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domingo, 28 de enero de 2018

Héctor Abad / “Pensé vivir en Caracas, pero no quisiera vivir en la Caracas de hoy”

Héctor Abad

Héctor Abad

“Pensé vivir en Caracas, pero no quisiera vivir en la Caracas de hoy”

El escritor y periodista colombiano responde al carrusel de preguntas de este diario


FELIPE SÁNCHEZ
Madrid 29 OCT 2015 - 17:14 COT




El escritor colombiano Héctor Abad el pasado marzo, en Madrid.Ampliar foto
El escritor colombiano Héctor Abad el pasado marzo, en Madrid. SANTI BURGOS

El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) es autor de la novela El olvido que seremos (2006), la historia de su padre asesinado a manos de paramilitares en los años ochenta. Ha escrito otras cinco novelas, libros de ensayo, cuentos y poesía. Abad es una de las principales voces narrativas de su país. También es periodista de opinión en la radio y la prensa escrita, oficio por el que ha sido premiado dos veces en Colombia.
¿Cuál fue el último libro que le hizo reír a carcajadas?
Más bien fue un cuento: Nonita, una parodia de Lolita hecha por Umberto Eco.
¿Qué significa ser escritor?
Lo mismo que ser ingeniero: en vez de puentes, edificios y carreteras, construimos novelas.
¿Qué quería ser de pequeño?
Me avergüenza reconocerlo: quería ser rico. Tal vez porque casi siempre que pedía algo mi mamá decía: “¿Crees que somos ricos?”.
¿Dónde no querría vivir?
A finales del siglo pasado pensé en vivir en Caracas. No quisiera vivir en la Caracas de hoy.
¿Con quién le gustaría sentarse en una fiesta?
Con cualquiera de mis siete amigos o mis tres amigas.
Si fuera a una de disfraces, ¿de qué se disfrazaría?
Como no voy a fiestas de disfraces iría de hombre invisible, perfectamente invisible.
¿Shakespeare o Cervantes?
Soy bígamo.
¿Messi o Cristiano Ronaldo?
No sé de qué me está hablando.
¿Quién sería su lector perfecto?
Una dama muy joven, separada, como en el poema de Gil de Biedma.
¿Cuál es su rutina para escribir?
Tengo horario de ordeñador. Madrugo mucho y exprimo las teclas de cinco a nueve, casi siempre en ayunas. Escribo como rezan los monjes, con devoción.
¿Cuál es su lugar favorito en el mundo?
El lago de La Oculta, al atardecer, en el suroeste de Antioquia.
¿Qué snack come mientras trabaja?
Tomo té verde, sin azúcar, calentado en un pequeño samovar.
¿Cuándo fue la última vez que lloró?
Si no llevo mal las cuentas, lloro todos los meses, aunque muy poco, si acaso una gota solitaria. Decía Karen Blixen que la solución es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar.
¿A qué edad se dio cuenta de que quería ser escritor?
A los 13. Y sigo en mis 13.
¿Qué libro regalaría a un niño para introducirlo en la literatura?
Pippi Calzaslargas, de Astrid Lindgren.
¿Qué libro le cambió la vida?
La Historia de la filosofía occidental, de Bertrand Russell.
¿Qué libro le hubiese gustado haber escrito?
Los poemas de Alberto Caeiro, el heterónimo que más quiero de Pessoa.
¿Qué le reprochan sus amigos?
Que diga tantas veces sí a cosas que debería decir no.
¿Cómo fue su primera borrachera?
En la casa de mis padres había una colección de botellitas de licores dulces de colores: mentas, orujos, aguardientes, puscafés… Yo era niño y vomité las tripas; nunca más he sido capaz de tomar licores dulces.
Si pudiera tener un superpoder, ¿cuál sería?
Ya lo tengo: leo mentes.
¿Qué le diría al presidente Santos?
Que dedique una tajada más grande del presupuesto a la protección del agua, las bicicletas y los bosques.
EL PAÍS




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