Publicado en ADN, diciembre 7 2016
No puede ser ni gratuito ni debido a la Divina Providencia o a Satanás que en Colombia empalen a una mujer luego de hacerle oprobios sexuales. Y que al mismo tiempo unos desalmados castiguen cortándole las manos a un jovenzuelo a quien dijeron haber descubierto descuartizando una vaca. Y que un arquitecto, miembro activo de la oligarquía santafereña, secuestre una niña de 7 años, la lleve a su apartamento a hacerle oprobios sexuales y después la asfixie.
No puede ser sino fruto de una atonía que nos ha ido contagiando a todos, que la gran mayoría de colombianos no se estremezcan con alguno de esos tres actos oprobiosos, que las protestas sean mínimas y que las voces clamando justicia se pierdan como las de cualquier orate.
El hecho de que la empalada de la mujer en Buga solo haya sido conocida tímidamente a través de los medios una semana después, fue porque el episodio sucedió en la provincia y no tocó a las puertas de los manejadores bogotanos de la información.
El que la mochada de las manos del pelao en Arjona haya sido acallada por miedo a los dueños y administradores de la finca, situada en las afueras del pueblo, y ni en Cartagena ni en Barranquilla tan siquiera el acto demencial haya sido divulgado, indica muy a las claras que hay mas que una atonía, hay un comportamiento cultural.
Y que durante horas los medios bogotanos ocultaran el nombre del asesino de la niña Samboní por la presión que la oligarquía santafereña ejercía. Y que sus oficinas de abogados hicieran hasta lo indebido mientras veían como ocultaban el asunto, es la comprobación oprobiosa de que aquí pasa de todo, pero no pasa nada.
ADN
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