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miércoles, 5 de octubre de 2016

Truman Capote / La ‘celebrity’ de las ‘celebrities’


Philip Seymour Hoffman en un fotograma de 'Truman Capote'.

Truman Capote

La ‘celebrity’ de las ‘celebrities’


GREGORIO BELINCHÓN
Madrid 22 MAY 2014 - 07:26 COT

Su voz sonaba al canto de un grillo desafinado, su apellido —que en inglés se pronuncia capoti— podía provocar la risa, su aspecto pequeño y afeminado generaba ciertas burlas. Pero su cerebro..., su cerebro era una máquina de producir frases contundentes e ingeniosas, críticas aceradas, sentencias como cuchillos, artículos periodísticos que levantaban ampollas y generaban controversia. No ha habido otro Truman Capote porque dos no cabían en un mismo planeta. Para entender el siglo XX en Estados Unidos es obligatorio leer a este creador, infatigable conversador, mente preclara... y por tanto carne debiopic. Y no de uno, sino de dos, porque en muy corto espacio de tiempo, en dos años, dos directores estrenaron sendas películas sobre el escritor.
Philip Seymour Hoffman (Truman Capote) y Catherine Keener (Harper Lee)
Capote, 2005

La visión de Bennett Miller solo podía contar con Hoffman como Capote. Lógico: director y protagonista habían estudiado juntos en la universidad, y de ahí había surgido una férrea amistad y una compañía teatral. Hoffman puede recordar, por rostro, a Capote, pero no por cuerpo. Hoffman era mucho más grande, en altura y peso. Si lo primero no tenía arreglo, lo segundo sí, y adelgazó casi 25 kilos antes de ponerse delante de las cámaras. Rodada en 36 días, estrenada el día del cumpleaños del escritor, el 30 de septiembre, Truman Capote está repleta de aciertos. Empezando por su reparto: para otra gran escritora americana, Harper Lee, la amiga del alma de Capote, los productores pensaron en Sandra Bullock. Finalmente contrataron a Catherine Keener, y acertaron, porque Bullock encarnó a Lee en el otro biopic de Capote, Historia de un crimen (2006), y en la comparación Keener sale vencedora.
Philip Seymour Hoffman
Premio Oscar por el papel de Capote

Y Hoffman, por supuesto. El guión se centra en la escritura de A sangre fría, una de las grandes obras del nuevo periodismo, en cómo Capote, una de las estrellas de The New Yorker, se siente fascinado y a la vez repelido por un brutal asesinato —estamos en 1959— en Kansas, donde mueren cuatro miembros de una misma familia. El celebrity Capote, el escritor que indagaba en la vida de otros famosos, de repente se lanza a la América profunda a mancharse de sangre y tinta, a bucear en la mente y el alma de los dos asesinos. Nadie, hasta Emmanuel Carrère en El adversario, hizo una novela sobre un personaje tan hipnótico como repulsivo como lo que escribe Capote. Y la película transmite hábilmente —mejor dialogada que dirigida, eso sí— todo esa compleja relación amor / odio, autor / personaje, Fausto / Mefistófeles.
Puede que a esta película le falte un director como Roman Polanski detrás de las cámaras, pero delante tiene a Hoffman, que absorbe la inteligencia, el ego y la afectación de Capote para recrearlo con exacta precisión. El actor se diluye en el personaje, y el público se olvida que ante él hay un capote falso. Eso es talento.

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