Martín Murillo, con su carreta literaria. / JOAQUÍN SARMIENTO |
El librero ambulante que heredó
300 obras de García Márquez
Con su carreta nómada, Martín Murillo recorre Cartagena de Indias y los pueblos del Caribe promocionando la lectura
ELIZABETH REYES L. Cartagena de Indias 31 AGO 2015 - 03:14 CEST
En medio de una tarde soporífera, habituales en el Caribe colombiano, uno de los tantos móviles que tiene Martín Murillo repicó varias verse sin éxito. Una amiga de Mercedes Barcha, la viuda de Gabriel García Márquez, lo andaba buscando para darle un recado. Murillo estaba de viaje por uno de los tantos pueblos perdidos del sur de Bolívar. La Gaba, en cambio, se hospedaba en su casa de Cartagena de Indias. Había pasado poco más de un año de la muerte del premio Nobel y quería darle un regalo.
“Esto ocurre cuando se limpian las bibliotecas”, dice Murillo. Pero lo cierto es que ese regalo, que Barcha le entregó hace un mes sin protocolos, es una pequeña gran herencia del escritor colombiano: 316 libros de la biblioteca que tenía en la ciudad amurallada y que cualquier coleccionista atesoraría. Este mulato, que nació hace 47 años en el Pacífico y vive hace más de 10 en el Caribe, sabe que es un privilegiado. Él no era, como podría pensarse, amigo del escritor, aunque sí lo conoció. Las razones de la donación tienen que ver, más bien, con ese personaje que Murillo ha construido en los últimos ochos años y que parece sacado de Macondo.
Eso fue lo que le dijo el Nobel, en 2010, cuando a la entrada de las oficinas de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, preguntó por la famosa Carreta Literaria, una librería ligera, diminuta, nómada y gratuita, que Murillo ideó en 2007. Desde entonces, este hombre que estudió hasta quinto de primaria, que de joven solo leía sobre béisbol y baloncesto, que vendió bolsas de agua, café y arepas rellenas en la calle, se convirtió en promotor de lectura con una estrategia que ha maravillado a muchos. Murillo recorre con su biblioteca móvil las calles de Cartagena y las polvorientas trochas de los pueblos del departamento de Bolívar. Presta los libros, lee a los niños y nunca cobra.
—Sí, Gabo me dijo: “Esto es macondiano”.
Al escritor lo vio por primera vez hace más de 30 años en La Guajira, al norte de Colombia, cuando visitaba a unos familiares. La noticia se regó como pólvora y Murillo tuvo la suerte de verlo cruzar una calle. La segunda vez fue en 2007, en Cartagena, cuando García Márquez fue el invitado de honor del Congreso Internacional de la Lengua Española. “Me tocó ese momento maravilloso cuando dijo que ni en su más remoto sueño se imaginó que Cien años de soledad tendría un tiraje de un millón de ejemplares”. Luego vino el encuentro en 2010 cuando el escritor le lanzó una sentencia que Murillo atesora: “A uno le tiene que gustar mucho lo que hace, ese es uno de los grandes secretos de la vida”.
La idea de construir una carreta literaria le llegó de repente, cuando hablaba con un amigo que vendía jugos. Pensó que la llenaría de libros y la llevaría a los colegios, a “donde toque ir a buscar al lector, pero que al lector no le cueste ni un peso”, recuerda. El problema de la sostenibilidad lo resolvió casi de inmediato con la ayuda de patrocinadores.
Es curioso, dice, pero los alumnos suelen preguntarle: “¿Y esa vaina da plata?”. La respuesta sigue siendo la misma: “Todo está en la publicidad”. Por eso, desde el principio, el Carretudo, como lo conocen, se armó de una cámara fotográfica para registrar el andar de la Carreta. También ha sido clave que Cartagena sea sede del Hay Festival, un espacio cultural en el que su reputación ha trascendido al punto de que escritores como Mario Vargas Llosa y Salman Rushdie no han resistido la tentación de empujar su carreta.
Ese pequeño cajón de madera, que no supera el metro de altura y donde no caben más de 200 libros, tiene clásicos, obras de premios Nobel y literatura infantil. Por mucho tiempo, cada domingo, Murillo lo estacionó en el Parque Bolívar, corazón del centro histórico de Cartagena, donde le preguntan jóvenes y turistas. Luego empezó a leer en voz alta, a dictar talleres de lectura en los pueblos y conferencias a profesores y padres de familia.
Su pequeño cajón de madera, que no supera el metro de altura y donde no caben más de 200 libros, tiene clásicos, obras de premios Nobel y literatura infantil
“Me pasa que hay escritores que no conozco, pero con los cuales hago un gran binomio. Ellos ilustran y yo interpreto. Sé que funciona porque los niños me piden que vuelva y lea”, dice este carretero que se declara felizmente autodidacta. Ahora, con la herencia de Gabo, cuyos libros marcará orgulloso con la etiqueta BPGGM (Biblioteca Personal de Gabriel García Márquez), sabe que soplarán nuevos aires venidos directamente desde Macondo.
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