20 MAY 2016 - 10:01 COT
El reciente cierre de la Hune fue interpretado como el fin de una época: esta mítica librería parisiense se encontraba en el lugar, Saint-Germain-des-Prés, que simbolizó la intelectualidad europea durante gran parte del siglo XX. Aunque todavía es posible cruzarse en labrasserie Lipp con Roman Polanski o en el Café de Flore con Adonis, poeta sirio exiliado, hoy es pasto de marcas de lujo más que de existencialistas. Además, a pocos pasos sobrevive una de los mejores librerías de la ciudad, L’Écume des Pages. Tal vez los conceptos de Orilla Izquierda y Orilla Derecha no tengan sentido en el París del turismo masivo y Airbnb, pero la cultura francesa sigue siendo global y su influencia es especialmente significativa en España.
La Feria del Libro de Madrid, que se inaugura el próximo viernes, tiene a Francia como país invitado: España compra unos 700 títulos franceses de creación literaria cada año, tres veces más que Reino Unido y dos veces más que Estados Unidos, según datos de la oficina del libro del Instituto Francés de Madrid, que depende la Embajada. El español es la segunda lengua de traducción de libros franceses (después del chino) y el número de cesión de derechos al español aumenta cada año (un 20% entre 2013 y 2014, los últimos datos disponibles). Aunque, según el informe sobre El sector del librode 2015 del Ministerio de Educación y Cultura, el inglés sigue siendo la lengua extranjera más traducida en España, el francés ocupa el segundo lugar.
España compra a Francia unos 700 títulos cada año. El español es la segunda lengua de traducción de sus libros (después del chino)
“El cierre de la Hune fue un acontecimiento con un enorme poder simbólico, que traduce la mutación de una zona de París: el Barrio Latino ya no existe, ya no es el centro intelectual que fue en los años cincuenta y sesenta”, explica Fabrice Piault, redactor jefe de Livres Hebdo, la principal publicación sobre el sector editorial francés. “Pero no creo que sea un acontecimiento representativo del estado de las librerías en Francia. Gracias a la ley Lang que impone un precio fijo desde hace 35 años, funcionan mejor que en otros lugares del mundo pese a que sigue siendo un sector frágil”. Los datos de Livres Hebdo indican que el mercado del libro en Francia creció un 1,8% en 2015, lo que representa una mejoría significativa, ya que desde 2010 padeció sucesivos retrocesos. “Esta recuperación se debe sobre todo a la fuerza de los sectores del tebeo y el libro juvenil”, explica Piault, quien destaca tanto el éxito del último título de Astérix como “la renovación de la literatura popular, que tiene un papel de locomotora”. Esta mejoría, por otro lado, se corresponde con una recuperación global en casi todos los países europeos.
En cambio, Jean-Yves Mollier, profesor de la Universidad de Versailles Saint-Quentin-en-Yvelines y autor de Une autre histoire de l’édition française (La Fabrique, 2015), se basa precisamente en el éxito del último Astérix, El papiro del César, la obra más vendida en este país en 2015, para mostrarse “escéptico sobre la influencia cultural y literaria de Francia”. En 2014, recuerda Mollier, los libros que encabezaron la lista de best sellers fueron la autobiografía de Valérie Trierweiler —expareja del presidente François Hollande— y la primera y la segunda parte de 50 sombras de Grey. “¿Dónde está la literatura si nos basamos en las cifras de consumo de productos culturales en Francia?”, pregunta este historiador de la edición francesa.
Sin embargo, a este lado de los Pirineos, las cosas se ven de forma muy diferente: la cultura francesa ha tenido siempre un peso enorme y no se debe olvidar que Francia representó un balón de oxígeno intelectual durante la dictadura franquista. Después de los clásicos que marcaron la literatura y el pensamiento del siglo XX —Sartre, Camus, Simone de Beauvoir, Céline, Malraux, Foucault—, la lentitud del nouveau roman (que tuvo su Nobel con Claude Simon) y la irrupción del ensayo anglosajón dieron la impresión de que la cultura francesa había sido engullida por la potencia del inglés (como ocurrió, por otro lado, en la diplomacia, donde el francés dejó de ser la lengua franca). Sin embargo, ahora la situación es totalmente diferente.
Sin embargo, a este lado de los Pirineos, las cosas se ven de forma muy diferente: la cultura francesa ha tenido siempre un peso enorme y no se debe olvidar que Francia representó un balón de oxígeno intelectual durante la dictadura franquista. Después de los clásicos que marcaron la literatura y el pensamiento del siglo XX —Sartre, Camus, Simone de Beauvoir, Céline, Malraux, Foucault—, la lentitud del nouveau roman (que tuvo su Nobel con Claude Simon) y la irrupción del ensayo anglosajón dieron la impresión de que la cultura francesa había sido engullida por la potencia del inglés (como ocurrió, por otro lado, en la diplomacia, donde el francés dejó de ser la lengua franca). Sin embargo, ahora la situación es totalmente diferente.
“Son los escritores africanos, antillanos o canadienses los que le dan un nuevo impulso a la literatura en francés”
“El interés es enorme y las contrataciones por parte de editoriales se multiplican”, explica Ophélie Ramonatxo, responsable de la oficina del libro en el Instituto Francés de Madrid. “Todo tipo de editoriales, desde las grandes hasta las pequeñas, se interesan por autores francófonos y algunos, como Yasmina Khadra, son incluso más populares aquí. Y la curiosidad se extiende también al sector del libro: las políticas editoriales, la formación, el libro juvenil”. “Existe un interés por los autores franceses en general”, señala por su parte Catherine Passion, de la agencia literaria A.C.E.R., que maneja un amplio catálogo de escritores de este país. “En la agencia trabajamos con muchas editoriales francesas y los editores españoles de literatura suelen pedirme todas las novelas relevantes, aunque no sean de autores reconocidos, si se han vendido bien en Francia, si ha habido cesiones en otros países o si tienen críticas buenas”.
Jorge Herralde, director de Anagrama, asegura que “en el siglo XXI se ha consolidado en Francia un grupo de autores de primera calidad, conocidos en todo el mundo, algo muy poco habitual en literaturas que no sean la anglosajona”. El catálogo de Anagrama acoge a los autores franceses más conocidos, desde Emmanuel Carrère hasta Michel Houellebecq, Jean Echenoz o la belga Amélie Nothomb, pero también a escritores de una enorme solidez aunque menor difusión como Pierre Michon (el fallecido crítico Rafael Conte, el mayor difusor de la literatura francesa en España, escribió sobre Vidas minúsculas que su “prosa genial nos hace tocar el misterio con nuestras propias manos”), Patrick Deville, Maylis de Kerangal (su libro Reparar a los vivos es considerado en Francia una de las grandes novelas de la década) o Yasmina Reza. Ya antes de recibir el Nobel se había embarcado en la recuperación de la obra de Patrick Modiano, que también había sido editado por, entre otros, Pre-Textos y Cabaret Voltaire, dos de las firmas que más se han ocupado de la escritura en francés.
Precisamente el Nobel a Modiano en 2014, sólo seis años después de que lo recibiese Jean-Marie Le Clézio —un autor que, sin embargo, nunca ha acabado de despegar en España—, así como el impacto del ensayo de Thomas Piketty sobre la desigualdad, El capital en el siglo XXI, se han convertido en el símbolo de la potencia cultural del país vecino. “El panorama literario francés, su ecosistema, es envidiable: desde las grandes hasta las pequeñas editoriales, con un número importante de autores que pueden vivir de su trabajo con cierta dignidad, con obras muy por encima de la media de lo que se publica en el resto del mundo”, explica Julián Rodríguez, de la editorial Periférica, que ha apostado por autores franceses desde su nacimiento con firmas que van desde François Sureau hasta Clémence Boulouque (Muerte de un silencio, un sincero relato sobre el suicidio de su padre, un célebre juez, acaba de llegar a las librerías), pasando por Jules Vallès —uno de los grandes escritores decimonónicos y uno de los líderes de la Comuna de París—.
Precisamente el Nobel a Modiano en 2014, sólo seis años después de que lo recibiese Jean-Marie Le Clézio —un autor que, sin embargo, nunca ha acabado de despegar en España—, así como el impacto del ensayo de Thomas Piketty sobre la desigualdad, El capital en el siglo XXI, se han convertido en el símbolo de la potencia cultural del país vecino. “El panorama literario francés, su ecosistema, es envidiable: desde las grandes hasta las pequeñas editoriales, con un número importante de autores que pueden vivir de su trabajo con cierta dignidad, con obras muy por encima de la media de lo que se publica en el resto del mundo”, explica Julián Rodríguez, de la editorial Periférica, que ha apostado por autores franceses desde su nacimiento con firmas que van desde François Sureau hasta Clémence Boulouque (Muerte de un silencio, un sincero relato sobre el suicidio de su padre, un célebre juez, acaba de llegar a las librerías), pasando por Jules Vallès —uno de los grandes escritores decimonónicos y uno de los líderes de la Comuna de París—.
“La literatura francesa tiene hoy todo el protagonismo en el panorama editorial español, aunque la anglosajona haga más ruido. Y tiene sin duda más lectores que la literatura en inglés”, explica María Fasce, directora literaria de Alfaguara. En un catálogo con bastantes autores en francés, desde Franz-Olivier Giesbert hasta Joël Dicker (ambos con novedad en la Feria), puede resultar significativo lo que ha ocurrido con Pierre Lemaitre. Se trata de un escritor que era muy conocido en Francia, pero que no dio el salto internacional hasta que ganó el Goncourt con Nos vemos allá arriba (Salamandra). El éxito de esta novela ha impulsado en España toda su literatura de género, con títulos como Camille, Irene, Alex o Vestido de novia. Otra autora de novela negra que también ha ganado un espacio importante es Fred Vargas. Siruela llevaba mucho tiempo traduciéndola hasta que, poco a poco, comenzó a encontrar a sus lectores españoles (su último título es Tiempos de hielo).
“Son los escritores africanos, antillanos o canadienses los que le dan un nuevo impulso a la literatura en francés”
Cualquier intento de establecer una lista exhaustiva de autores, incluso sólo de los publicados recientemente, es imposible. Detrás de los escritores más vendidos —Anna Gavalda, Muriel Barbery—, de los muy vendidos y muy prestigiosos como Carrère —del que el diario británico The Guardian dijo que era el narrador más interesante de Europa—, de los Nobel o de los clásicos —Pre-Textos acaba de publicar El hombre que ríe, una de las novelas menos conocidas de Victor Hugo, mientras que Errata Naturae ha rescatado El aldeano de París, de Louis Aragon—, sin olvidar los tebeos —Impedimenta ha editado un relato gráfico de Catherine Meurisse sobre la literatura francesa, La comedia literaria. De Roldán a Boris Vian, y Salamandra Graphic acaba de imprimir la obra más ambiciosa de la francolibanesa Zeina Abirached, El piano oriental, así como la segunda parte de El árabe del futuro, de Riad Sattouf—, se encuentran decenas de autores de primera fila en todos los géneros.
Eric Vuillard y su bella recreación del circo de Búfalo Bill, Tristeza de la tierra (Errata Naturae), o el gran historiador Michel Pastoureau y sus investigaciones sobre los colores y los animales como El oso. Historia de un rey destronado (Paidós) son sólo dos ejemplos escogidos casi al azar, basados en lecturas recientes del autor de estas líneas, que muestran la diversidad y calidad de la escritura en francés.
Pero además, como recuerda María Fasce, no deberíamos hablar de literatura francesa, sino más bien de literatura en francés, porque escritores de todo el mundo utilizan esa lengua para crear. Joël Dicker, autor de La verdad sobre el caso Harry Quebert y ahora de El libro de los Baltimore, es suizo; Mahi Binebine, cuya novela Los caballos de Dios es una de las obras más impresionantes escritas sobre el terrorismo, es marroquí; Velibor Colic es bosnio, pero publica en la colección blanca de Gallimard; Amélie Nothomb es belga; Nancy Huston es canadiense; Atiq Rahimi es afgano; Hubert Haddad, que en España edita Demipage, es tunecino; Boualem Sansal y Kamel Daoud —su novela Mersault, caso revisado (Almuzara), que regresa a El extranjero de Camus, fue un fenómeno en 2015— son argelinos. “La literatura francesa se renueva por extensión de la literatura francófona”, explica el historiador Jean-Yves Mollier. “Son los escritores africanos, antillanos, canadienses los que le dan un nuevo impulso, como ocurrió con el castellano y América Latina a partir de la publicación de Cien años de soledad”.
Pero además, como recuerda María Fasce, no deberíamos hablar de literatura francesa, sino más bien de literatura en francés, porque escritores de todo el mundo utilizan esa lengua para crear. Joël Dicker, autor de La verdad sobre el caso Harry Quebert y ahora de El libro de los Baltimore, es suizo; Mahi Binebine, cuya novela Los caballos de Dios es una de las obras más impresionantes escritas sobre el terrorismo, es marroquí; Velibor Colic es bosnio, pero publica en la colección blanca de Gallimard; Amélie Nothomb es belga; Nancy Huston es canadiense; Atiq Rahimi es afgano; Hubert Haddad, que en España edita Demipage, es tunecino; Boualem Sansal y Kamel Daoud —su novela Mersault, caso revisado (Almuzara), que regresa a El extranjero de Camus, fue un fenómeno en 2015— son argelinos. “La literatura francesa se renueva por extensión de la literatura francófona”, explica el historiador Jean-Yves Mollier. “Son los escritores africanos, antillanos, canadienses los que le dan un nuevo impulso, como ocurrió con el castellano y América Latina a partir de la publicación de Cien años de soledad”.
Cuando el haitiano Dany Laferrière entró en mayo de 2015 en la Academia Francesa sucedió a Hector Bianciotti y el discurso de recepción lo pronunció Amin Maalouf —que el viernes abrirá la feria madrileña—, lo que llevó a Jean d’Ormesson a afirmar: “Un francoargentino de origen italiano va a ser reemplazado por un quebequés de Haití, que será recibido por un libanés. Así es la Academia Francesa”. Y se podría agregar: así es la literatura francesa, aunque el Barrio Latino sea ya el recuerdo de unos tiempos que no fueron necesariamente mejores, sólo pasados.
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