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domingo, 3 de septiembre de 2017

Jacques Chirac / El hombre que renunció al amor por poder





Jacques Chirac

El hombre que renunció al amor por poder


Chirac un romance con una periodista, a la que plantó para continuar con su carrera hacia política. Las cartas que le envió fueron robadas por la mafia.





ENRIC GONZÁLEZ 
París, 22/10/2016 03:50



La temporada editorial francesa abunda en libros sobre la vida sentimental de los presidentes. Casi al mismo tiempo que las cartas de François Mitterrand a Anne Pingeot (73), el amor imposible de toda una vida, Laureline Dupont y Pauline de Saint Remy han publicado Jacques & Jacqueline, el relato del amor frustrado entre Jacques Chirac (83) y la periodista Jacqueline Chabridon (76). Se trata de una historia triste. Duró dos años, los que transcurrieron entre los veranos de 1974 y 1976, cuando Chirac era primer ministro del presidente Valéry Giscard dEstaing. No pudo durar más porque Chirac, cuya lista de amantes es interminable, esa vez iba en serio.



Jacques Chirac estaba enamorado de verdad. Quería divorciarse para casarse con Jacqueline. Y eso era inaceptable para el pequeño grupo de asesores-conspiradores (Marie-France Garaud, Pierre Juillet, Charles Pasqua) que preparaba ya la carrera de Chirac hacia El Elíseo. En aquella época resultaba inverosímil que un hombre divorciado alcanzara la presidencia. Y, obligado a elegir entre el amor y el poder, Chirac cedió. Ni siquiera fue él quien rompió con Jacqueline: de ese trabajo sucio se encargó Marie-France Garaud, durante un almuerzo en un restaurante. Jacqueline intentó suicidarse. Hoy, más de cuarenta años después, está casada con el prestigioso neurólogo Olivier Lyon-Caen (69). Quien, a su vez, es uno de los médicos que atienden a Chirac, aquejado de alzheimer. Es uno entre los varios sarcasmos de esta historia.


El romance comenzó de una forma banal. Françoise Giroud, cofundadora y gran patrona del semanario LExpress, al tiempo que secretaria de Estado para la Condición Femenina, había comprobado que los políticos se mostraban más relajados y locuaces ante las periodistas jóvenes y hermosas (suena crudo, pero la propia Giroud hacía gala de ello) y para componer un perfil sobre el nuevo primer ministro, Jacques Chirac, de 44 años, el jefe de Gobierno más joven de la Quinta República, eligió a una reportera de 36 años, izquierdista, especializada en cine y rotundamente bella. La reportera estaba casada con un alcalde socialista, Charles Hernu, que seis años más tarde sería ministro de Defensa con François Mitterrand, el hombre que, como alcalde de Chateau Chinon, había oficiado su ceremonia de boda. Jacqueline Chabridon, la elegida, empezó a acompañar a Chirac en sus desplazamientos y a observarle de cerca. En un par de semanas, Jacques y Jacqueline eran ya más que buenos amigos.

Jacqueline, menuda, dulce, votante de François Mitterrand en las presidenciales de 1974, descubrió que el Chirac detestado por la prensa progresista (Chirac le Facho, le apodaba Le Canard Enchainée), el tipo alto, bien parecido, enérgico, glotón y gaullista hasta la médula, era en realidad un hombre simpático y cordial. Jacques, incorregible tombeur de femmes, descubrió que con aquella chica no sólo quería pasar las noches. También los días.

Bernadette, la esposa de Chirac, se alarmó. Estaba habituada a las infidelidades de su marido, pero aquello era distinto. Desde que se conocieron en la muy selecta Escuela de Ciencias Políticas, Bernadette, rica y de buena familia, profundamente católica, inteligente y ambiciosa, había delegado en Jacques su propio destino: ya que ella no podría nunca ser presidenta ni jefa de Gobierno, porque entonces era impensable que una mujer alcanzara los máximos puestos políticos, iba a casarse con alguien que sí tuviera posibilidades de llegar a la meta. Bernadette era esposa y consejera. Como consejera, aguantaba el lado tarambana de Jacques. Era algo común entre los políticos. Todo el mundo sabía, por ejemplo, que el presidenteGiscard dEstaing, el muy católico y aristocrático jefe del Estado, mantenía un romance con la actriz Mireille Darc. Otra cosa era el amor. Bernadette temía que Jacques estuviera realmente enamorado, y a punto de enviar su matrimonio y su carrera a hacer puñetas. Tenía que hacer algo.

Bernadette Chirac fue a visitar a Marie-France Garaud, la mujer extraordinaria y siniestra que dirigía la carrera política de su marido. Ambas, pese a la antipatía recíproca, se pusieron de acuerdo. Había que separar a Jacques y Jacqueline. La cosa era realmente urgente porque Jacqueline se había separado ya de Charles Hernu y Chirac, con total desfachatez, había organizado una visita de Estado en plenas Navidades a Guyana con el único objetivo de estar con su amada. El séquito del primer ministro, que incluía a numerosos periodistas, contempló a corta distancia la relación entre los dos. La revista Le Nouvel Observateur empezó a preparar un largo reportaje, lleno de guiños y sobreentendidos (ciertas cosas no podían decirse directamente) pero con un titular de portada rotundo: El picadero del primer ministro. Tenían pruebas de que el apartamento donde se encontraban Jacques y Jacqueline se pagaba con dinero público.

Poco antes del verano de 1975, los asesores de Jacques Chirac le convocaron a una reunión. Chirac creía que iban a hablar de su inminente dimisión como primer ministro para preparar el asalto a la alcaldía de París y, desde allí, la carrera hacia El Elíseo. Cuando entró en la sala y vio los rostros lúgubres de Marie-France Garaud, Pierre Juillet, Charles Pasqua y Jacques Friedmann, sospechó de qué se trataba. Fue una reunión tensa, de pocas palabras, que concluyó en ultimátum: si Chirac no abandonaba cualquier proyecto de vida en común con Jacqueline, si no dejaba de verla, si no la olvidaba, ellos daban por enterrada su carrera política y dejaban de apoyarle. Sin ellos, Chirac no podía hacerse con el control del gaullismo ni aspirar a nada. Y Chirac cedió. Hundido, le pidió a Garaud que se ocupara de decirle a Jacqueline que todo había acabado. Garaud lo hizo a su manera, de forma brutal: citó a Jacqueline en un restaurante, llegó casi una hora tarde, le dijo que tenía que sacrificarse por la patria y que ya podía ir olvidándose de Jacques Chirac.

Pocas semanas después, el apartamento de Jacqueline fue asaltado. No desapareció ningún objeto de valor. Los ladrones sólo se llevaron las cartas que le había enviado Jacques Chirac. Charles Pasqua, futuro ministro del Interior, se ocupó de la tarea: encargó el trabajo a sus amigos de la mafia corsa. Ese invierno, Jacqueline Chabridon intentó suicidarse. Sobrevivió. En los años siguientes trabajó como jefa de comunicación de grandes empresas francesas. En 1985 apareció la novela Nous nous aimerons jusquaux presidentielles (Nos amaremos hasta las presidenciales), escrita por una amiga íntima de Jacqueline, que relataba, bajo nombres falsos la frustrada historia de amor entre el político y la periodista.

Jacques Chirac fue presidente de la República Francesa entre 1995 y 2007. Tiene 83 años. Cayó hace unos años en la oscuridad del alzheimer. Su esposa Bernadette, en cambio, goza de buena salud a los 83 años y ocupa un cargo político, el de consejera general de la región de Corrèze. Recientemente hizo unas declaraciones a la televisión pública francesa: "Muchas mujeres quisieron quedarse con mi marido, pero ya ven, al final gané yo". Fue ella quien eligió a Olivier Lyon-Caen, actual marido de Jacqueline Chabridon, como neurólogo de cabecera de Jacques Chirac.


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