Nicolás Maduro |
Mauricio Vargas
Maduro, como una cabra
Santos y sus colegas en la región están en deuda con la democracia.
1:51 a.m. | 22 de mayo de 2016
Pepe Mujica, el muy respetado expresidente de Uruguay que marcó una profunda diferencia con sus colegas de la izquierda regional en Brasil, Argentina y Venezuela, al gobernar sin robarse un solo peso, le acaba de cantar la tabla al mandatario venezolano, Nicolás Maduro. Con el estilo frentero, sello de su talante, Mujica sostuvo que Maduro “está loco como una cabra”. Y aunque luego matizó sus palabras, le advirtió al heredero de Hugo Chávez que no puede seguir lidiando la grave crisis de su país como lo viene haciendo, pues “no se puede vivir a los porrazos”.
Mujica terció así en la polémica que enfrenta a su excanciller y actual secretario de la OEA, Luis Almagro, con Maduro. El presidente de Venezuela sostuvo que el diplomático uruguayo es “un traidor, un agente de la CIA”, algo que Mujica, quien ha tenido diferencias con su exministro, rechazó de plano. Almagro “es un esclavo del derecho”, dijo Mujica después de que el Secretario de la OEA le enviara una dura carta a Maduro para advertirle que, si impide el referendo revocatorio que promueve la oposición, se convertirá en un “dictadorzuelo más”.
Ya lo es. Esta semana, la policía chavista reprimió a golpes las marchas opositoras, y bandas armadas afectas al régimen sembraron el terror en barrios de Caracas y Maracaibo, para amedrentar a la oposición. Cómo será la vergüenza que causa estar asociado con el dictadorzuelo que hasta el movimiento populista Podemos, de España, cuyos líderes han sido señalados de recibir millones de dólares del chavismo por medio de una fundación, se sintió obligado el miércoles a tomar distancia del chafarote.
Son muchas las voces, de derecha, centro e izquierda, que se han alzado en el mundo para denunciar la deriva absolutista del régimen de Caracas, que trata de resistir a punta de gritos, garrotazos y del encarcelamiento de los líderes opositores el levantamiento popular. En manos del chavismo, Venezuela colapsó: la industria y el agro están postrados, la escasez de alimentos, medicinas y artículos básicos como el papel higiénico es pandemia en esas tierras, la inflación de 180 por ciento bate registros mundiales, el bolívar vale hoy casi nada, la corrupción devoró las instituciones civiles y militares, y la violencia se adueñó de las ciudades, con tasas de homicidio entre las más altas del planeta.
Por eso sorprende que, a diferencia de viejos amigos del chavismo como Mujica y Podemos, los gobiernos latinoamericanos guarden un silencio tan cobarde. La Cancillería colombiana, que tanto se jugó por Maduro tras la muerte de Chávez, no es la excepción. La canciller María Ángela Holguín, cuyo jefe político, el expresidente Ernesto Samper, es, desde Unasur, uno de los pocos amigos que le quedan a Maduro en la región, se ha limitado a escasos y timidísimos llamados al diálogo.
El presidente Juan Manuel Santos, que tanto criticó al chavismo cuando era Mindefensa de Álvaro Uribe, guarda silencio. No se trata de incendiar las relaciones, pero sí al menos de hacer un llamado a que Maduro respete las reglas del juego que el propio chavismo inventó, como el referendo revocatorio. No vale la excusa de que eso dañaría el apoyo de Caracas a la mesa de La Habana. Si todavía la negociación con las Farc depende de eso, entonces es mentira que está muy avanzada y que ya casi firman el acuerdo definitivo.
Santos, la Canciller y sus colegas en la región están en deuda con la democracia. El Secretario de la OEA está marcando un camino. La OEA tiene una carta democrática que Maduro viola a diario. Exigir su aplicación para evitar una tragedia de violencia y muertos en Venezuela es una obligación moral de los gobiernos latinoamericanos. Si no lo hacen, presidentes y cancilleres van a terminar con las manos untadas de sangre.
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