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lunes, 3 de octubre de 2016

Truman Capote para mitómanos / Una subasta



Truman Capote
Arnold Newman

Truman 

Capote

 para mitómanos

Biografía

El 'show' de Truman

Una subasta de objetos que pertenecieron a Capote congrega a coleccionistas y mitómanos


JORDI PUNTI
Nueva York 11 NOV 2006


El último episodio de la atracción por el mundo de Truman Capote tuvo lugar el pasado jueves. En plena semana de ventas de arte, la casa Bonham subastó 337 lotes con objetos que pertenecieron al autor de A sangre fría. A su muerte, en 1984, muchos de sus enseres pasaron a manos de su amiga Joanne Carson, casada entonces con el presentador de televisión Johnny Carson. Ahora, tras 22 años, la señora Carson decidió sacarlos a subasta para, con una parte de los beneficios, constituir una fundación de ayuda a los animales abandonados. "Truman y yo misma fuimos niños abandonados, y ambos sentimos siempre una gran pena por los animales que sufrían el mismo trato", contó la albacea. 
Expuesto durante varios días, el legado que salió a subasta constituía un variado paseo por la vida de Capote. Uno podía encontrar allí desde una espléndida pluma de plata comprada en Tiffany's hasta uno de sus pasaportes, pasando por un buen número de joyas, libros, manuscritos, muebles victorianos, zapatillas... Los vestigios de cajones olvidados convivían con los recuerdos más preciados. Una litografía de Chagall, que Capote compró en París, se vendía junto a los diplomas honorarios que en su día el autor debió recoger con hastío. También salía a la venta una parte de su ajuar: camisas chillonas, trajes exclusivos, pantalones y sombreros que recordaban su figura enjuta. A su lado, para dar veracidad y valor a las piezas, una foto donde vestía dicha ropa. Un trofeo de caza que perteneció a Hemingway convivía en la misma vitrina con una escultura precolombina, unos vasos de plata con unas cajetillas de tabaco con el nombre de Capote. He ahí una escenografía para el show privado de Truman.
Truman Capote
Foto de Irving Penn
Poster de T.A.




Nada más resolverse la primera puja, la señora Carson gritó: "¡Muchas gracias de parte de los animales!"

El poder mitómano de todo este material salió a relucir durante la subasta. A lo largo de seis horas, un subastador dio juego a postores de toda condición. Observando a los asistentes que llenaban la sala, uno podía distinguir las diferentes facciones: los coleccionistas formales con sus móviles a la oreja -mucho acento británico-; los fans nostálgicos y nerviosos; los curiosos que conocieron una vez a Capote, o simplemente se cruzaron con él en un ascensor. Todos anhelaban alguna pieza que les acercara más al escritor. 
Quien animó de verdad la soirée fue la señora Carson. Nada más resolverse la primera puja, gritó: "¡Muchas gracias de parte de los animales!". Ya nadie la pudo parar. Una primera edición, firmada, de A sangre fría llegó a los 7.000 dólares (5.456 euros). Un sofá victoriano de madera trabajada, a 4.000. La obra más preciada fue el manuscrito inédito del último artículo que escribió Capote, un día antes de morir: 14.000 dólares. 
Para quien no fuera un entendido, la subasta no tenía mucha lógica: un ejemplar de una novela cualquiera, pero que conservaba una lista de invitados escrita por el propio Truman, 1.000 dólares. ¡Adjudicado! Una postal que envió desde Mallorca, 100 dólares. ¡Adjudicado! Se subastó un pisapapeles de cristal en forma de obelisco. ¿Está un poco resquebrajado?, preguntó alguien del público. "Sí, está roto", saltó la señora Carson, "¡pero se le cayó al propio Truman!". Qué menos. El obelisco se vendió bien. A ratos incluso podía parecer que la egolatría que caracterizó al escritor se contagiaba a sus admiradores: dos cartas de amor de su compañero Jack Dunphy, 150 dólares. ¡Adjudicado! Una tarjeta de crédito firmada por él, 2.750 dólares. Los placeres del fanático son imprevisibles. 
Con el último lote del catálogo -una polaroid tomada a Capote poco antes de su muerte- se llegó al final de la sesión. El voceador parecía exhausto, aunque no había perdido ni un segundo la compostura; la señora Carson daba las gracias por enésima vez a todo el mundo y los compradores contemplaban en las vitrinas a sus nuevas criaturas, pedazos de memoria de Truman Capote.

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