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miércoles, 11 de mayo de 2016

Melba Escobar / Linchamiento mediático



LINCHAMIENTO MEDIÁTICO

Por Melba Escobar
El Espectador, 6 de abril de 2016

En días pasados una mujer denunció a un hombre en su Facebook por haberle tomado una fotografía sin que ella se diera cuenta y habérsela enviado acompañada de unos comentarios sobre “lo que le gustaría hacerle”.

Recuerdo que decía que comenzaría por darle besos en los pies y luego iría subiendo…. el mensaje fue bloqueado por la red social, lo que dio lugar a una nueva publicación de la misma mujer nuevamente ofendida, esta vez con la red social, por haber bloqueado su denuncia. Ella decía conocer a este sujeto, si mal no recuerdo, por haber sido compañero de colegio.
A ella no la conozco. Como pasa en estas cosas, tenemos amigos en común que me llevaron a la historia. Luego de ver la imagen y el texto de la denuncia sentí una profunda incomodidad. Era un mensaje privado que por efectos de la tecnología pasaba a ser público. Sentí pudor. Luego leí algunos comentarios donde la gente se refería a el tipo como “cretino”, “cerdo” y pasaba a decir todo lo que “debería” pasar con él.
Rápidamente alguien averiguó que el sujeto es médico, otra persona comentaba que hay que quitarle la licencia, uno que más, que había que alertar a sus pacientes. Mi turbación crecía de forma exponencial al número de veces que se multiplicaba la denuncia. Un recuerdo se me vino a la cabeza y volví a sentir nauseas.
Caminaba por la carrera Séptima con calle 22 cuando un hombre negro pasó corriendo y me arrancó el celular de las manos. Mi instinto me hizo gritar “¡Ladrón! ¡Cójanlo!”, sin pensar lo que vendría después. Más adelante un señor le hizo zancadilla, otro le lanzó una patada, de repente, en cuestión de segundos, ya no lo veía, un huracán de personas se amontonaban alrededor de él lanzando escupitajos, patadas, insultos. Entonces tuve miedo. Mucho miedo. No del hombre que ahora era víctima de linchamiento, si no de toda de esa gente furiosa, caníbal, ávida de destruir bajo el menor pretexto. Miedo también de mi misma por haber empezado con mi grito ese festín de violencia. Entonces corrí hacia el torbellino y empecé a gritar “¡Suéltenlo! ¡Suéltenlo, por favor!”. Lloraba. Dos minutos antes había gritado “¡Cójanlo!” Y ahora suplicaba que pararan. Al darme vuelta hacia la Séptima vi pasar una patrulla de Policía. Les hice señas. Se bajaron y enseguida despejaron la nube de linchadores. El hombre estaba en posición fetal. La mirada aterrada. La cara cubierta de sangre y la ropa sucia y salpicada. Lo levantaron. Me devolvieron mi teléfono y se lo llevaron. No sé qué habrá sido de él, supongo que tuvieron que dejarlo ir, al final, no había una denuncia en su contra. Siempre he pensado que de no haber pasado una patrulla él podría estar muerto.
Volviendo a la historia del Facebook, escribí un comentario preguntándome si no sería más efectivo (y justo, me digo ahora) denunciarlo ante las autoridades. Me respondieron: “eso nunca funciona”. ¿Pero acaso no es esa la misma lógica de la guerrilla, los paramilitares, o cualquier grupo armado ilegal? ¿No es esto asumir la justicia en mano propia?
Hoy alguien le pregunta a la mujer qué ha pasado con su denuncia. “Sé que el tipo la está pasando bastante mal”, responde ella. Ojalá nadie le haga daño, pienso. La efectividad de las redes sociales para el linchamiento, más que un consuelo, debería ser una preocupación.




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