Alien, el pasajero perdido de una nave sin futuro
Hoy, nos despedimos de la criatura de Ridley Scott cuando salimos del cine y nos vamos a comer una pizza. Antes, nos inseminaba en la butaca y volvía a casa con nosotros. ¿Qué pasó?
TRADUCCIÓN de MERITXELL ALMARZA
16 MAY 2017 - 16:13 CDT
(Aviso de spoiler: si no has visto la recién estrenada Alien: Covenant y quieres verla, no leas el texto antes de hacerlo.)
En una poesía de principios del siglo XIX está la clave para la tragedia, la de la humanidad y la del creador de Alien: el octavo pasajero.
"Hay algo escrito en ese pedestal:
'Soy Ozymandias, el gran rey. ¡Mirad
Mi obra, hombres de poder! ¡Desesperad!':
La ruina es de un naufragio colosal.
A su lado, infinita y legendaria
En la recién estrenada Alien: Covenant, la poesía la evoca un robot, o "sintético", como lo llaman en la película. Se llama David, como la estatua de Miguel Ángel. David habla con otro sintético, que se llama Walter. Y le dice que la poesía es del poeta inglés Byron. En ese momento, algunos de entre el público se sobresaltan: ¿Ridley Scott, el director de la película, se ha equivocado? ¿Los guionistas se han equivocado? No se puede cometer un error como este en una película de tamaña magnitud. ¿Qué quiere decir, entonces? Después, Walter corrije a David, de un hermano aindroide a otro: la poesía no es de Byron, sino de otro poeta, Percy Shelley.
Al humanizarse, el robot concluye que la humanidad es un error
El error del que fue diseñado para no cometer errores indica que el androide se humaniza. Y la tragedia, para los humanos de la nave espacial Covenant, es justamente la humanidad del sintético. Al pensar por sí mismo, al ser capaz de tomar sus propias decisiones, David concluye que la humanidad es un error. Y, así, los 2.000 colonos que viajan en la nave hacia un planeta donde podrán empezar de nuevo, en la opinión de David, no tienen derecho a la "resurrección". La especie humana, que destruye su propio planeta, no tiene que tener derecho a un nuevo paraíso que posiblemente también destruirá. ¿Se equivoca David, el robot que se humaniza, al pensar así? ¿O solo se equivocó al confundir Byron con Shelley?
Tal vez la respuesta esté en el nombre que no está, pero que está. Mary Shelley, mujer de Percy y amiga de Byron, es la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo, la obra clásica en la que un científico osa ser dios y crear vida. Su criatura, como sabemos, está hecha de pedazos de humanos muertos y, al "nacer", no es físicamente perfecta como su padre la idealizaba y, por eso, la rechaza. Pero el "monstruo" mira a los humanos —no a su cuerpo, sino a su alma— y también se horroriza.
La monstruosidad de este hijo renegado es también la de señalar la monstruosidad del padre. En Alien: Covenant, en cierta medida, sucede lo mismo. David, el androide humillado por su creador y por la humanidad, desprecia la especie a la vez que se humaniza más y más en su transcurso trágico. El que es diferente se iguala a los que reniegan de él exactamente cuando los destruye.
Sobre creadores y criatura
El director británico Ridley Scott, que hoy tiene 79 años, dirigió la película fundadora Alien: el octavo pasajero (1979), una obra decisiva para convertirlo en uno de los realizadores más importantes de la segunda mitad del siglo XX. A continuación, produciría otro clásico de ciencia ficción, Blade Runner (1982), basada en la obra de Phillip K. Dick, que vuelve este año dirigida por otro cineasta. En el primer thriller de la saga Alien, el "monstruo", un organismo perfecto con gran poder de destrucción y un apetito feroz por la vida, acaba con la tripulación de la nave Nostromo. La película se ha convertido en un clásico de la ciencia ficción —o del terror espacial— y ha creado una horda de fanáticos de Alien.
Para los menos obsesionados con Alien, hay que explicar que, después de la primera película, hubo tres más. La segunda —Aliens: el regreso (1986)— la dirigió el canadiense James Cameron. Ya tenía un éxito a sus espaldas, Terminator, y después produciría otros, como Titanic y Avatar. Alien 3 (1992) tuvo una producción agitada y la dirigió David Fincher, que se estrenaba en la gran pantalla pero que más tarde haría películas importantes como El club de la pelea y La red social. La cuarta —Alien: resurrección (1997)— es del francés Jean-Pierre Jeunet, que se había dado a conocer con Delicatessen y que, curiosamente, después de un Alien terrorífico, haría el hit de la candidez máxima: Amélie.
Por lo tanto, Ridley Scott vio como su hijo más original arrasaba por lo menos otro planeta y viajaba clandestino en diferentes naves espaciales en manos de otros mientras él emprendía diferentes proyectos cinematográficos. Y solo años después, ya en la segunda década de este siglo, decidió volverse a apropiar de su criatura para enfrentar la pregunta no respondida por sus sucesores: el origen de Alien y los porqués. La primera película se llama Prometheus, lanzada en 2012. Alien: Covenant, ahora en los cines, es la segunda. Y se anuncia que vendrán por lo menos otras dos.
Ya no hay más futuro... ni espacio
Ozymandias, el poema de Percy Shelley, evocaba a Ramsés II, uno de los más poderosos faraones de Egipto, reducido a una estatua en ruinas en el desierto. En Alien: Covenant, el poema se recuerda para expresar la caída de los padres creadores de la humanidad, buscados y encontrados en Prometheus. Y anunciar la caída de los humanos, padres creadores de los robots que sostienen la conversación. El poema habla de la fugacidad del poder y también de la mortalidad y el olvido. Del polvo de donde venimos y del polvo al que volveremos mientras la vida sigue su curso sin aquel que un día se consideró insuperable e indestructible. En Alien: Covenant, no solo un individuo, sino una especie entera.
Ozymandias se ha convertido en una referencia en la cultura pop. Por ejemplo, fue el nombre del capítulo decisivo de Breaking Bad, una de las series de televisión a las que más se rinde culto en este momento en que las series se han convertido en la expresión cultural que mejor refleja el tal espíritu del tiempo. Cuando tomamos una referencia del pasado para hablar del futuro en el presente, como hace Ridley Scott, corremos el riesgo de que la cita nos cite más allá de lo que hubiéramos deseado.
La nave ya no es la caravela que nos lleva al nuevo mundo, sino el presente en el que estamos confinados
Tal vez Ozymandias indique la imposibilidad de crear un futuro distópico que ya no pertenezca al pasado. O, en otras palabras: el futuro distópico es el pasado. Algunos meses atrás escribí aquí sobre los efectos que se producen en el presente al no conseguir imaginar un futuro que no sea una distopía, en la medida en que el presente también está determinado por el futuro que somos capaces de imaginar. Alien: Covenant quizás señale la imposibilidad de esta época de imaginar cualquier futuro, ni siquiera uno distópico.
Esta es una de mis hipótesis para la pérdida de potencia de Alien como obra capaz de dialogar con nuestros horrores más profundos, algo que las primeras cuatro películas consiguieron de forma magistral. La nueva saga es, en cierto modo, mucho menos un cuento de terror y más un intento de crear una distopía. Aún cuando se vuelve al pasado de Alien, o de la propia creación humana, Ridley Scott apunta al futuro. Pero quizás ya no sea posible crear un futuro distópico, lo cual hace que la nueva saga también se enrede en citas y creaciones de otros sin conseguir crear una síntesis propia. Por lo menos por ahora.
Esta es la tragedia de Ridley Scott como padre creador de este tiempo. Él es, como buena parte de la población actual, un humano del siglo XX que llega al siglo XXI sumergido en un presente que es, en sí mismo, una distopía. Pero una distopía en que las referencias ya no sirven. Se buscan desesperadamente los mitos fundadores, se reciclan los personajes arquetípicos y se reeditan las tragedias clásicas, pero ya son oráculos sin respuestas, porque nosotros, los que interrogamos, estamos condenados al presente. Ya no podemos ni siquiera contar con el espacio como fuga. Y la Tierra, el único planeta que tenemos, se parece cada vez más a una nave superpoblada y demasiado averiada, de la cual nada muestra que se pueda salir.
Y así, giramos todos en falso. Y la película de Ridley Scott también gira en falso. Paralizados por la imposibilidad de imaginar un futuro, cualquier futuro, ya no conseguimos dialogar con nuestros mitos como antes. Este es el vacío que, contrariando la lógica, no se llena. No la falta que produce movimiento de búsqueda, sino el vacío paralizante.
La nave ya no es la caravela que nos lleva al nuevo mundo, o al paraíso perdido. La nave es el presente en el que estamos confinados. En los blancos pasillos claustrofóbicos viajamos con la destrucción que cargamos.
Para no decir que no hablé sobre madres
En el primer Alien, como en los tres que lo siguieron, había dos protagonistas. Este otro al que llamamos monstruo, o "xenomorfo". Y la humana que lucha contra él, interpretada por Sigourney Weaver. Alien, la criatura, fue creada por un artista suizo fascinante, H.R. Giger. Creaba a partir de sus sueños, que anotaba. Y, durante la creación de Alien, cuenta que también leyó El libro de los sueños de Freud. La criatura es una creación colectiva de todos los que la formaron, pero tiene el ADN inconfundible de Giger. Y proviene del espacio insondable del inconsciente, de todo aquello que permanece hibernando, esperando una oportunidad para emerger. Todo aquello que somos nosotros y los otros que habitan en nuestras profundidades abisales. El espacio, lo desconocido, está dentro, no fuera.
Alien, este extranjero íntimo hecho de la materia de los sueños, despierta nuestros miedos más profundos e inconfesables
Fue por estar hecho de la materia de los sueños que Alien, el primero, provocó tanto horror e identificación entre el público y se convirtió en aquella pesadilla que tenemos que repetir y repetir y repetir de nuevo. Como los niños que piden que les contemos aquella historia inquietante otra vez y otra y otra. Alien es un cuento de hadas para adultos que dialoga con nuestros miedos más profundos e inconfesables. Todos los creadores son intérpretes. Y al encarnar la pesadilla, transformándola en una criatura, en un alienígena que es, a la vez, extranjero e íntimo, sus creadores engendraron algo original.
Alien, la criatura, aparece poco y siempre rápidamente en la primera película. Hecho de la materia de los sueños, solo puede vislumbrarse. Cuando aparece, el monstruo continúa, en cierto modo, oculto. Si no fuera por esta decisión de los realizadores, Alien seguramente sería solo una película B de terror espacial que se olvidaría en seguida.
En su primera aparición, la criatura le revienta el pecho a un hombre, de dentro hacia fuera. Es espeluznante, pero no solo porque es espeluznante en sí, sino porque es un parto. No solo el miedo, sino una inquietud profunda y visceral, provocada por la escena, hace que muchos abandonen el cine. Al tener contacto con los huevos de la criatura desconocida, un hombre fue violado y fecundado por la boca, como vimos en escenas anteriores, y ahora un bebé Alien nace de su pecho. Y lo mata al nacer. La criatura que se esconde y crece velozmente en los pasillos oscuros de la nave espacial evoca un falo.
En esta primera película, se establece que la protagonista que combate al alienígena y le sobrevivirá es una mujer. Sigourney Weaver, la teniente Ripley que protagonizará las cuatro primeras películas, es muy alta, delgada, cabellos cortos. Ya en el estreno, Alien esboza (también) un cuento de terror erótico en el cine. Y el erotismo velado, el erotismo que dialoga con nuestras pulsiones más profundas, forma parte del éxito que lleva al constante retorno de Alien. Vale recordar que, al final, Ripley extermina ese pito gigante y amenazador, el alienígena que penetró en la nave. Y que volverá en la próxima película. Y en la próxima. Y en la próxima.
A partir de la segunda película, el enfrentamiento se vuelve casi que exclusivamente femenino. O materno. Sabemos al principio que la teniente Ripley vagó por el espacio durante más de 50 años después del encuentro con Alien, como única superviviente de la nave Nostromo. Cuando finalmente la encuentran y la despiertan, descubre que su hija ya ha muerto de vieja. Mientras Ripley dormía, el planeta donde su tripulación encontró al Alien ha sido colonizado. Y ahora, la empresa que financió la ocupación y la controla envía a Ripley de vuelta porque hay señales de que la población ha sido diezmada.
Ripley encuentra a una única superviviente, una niña que tiene más o menos la edad de la hija que dejó. Descubrimos entonces que la criatura se reproduce de forma parecida a las abejas. Hay una reina, que protege a su prole. El enfrentamiento pasa a ser entre estas dos madres terribles, la humana y la otra. Cada una queriendo garantizar la continuación de su especie. Primero, ambas envían a sus respectivos soldados. Después, el enfrentamiento se produce entre ellas dos. James Cameron fue brillante al filmar este encuentro de maternidades feroces.
¿No son todos los hijos alienígenas mientras se engendran en el interior de la madre?
Pero la inmersión en este femenino visceral se vuelve más compleja a partir de la tercera película, de David Fincher, que transcurre en un planeta que es, todo él, una prisión de máxima seguridad solo ocupada por hombres, una parte de ellos convertida a una especie de religión evangélica. Ripley, al despertar, descubre que también ha perdido a su hija adoptada, aquella niña a la que había conseguido salvar. Y, de nuevo, la protagonista penetra en un mundo totalmente masculino. Rodeada de hombres —y uno de ellos intentará violarla—, será ella quien decida el futuro. De nuevo.
Ripley descubre que la criatura la fecundó. Dentro de ella hay una reina que ahora forma parte de ella misma. Ripley toma una decisión: se sacrifica, suicidándose, como única forma de matar a la hija indeseada que lleva dentro. Se incinera. ¿No son todos los hijos alienígenas mientras se engendran en el interior de la madre?
Y así, la saga de Alien va alcanzando nuevas capas de tabús y de pesadillas. Esta escena, que es al mismo tiempo un sacrificio y un filicidio, es bellísima.
En la cuarta película, que cierra la primera tetralogía, Ripley resucita en una nave militar como resultado de una clonación. Ella es humana, pero también es alienígena, ya que la clonación se ha producido a partir de lo quedó de ella y de su hija. El insconsciente, ese lugar en que los otros que somos respiran, ahora se encarna. Ripley se transforma en su pesadilla. En este nuevo cuerpo, aparentemente humano, la criatura acecha con sus ojos.
En esta forma Ripley mata a aquel que está en posición de hijo. Un hijo que, en la transgresión de la clonación, es suyo y de la otra, a la vez. La reina, ahora también con ADN humano, ya no pone huevos. Ahora gesta y parirá con dolor. Pero entre estos dos personajes que ocupan la posición de madre con relación a la criatura que nace, pero a la vez familiares una de la otra, el hijo escoge a Ripley, la humana —o la más o menos humana—. Y matará a la alienígena —o más o menos alienígena—. Es una tragedia matricida. Ripley se reconoce en la mirada de este hijo monstruoso y, más tarde, lo matará violentamente para salvar a una androide que, aunque sintética, se parece mucho más a la hija que le gustaría tener. Ripley llora por este hijo mientras escucha sus gritos de dolor. Son escenas terribles. Y muy, muy inquietantes.
La primera saga Alien evoca un femenino feroz que huye de los clichés
La saga alcanza capas todavía más profundas de pulsiones humanas que la mayoría preferiría transferir a alienígenas. Quizás a tal punto, que termina. Las dos últimas películas de la tetralogía fueron masacradas por la crítica, en mi opinión injustamente. Son películas que traen un femenino feroz. En ellas, los machos de cada especie son meros personajes secundarios, lo cual puede haber molestado a algunos. Hasta en este sentido, la saga Alien rompe un tabú. Ripley es una de las primeras mujeres protagonistas de una película de terror en el espacio. Y el erotismo, al igual que la maternidad que conjura, huye de los clichés. Hay algo en Ripley que sobrevive película tras película también para seguir inquietándonos.
En la primera década de este siglo, la criatura volvió en películas que la colocaban en oposición a otro personaje del cine, un cazador alienígena llamado "Predator" o "Depredador". El primer Alien vs. Predator o Alien contra Depredador es competente como diversión, el segundo es peor que malo. Pero, en ambos, Alien deja de inquietar y se transforma solo en una criatura más. La pesadilla aquí es la habitual: la reducción de todo a la vulgaridad del entretenimiento.
Y entonces Ridley Scott vuelve para contar el origen de Alien.
Para no decir que no hablé sobre padres
La idea de tener a una mujer como protagonista en el primer Alien fue del productor Alan Ladd Jr., entonces presidente de la Fox. Los guionistas habían dejado abierta esa posibilidad al decir que todos los personajes podían ser hombres o mujeres. La saga seguramente no sería lo que fue ni hubiera seguido los caminos que siguió si no fuera por esa decisión que lo cambió todo. En la nueva saga Alien, dirigida por Ridley Scott, las mujeres todavía son importantes. Pero ya no está Sigourney Weaver, lo cual marca una diferencia enorme. Y el protagonismo está sesgado.
Las heroínas, mujeres con un biotipo y una estética semejantes a los de la teniente Ripley, excepto en la altura, son personajes mucho menos interesantes. Todavía existe la conexión visceral y la erótica con la criatura: en Prometheus, el personaje de Noomi Rapace no conseguía quedarse embarazada mientras la fecundación era exclusivamente humana, pero se quedó embarazada cuando su novio se contaminó con un alienígena. Después, esta madre se hace una cesárea para arrancarse el hijo monstruoso, que tendrá un papel crucial más adelante.
En Alien: Covenant, el personaje de Katherine Waterston tiene algo de Bambi. Pierde a su marido al principio de la película. Con él tenía el proyecto de construir una cabaña a orillas de un lago en el nuevo planeta. Entonces, el personaje crea una relación afectiva con el robot, al que trata con humanidad. Y él la salva. Sí, porque ahora las heroínas necesitan que los hombres las salven, aunque tengan pitos sintéticos. En cierto modo, ella pone al robot en el lugar simbólico de marido, lo cual puede provocar algunas pesadillas al público masculino. Al final de la película, poco antes de dormirse para la próxima etapa del viaje, hace una pregunta muy cursi: "¿Me ayudarás a construir una cabaña?".
En la nueva saga, los hombres siguen muriendo, pero la figura masculina resurge en la piel sintética del androide
En este momento, el terror se reedita, para preparar al espectador para la próxima película, y queda claro que la bella tendrá pesadillas, ya que el androide superviviente tiene planes muy diferentes. Pero la desgracia ya se ha consumado: una de las últimas frases del personaje femenino de una saga en la que las mujeres conquistaron protagonismo en un territorio históricamente masculino, el de la ciencia ficción, podría haberla pronunciado Blanca Nieves.
Pero ni la mujer ni la criatura son, de hecho, protagonistas de este retorno de Ridley Scott. Y, si los hombres eran personajes secundarios en la saga antigua, en la nueva también solo sirven para morir. Sin embargo, resurgen como una creación más perfecta, en la piel de la "persona artificial". Así, el protagonista ahora es el "sintético", interpretado por el impecable Michael Fassbender.
En la primera saga, los androides trazan una narrativa propia e importante para la trama. Especialmente en la primera y en la cuarta película. Pero solo en este retorno toman el papel principal. Al apartarse de la oposición entre Ripley y Alien, Ridley Scott se aparta de aquello que hizo de su creación un clásico. Un clásico en el sentido utilizado por el escritor Ítalo Calvino para la literatura: una obra que nunca termina de decir lo que tiene que decir.
Ridley Scott reduce a su propia criatura. Alien, que representaba tanto lo insondable como lo incontrolable, pasa a ser un organismo manipulado en el laboratorio de la mente cada vez más humana del androide David. E Alien: Covenant encontrará al robot viviendo una versión propia de la isla del Dr. Moreau, de H.G. Wells. O, volviendo a Mary Shelley, David se va transformando cada vez más en el propio Frankenstein por el que siente tanto desprecio.
Al desplazar el protagonismo, Ridley Scott desplaza también las cuestiones de su obra, que pasa a reflexionar sobre la inteligencia artificial contra la humana, así como sobre los dilemas del origen. En este cambio, su genial criatura se vacía. Ya no es capaz de reproducir las encrucijadas humanas más recónditas. Quizá las próximas películas creen una trama más elaborada, pero la que vimos hasta ahora es una historia poco sorprendente sobre creadores y criaturas. O sobre padres e hijos.
Lo que sabemos hoy es que los padres creadores desearon exterminar a sus criaturas, nosotros, los humanos. Sabemos también que ellos mismos fueron masacrados. En este conflicto está la génesis de la criatura alienígena que más tarde encontrará la teniente Ripley. Quizás haya más vueltas, pero, de momento, Ridley Scott es el padre que mata a Alien, su hijo más brillante, al reducirlo a un monstruo al servicio de una tesis.
La ficción nos ilumina cuando es capaz de llevarnos por pasillos todavía más oscuros
No que las preguntas de David, la "persona artificial", no sean interesantes. Lo son, y dialogan con nuestro tiempo. Pero tal vez la fragilidad de esta nueva saga resida en el hecho de que se propone explicar algo. Y una obra de ficción es potente cuando habla con nuestros miedos y pesadillas más escondidos suscitando nuevas preguntas, y, especialmente, suscitando más pesadillas. La ficción nos ilumina cuando es capaz de llevarnos por pasillos todavía más oscuros. Los pasillos blancos de la nave Covenant son apenas otra señal de que la perspectiva de Ridley Scott ahora es otra.
Al exponer a su criatura a más apariciones, al exhibirla a la luz, también en la literalidad de la película, Ridley Scott se somete a la saturación de las imágenes de esta época. Alien deja de vivir en nuestras pesadillas y ya no consigue asustarnos ni en la butaca del cine. En esta nueva versión, Alien está allí, durante las dos horas de película, y al salir nos despedimos de él y nos vamos a comer una pizza. En la primera saga, no: Alien nos inseminaba en la butaca del cine y volvía con nosotros a casa.
Es curioso el trayecto realizado por Ridley Scott. Junto a todo el equipo de la primera película y, principalmente, junto a Giger, había creado una criatura mitológica, en el sentido de que permanece como encarnación de pesadillas humanas universales. Y ahora, al envejecer, vuelve a ella, pero no verdaderamente, porque su nueva saga opta por vaciarla. Ridley Scott lo hace reciclando otras mitologías y creaciones de otros.
Claro que el Alien de la primera saga también partía de muchas referencias, ya que no hay nada que podamos crear que no venga, de alguna forma, de los universos culturales que compartimos. Pero en él, Ridley Scott, Giger y todo el equipo habían alcanzado una síntesis original. En la nueva saga, no.
Lo que no impide que haya momentos interesantes. Hay, por ejemplo, mucho de Caín y Abel en el duelo entre dos hermanos androides. En este momento, la relación reflejada de la primera saga, entre la mujer y la criatura, se sustituye por este otro espejo. Hay también algo de Narciso cuando David se enamora de Walter. La película acaba cuando la nave viaja hacia un nuevo planeta cargada de pioneros, y también de embriones alienígenas. No sabemos qué pasara de hecho en la tercera película, pero en este momento el androide es el hijo malo, de camino al paraíso perdido, dispuesto a impedir que sus padres vuelvan a él.
Todo hijo contiene, simbólicamente, la destrucción de su padre. Parece que Ridley Scott no desea que el suyo lo haga. Quizás la respuesta esté en el diálogo inicial entre David y su creador. "Tú me has creado. Pero tú morirás, yo no". Quizás sea este el dilema de los creadores. Quizás haya siempre algo de Ozymandias en esta relación.
Alien dio forma a lo que ya respiraba en nuestro interior. Este es el espacio insondable que seguirá habitando. Incluso contra su padre.
*Traducción del soneto Ozymandias, de Shelley: Fernando G. Toledo
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