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miércoles, 19 de julio de 2017

García Márquez / Historias perdidas


GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ



HISTORIAS PERDIDAS

Un joven de Checoslovaquia abandonó su país con el ánimo de hacer fortuna. Al cabo de veinticinco años, casado y rico, volvió a su pueblo natal, donde su madre y su hermana tenían un hotel. Sólo por hacerles una broma, el viajero dejó a su esposa en otro hotel del poblado y tomó una habitación en el hotel de la madre y la hermana, quienes no le reconocieron después de tantos años de separación. Su propósito, al parecer, era identificarse al día siguiente durante el desayuno. Pero a media noche, mientras dormía, la madre y la hermana lo asesinaron para robarle el dinero.
Este es el nudo de El malentendido, la conocida obra de teatro de Alberto Camus, inspirada en una de esas historias sin origen cierto que la tradición oral transmite -con muy ligeras modificaciones-, no sólo en el espacio, sino también en el tiempo. Roger Quillot, autor de las notas con que el drama de Camus fue publicado en la edición de La Pléyade, dice que la historia se encuentra con muchas variantes en numerosos países y que desde la Edad Media aparecía en la tradición oral o en la Prensa. "M. Paul Benicaou me señaló en particular una vieja canción de Nivernais, El soldado muerto por su madre", escribe Roger Quillot. "De igual modo, en Mon Portrait, de Louis Claude de St. Martin, se refiere esta historia como un caso policiaco que habría ocurrido en Tours en junio de 1796. Por último, el escritor latinoamericano Domingo Sarmiento asegura que la misma leyenda es muy conocida en Chile, y una acción idéntica es el tema de la tragedia titulada El 24 de febrero, de Zacarías Werner".
No sé si existía, aunque debería existir, una antología de esas historias que se repiten por todo el mundo y de las cuales -quienes las cuentan- aseguran haber sido testigos presenciales, o bien los narradores mienten, cosa que es muy probable, o bien es cierto que las historias ocurren como y otra vez a través de distintas culturas y de épocas diversas. Una de ellas, de las cuales se ha hablado otras veces en esta columna, es la del automovilista que recoge en la carretera a una mujer solitaria, que desaparece de su asiento vecino en el transcurso del viaje. Hay un dato constante: en todas las versiones de los distintos países, en el sitio donde la mujer es recogida ha habido un accidente atroz en el que ha muerto una mujer vestida del mismo modo. La última vez que escribí sobre esto recibí numerosas cartas en las que me decían que el mismo caso había ocurrido en lugares diversos, y en algunas se daban hasta los nombres de los protagonistas. Alguien me mandó la fotocopia de varias páginas de un libro de mi amigo el escritor catalán Manolo Vázquez Montalbán, que había sido publicado mucho antes de que la Prensa francesa publicara la historia como ocurrida en el verano anterior. Vuelvo al tema ahora porque un amigo de México, cuya palabra no se puede poner en duda, me cuenta que vivió la misma historia un día de la semana pasada, a pleno sol, cuando regresaba desde Taxco a la ciudad de México por una autopista tan concurrida que uno se pregunta a veces cómo es que no se han instalado semáforos en algunas esquinas.
Sin embargo, la más extraña, horrorosa y complicada de estas historias recurrentes se supone que ocurrió en algún lugar de Afganistán hace muchos años. Es la de un hombre que se encontró por casualidad en un mercado con una mujer que le pareció la más bella del mundo. De acuerdo con las costumbres locales, no trató de seducir a la hermosa con los sanos recursos occidentales, sino que concertó la boda con sus padres. La muchacha aceptó por obediencia, pero le puso al marido la condición no sólo de dormir en habitaciones separadas, sino también la de no tener ningún tipo de relaciones sexuales, salvo en las escasas ocasiones en que ella lo dispusiera. El marido se sometió a semejantes normas contra natura hasta una noche en que descubrió que su esposa solía escapar de la casa mientras él dormía para visitar un amante secreto, que mantenía desde antes de su matrimonio en una cabaña no muy distante de la suya. Entonces el marido la siguió armado con su espada, esperó a que ella saliera de la casa ajena para volver a la suya y decapitó al amante con un tajo certero. Luego limpió la espada con tanto cuidado que cuando la esposa la examinó -sospechando quién podía ser el autor del crimen- no encontró ningún rastro que le permitiera culpar al marido. Este, por su parte, coronó por fin su ambición de dormir y folgar con la mujer más bella del mundo, la cual terminó por ser feliz con él y le dio tres hijos. Muchos años después, cuando pasaron por casualidad frente a la cabaña del amante muerto, la mujer no pudo disimular su nerviosismo y le pidió al marido que se alejaran de allí lo más pronto posible. Entonces el marido cometió la imprudencia que lo delató. "En aquel tiempo no tenías tanta prisa", dijo. La mujer no hizo ningún gesto revelador, pero aquella noche, cuando el marido regresó a su casa, encontró a los tres hijos decapitados con la misma espada con que él había decapitado a su rival y nunca más en su vida volvió a tener la menor noticia de la mujer más bella del mundo.
La historia, con toda clase de variaciones, se repite con frecuencia por todas partes; pero el último que lo contó fue un profesor universitario que aseguró haber estado en Afganistán y haber conocido al protagonista. Y añadió un dato terminante: el hombre tenía una cicatriz en la espalda, causada por su propia mujer con la espada insaciable cuando trató de decapitarlo también a él. Esto convertiría en contemporánea una historia que se suponía muy antigua, de los tiempos en que las espadas se anticipaban a las armas de fuego en los crímenes pasionales, y cuando no era posible concebir una historia con un final feliz, de esos que hoy se consideran como un desastre literario.
Leí Las mil y una noches cuando apenas empezaba a tener uso de razón, y tal vez sea una más de las razones por las cuales las sigo apreciando como mi libro inolvidable. Ahora bien: cada vez que oigo contar la historia del amante decapitado creo emociones dormidas en aquellas lecturas brumosas de mi infancia, pero no logro encontrar la historia en las distintas versiones que tengo de los relatos fantásticos de Scherezada. Tropiezo siempre, en cambio, con otra parecida y tremenda: la historia de la mujer que en su casa sólo comía granitos de arroz, uno por uno y pinchándolos siempre con un alfiler, hasta que su marido descubrió que no comía porque de noche escapaba de la casa para irse a comer muertos en el cementerio. Y tropiezo con otra de las más hermosas que he leído jamás: la historia del pescador que le pide a su vecino un plomo para su red, con la promesa de que le dará a cambio el primer pescado de la jornada. Cumple su promesa, y cuando la mujer del vecino destripa el pez para prepararlo, le encuentra en el estómago un diamante del tamaño de una avellana. Encuentro estas y muchas historias de maravillas, pero no logro encontrar el origen de la otra terrible de la mujer más bella del mundo que decapitó a sus tres hijos porque el marido había decapitado al amante. ¿Habrá un lector benévolo que me ayude a encontrarlo?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 23 de febrero de 1983

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