Un Nobel para el Philip Roth africano
El narcisismo y el nacionalismo alimentan cada año las especulaciones sobre el premio
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
11 OCT 2016 - 14:05 COT
Mañana se sabrá quién gana el Nobel de literatura, un premio que cada año desata un maremoto de especulaciones estimulado mayormente por dos sentimientos: el narcisismo y el nacionalismo. Es el narcisismo el que hace que al día siguiente de que se lo den a un polaco muchos lectores lamentemos que no lo haya ganado nuestro escritor neoyorquino favorito. La satisfacción de decir “yo la vi primero” es casi siempre mayor que la curiosidad por descubrir un autor cuyo nombre no sabemos ni pronunciar. A veces, eso sí, con el pecado va la penitencia. Cuidado con desear que gane el que nos gusta: el deseo puede cumplirse y llevar al dique seco a nuestro candidato, condenado durante 12 meses a hacer de honoris causa y a no redactar más que manifiestos contra Donald Trump.
El segundo factor, el nacionalismo, nos lleva a suspirar por un paisano nuestro solo por el hecho de serlo. Es el mismo impulso que lleva a enorgullecerse de la expansión del español por el mundo cuando el motivo lógico de orgullo sería la expansión de las lenguas extranjeras entre los españoles. Las virtudes literarias de nuestros compatriotas ya las conocemos, lo que necesitamos es un jurado sueco que nos descubra a otros virtuosos.
Hay quien dice que el Nobel es un premio político y lo es, pero no porque cada tanto lo gane un chino sino porque, igual que antes de 1945 se lo repartían franceses y alemanes, desde el final de la Segunda Guerra Mundial son mayoría los estadounidenses (no digamos los anglófonos) que se lo han llevado. No pasaría nada porque lo ganase uno más –Philip Roth, por ejemplo-, pero tampoco estaría mal que nos dijeran en Estocolmo quién es el Philip Roth africano. ¿Existe? Seguro que sí. Lo que no tenemos es paciencia o luces para descubrirlo por nuestra cuenta. Para eso está el Comité Nobel, que es solo un club de lectura cualificado, no el tribunal supremo de la justicia literaria. 18 individuos que nos han llevado a la obra de Bashevis Singer, Wislawa Szymborska, Herta Müller o Svetlana Alexiévich merecen cierto crédito. Y digo “llevado” y no “descubierto” porque pensar que el Nobel descubrió, por ejemplo, a Mo Yan parece algo ingenuo en el caso de un autor de 60 años y 12 libros (varios adaptados al cine) y nacido en un país de 1.300 millones de habitantes. La ingenuidad recuerda aquella ironía de Eduardo Galeano cuando la profesora dijo en clase que Núñez de Balboa fue el hombre que descubrió el Pacífico. Pregunta de Galeano: “¿Los indios que vivían por allí eran ciegos?”
Este octubre las apuestas de la casa Ladbrokes señalan, como otros muchos años, al keniano Ngugi Wa Thiong’o, que no hace tanto publicó en Debolsillo Descolonizar la mente. También repiten Murakami, Adonis, Ko Un, Jon Fosse y, por supuesto, Philip Roth. Estaría bien que lo ganara, aunque solo fuera para que no lo terminen comparando con Borges. Bien pensado, tal vez debería ganarlo Edna O’Brien: ¿para qué dárselo a Philip Roth si puedes dárselo a la escritora favorita de Philip Roth?
EL PAÍS
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