicolás Maduro en 2013, el colombiano fue uno de los primeros en felicitarlo.
A las semanas se reunieron en Puerto Ayacucho, en la frontera con Colombia. Hablaron por más de dos horas mientras sobresalía el sonido de la lluvia. Luego de la conversación, el colombiano bromeó: “Dicen que en los matrimonios, cuando llueve, da buena suerte”.
Al año siguiente, cuando Santos fue reelecto, Maduro le devolvió el favor. Lo felicitó y dijo que el pueblo colombiano “ha tomado claramente el camino de la paz”.
A finales de 2015, cuando ya era bastante evidente el verdadero carácter de la Revolución Bolivariana, Juan Manuel Santos sintió la necesidad de reconocer la ayuda de Hugo Chávez a su política interna.
“Si hemos avanzado en este proceso de paz, es gracias a la dedicación y compromiso sin límite del presidente Chávez”, dijo el presidente de Colombia.
Posteriormente, aunque las relaciones con Venezuela empezaron a volverse ásperas, Juan Manuel Santos jamás se atrevió a censurar con generosidad a Nicolás Maduro, quien ya se ha exhibido como un dictador.
El cauce autoritario en Venezuela se acentuó considerablemente luego de la muerte de Hugo Chávez debido a la crisis económica que se manifestó después del desplome de los precios del petróleo. En 2014 hubo una fuerte crisis política en la que el dictador cometió serias violaciones de los derechos humanos y persecuciones.
Y, en medio de esa terrible coyuntura, Juan Manuel Santos entregó al régimen de Maduro al disidente venezolano Lorent Saleh —hoy la dictadura todavía mantiene secuestrado al joven estudiante, quien ha padecido torturas físicas y psicológicas—.
Al año siguiente los crímenes no cesaron. Pero, frente a los graves delitos que su homólogo ejecutaba, Juan Manuel Santos solo era capaz de sugerir el diálogo y el entendimiento entre ambas partes. Se trataba de su proposición más atrevida, siempre incapaz de condenar con contundencia al dictador.
Ahora, a pocos meses de que se termine su tiempo como presidente, es cuando Juan Manuel Santos se ha aventurado a exhibir la racionalidad. Con la grave crisis económica, ya el sonido de las monedas no es escandaloso. Entonces, se descubren los gritos de auxilio. Aquellas súplicas a la región que siempre han estado ahí, pero que por años fueron ignoradas.
Santos se reúne con Rex Tillerson. Dice que es inaceptable lo que ocurre en Venezuela. Ofrece declaraciones de apoyo a los ciudadanos venezolanos. Intercambia insultos con Maduro. Lo llama dictador y dice que la Revolución Bolivariana siempre fue un fracaso.
Intenta mostrarse como campeador a favor de los más fundamentales derechos de los venezolanos. Lo hace, mientras, al mismo tiempo, da la espalda a los miles de ciudadanos desesperados por sobrevivir. Agobiados e impacientes.
Necesitados de un almuerzo, una cena y un desayuno. De la medicina que salve a sus hijos. Venezolanos perseguidos, humillados y sometidos a dantescas políticas de Estado. Pero que ahora deben enfrentar el rechazo de un jefe de Estado que, hipócrita, se muestra solidario de la causa por la democracia en Venezuela.
El paso por Cúcuta es una de las pocas alternativas que tiene el venezolano para huir de la tiranía y hallar la libertad en otros países de la región. Es la vía de la mayoría para conseguir alimentos, medicinas y otros insumos. Es el paso hacia otras tierras donde las familias puedan desarrollarse. Pero ahora Santos ha decidido obstaculizarlo. Obstruir uno de los pocos corredores hacia la libertad. Lo hace luego de colaborar con el chavismo por casi ocho años.
Como muy bien escribe la periodista Sebastiana Barráez: “La decisión de Juan Manuel Santos con relación a la migración venezolana es un acto contra los venezolanos aunque él lo disimule muy bien. Al presidente Juan Manuel Santos se le olvida que si bien es cierto que estamos viviendo una crisis feroz, también somos víctima de su inacción. ¿O es que usted, Juan Manuel Santos, obvia que su guerrilla, sus narcos y sus paramilitares han sembrado nuestra frontera de muerte, dolor y miseria?”.
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