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martes, 24 de julio de 2012

Esther Tusquets / Una trayectoria de excelencia


Esther Tusquets

Esther Tusquets

IN MEMORIAM

Una trayectoria de excelencia




¡Qué dolorosa noticia! Esther Tusquets, además de gran editora y escritora, fue también una gran amiga durante muchas décadas. Aunque la conocí ocasionalmente en la primera adolescencia, en un verano que pasamos en Platja D’Aro, nos reencontramos hacia 1960, cuando empezaba a dirigir Lumen y yo tenía un proyecto editorial (que se truncó). Nuestra amistad se consolidó cuando fundamos Distribuciones de Enlace, en 1970, con Barral, Castellet y Beatriz de Moura, entre otros.
Esther, desde sus inicios, llevó a cabo una actividad editorial marcada por la excelencia, en la que destacaría dos colecciones. Una, cuidadísima y pionera (con diseño de los jovencísimos futuros arquitectos Oscar Tusquets y Lluís Clotet), era Palabra e Imagen, que combinaba en cada título textos de autores como Ignacio Aldecoa (Neutral Corner), Camilo José Cela (Izas, rabizas y colipoterras), Miguel Delibes (La caza de la perdiz roja), J. M. Caballero Bonald (Luces y sombras del flamenco) con fotografías de Ramón Masats, Joan Colom, Oriol Maspons y su gran amiga Colita.
Y en la colección Palabra en el Tiempo, que dirigía Antonio Vilanova, se publicaron alguno de los nombres mayores de la literatura del siglo XX, como Franz Kafka, James Joyce, Marcel Proust, Samuel Beckett, Claude Simon o Virginia Woolf. Ediciones elegantes, durante unos años con muchas portadas de Ángel Jové, y con cuidadísimas traducciones: así, Carlos Manzano, del francés, y Marta Pessarrodona, del inglés. Y tuvo dos grandes golpes de fortuna: Umberto Eco, de quien publicó el ensayo Apocalípticos e integrados, se dedicó de repente a la novela y Lumen publicó con extraordinario éxito El nombre de la rosa. Simultáneamente publicó las Mafalda de Quino y el resto de su obra.
Al morir su padre, Magín, quien se ocupaba de los aspectos administrativos y financieros, Esther se desanimó y vendió Lumen a Random. Pero el virus seguía latente y se aventuraron con su hermano Oscar y su hija Milena Busquets con una nueva editorial, RqueR, que no logró despegar y, según me dijo Esther, supuso un descalabro económico.
Además Esther, en 1978, nos pilló de sorpresa: una noche de 1978 invitó a cenar a un nutrido grupo de amigos, cosa que hacía con frecuencia. Pero esta vez nos abría la puerta con un regalo en la mano: un ejemplar de El mismo mar de todos los veranos, una novela que había escrito y editado sigilosamente en Lumen; primera sorpresa. La segunda fue su extraordinaria calidad, con una prosa bellísima, sinuosa y envolvente, llena de meandros e incisos, que recordaba a su admirado Claude Simon. Esta fue la primera novela de una trilogía considerada como una aportación de primerísimo nivel a la novelística española del siglo XX. Luego Esther demostró que era una escritora de largo aliento: después de otras obras en Lumen publicó tres más en Anagrama, entre las que destacaría Correspondencia privada, un libro excepcional con notorio anclaje memorialístico. El tramo final de su obra, publicado en Bruguera, ya fue netamente autobiográfico: así, Habíamos ganado la guerra o Confesiones de una vieja dama indigna, en las que destaca, omnipresente, su peculiar y puntiaguda relación con su madre. El último libro fue su viejo proyecto Tiempos que fueron: una especie de memorias a cuatro manos con su hermano Oscar, recordando, cada uno a su manera, no siempre coincidente, experiencias mutuas o individuales de su infancia y adolescencia.
Esther fue una de mis mejores y más leales amigas y tuvimos una gran complicidad literaria. Prueba de ello fue que cuando, en 1982, estaba preparando nuestro premio de novela y pensando en el posible jurado, además de Luis Goytisolo, Juan Cueto y Salvador Clotas pensé también en Esther Tusquets. Le dije que si, además de los libros de su editorial, tenía ganas de leer manuscritos de nuestro premio, a mí me haría muchísima ilusión. Aceptó de inmediato y formó parte del jurado durante las 25 primeras convocatorias y me demostró, en las distancias cortas, lo que ya sabía: que era una finísima lectora. Lúcida, leal, aguda, en ocasiones inesperada y mordaz, quite a character, como sus grandes escritoras británicas… Adiós, querida Esther.

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