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sábado, 12 de diciembre de 2015

Joan Didion / El año del pensamiento mágico / Reseña

Joan Didion

Joan Didion
BIOGRAFÍA
El año del pensamiento mágico

Traducción de Olivia de Miguel. Global Rythm, Barcelona. 2006. 212 págs 

Dos golpes de enfermedad y muerte están en el origen de este libro. Llega a España con la aureola de haber recibido el premio National Book Award en la categoría de no ficción del pasado año y de ser un éxito de ventas y crítica. El primer rayo del destino cae sobre Quintana. Hija única, adoptada a poco de cumplir su medio año, de John Gregory Dunne y Joan Didion, tiene treinta y siete años, un buen trabajo y un marido que le adora y encaja a la perfección en una familia bien avenida y armónica que vive con holgura en Nueva York.

BERNABÉ SARABIA | 15/06/2006 |




El jueves 18 de diciembre de 2003 comienza a sentir los síntomas de lo que parece una gripe a la que se añade una infección de garganta. Cuatro días más tarde no mejora, la fiebre alcanza los 39,5° C y su marido decide llevarla a urgencias de un magnífico hospital situado en la elitista parte alta de Manhattan, el Beth Israel North. Los médicos diagnostican gripe, son fechas para eso, el clima de Nueva York es frío, ya se sabe. Siguen el consejo sanitario: descanso, beber líquidos, algo para bajar la temperatura. Parece lógico, lo aceptan, pero Quintana no mejora y no puede asistir a la tradicional cena de Nochebuena, un delicioso despliegue gastronómico y de regalos que organiza su madre. Así las cosas, sin mejoría, el día de Navidad vuelven a trasladarla a urgencias del hospital y esta vez sí le hacen radiografías de tórax y descubren una neumonía que tratan con Altivan y Demerol. No es “nada grave”, pero la ingresan en UCI para mantenerla en observación. La neumonía se extiende y deriva en choque séptico. Le administran Xigris, el último y caro avance de la empresa farmacéutica Eli Lilly. La infección generalizada tiene un aspecto pésimo. El segundo rayo descarga de inmediato. El martes 30 de diciembre de 2003, John y Joan han pasado la tarde en la UCI del Beth Israel North. Vuelven a su confortable casa en taxi. Mientras Joan prepara la cena, John enciende la chimenea y se toma dos whiskies escoceses. “Nos sentamos. Yo removía la ensalada. John hablaba; de repente, dejó de hablar”. Se desploma con la mano izquierda levantada y lo que al principio le pudo parece a su esposa una broma es otra cosa, es un paro cardíaco de efecto inmediato y mortal.





El año del pensamiento mágico es un libro que comienza a escribirse el 4 de octubre de 2004, nueve meses y cinco días después de la muerte de John. Su publicación tuvo lugar, justo un año más tarde, sin que su autora pueda referirse a la muerte de su hija Quintana dado que su fallecimiento ocurre el 26 de agosto de 2005. Se trata por tanto de un libro que tiene una doble línea argumental: por un lado, la que constituye un minucioso análisis de la muerte repentina de un cónyuge y la posterior elaboración en forma de duelo del trauma; por otro, la reflexión que refleja la lucha de una madre por salvar a una hija gravemente enferma.



Para entender lo bien que ha funcionado esta obra en Estados Unidos conviene advertir varias cosas. En primer lugar, que cuando ocurren los dramáticos hechos sobre los que reflexiona Didion, ella y su marido son dos escritores al final de la sesentena, habituales en los medios de comunicación, que han trabajado para la industria del cine escribiendo adaptaciones y guiones y que ambos tienen en su haber novela y ensayo. Como señala la propia Didion: “He sido escritora toda mi vida”. Estamos por tanto ante una persona con oficio, entrenada en dar expresión a unos hechos que la enfrentan a una visión nueva, inmediata, de lo que es la muerte, la enfermedad, el azar, la buena o mala fortuna, el matrimonio, los hijos, o la memoria. Didion se plantea en estas páginas cómo afrontar el dolor, la pérdida de un ser querido o el modo en que la gente se enfrenta a un final tan inevitable como la muerte.



Joan Didion ha escrito El año del pensamiento mágico con una estructura muy cinematográfica. Ha buscado un guión eficaz y potente. Para conseguirlo va al hueso con una escritura directa, sin concesiones sentimentales y, eso sí, recurriendo al flash back para mantener siempre en vilo al lector. A todo lo anterior se añade la recuperación de la memoria de los casi cuarenta años no sólo de vida en común, sino también de colaboración profesional con su esposo John G. Dunne. Joan Didion inserta su recuerdo -también el de sus padres, familia y amigos- a lo largo de todo su texto y ello dinamiza y enriquece la lectura. Añádase, por fin, que la autora no admite un papel pasivo en la tragedia que le toca vivir.



Es activa al autorizar la autopsia a su marido y negar la donación de sus órganos, lo es al indagar el motivo del fallo cardíaco o al querer situar con exactitud el momento de su fallecimiento. Con la enfermedad de su hija busca saber cómo es posible que de una gripe invernal se pueda llegar a una infección generalizada cuando se trata de una persona joven tratada en el sistema sanitario más avanzado del mundo. El 25 de marzo de 2004, aparentemente recuperada de su crisis, Quintana decide descansar unos días en California, el lugar de nacimiento de su madre, el espacio de su niñez y adolescencia, y tras el magnífico funeral por su padre, vuela con su marido a Los ángeles y en el aeropuerto cae al suelo y es trasladada a las urgencias del UCLA Medical Center para una intervención en la cavidad craneal. Deberá permanecer allí hasta ser trasladada a Nueva York, en una pequeña avioneta, el 29 de abril. En esas semanas su madre la cuida. Pero Didion se informa, compra libros, busca en internet para entender la enfermedad de su hija y para interaccionar con unos médicos a los que llega a irritar. Todo ello lo relata con una capacidad narrativa que mete al lector en páginas de una viveza comparable a esas series sobre médicos que tanto éxito tienen en televisión.

Las referencias bibliográficas utilizadas por Didion son escasas e incompletas. Es evidente que la muerte y el duelo son tan antiguos como la humanidad. Para Platón la filosofía era una meditación sobre la muerte, y desde la medicina se han dejado ensayos insoslayables. Un mero ejemplo es el libro de Sherwin B. Nuland, Cómo morimos (Alianza, 1995), también merecedor del Nacional Book Award, y citado por Didion demasiado de soslayo. Algo semejante sucede con Philippe Ariès y su El hombre bajo la muerte, texto seminal enriquecido por su Historia de la muerte en Occidente (Acantilado, 2000). Desde el psicoanálisis se ha contribuido mucho y Didion se apoya en unas migajas mal escogidas. Y un clásico en la literatura del duelo, El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia de Worden (Paidós, 2004) ni se menciona.

Hubiera estado bien dar al lector un entramado bibliográfico, pero eso no quita fuerza a un ensayo que, repitiendo el tópico, se lee “como una novela” y cuya tensión sale de las entrañas de un ser herido pero dotado con una excepcional capacidad analítica y expresiva. El gran mérito de Didion es hacer literatura, sujetar al lector a partir de detalles menores pero significativos de la vida cotidiana. Es capaz de establecer y presentar al lector la gama de sentimientos y la degradación de la felicidad que le supuso la muerte de sus padres a una edad normal, la de su marido, prematura, y la grave enfermedad de su hija. Y todo ello mientras el trabajo y los amigos siguen estando en su horizonte. Así consigue que el lector no salga de sus líneas en cuanto traspasa la primera página. 


Una pena en observación


“La vida cambia rápidamente. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conoces termina”. Estas palabras de Joan Didion retratan pálidamente su conmoción y su duelo ante la gravísima e inesperada enfermedad de su hija y la muerte de su marido. Una conmoción que se acentúa porque la tragedia se cumple en menos de cinco días en los que la escritora ve como una vida común de rituales compartidos se destruye en un instante. Un año necesitó la autora para recoger los pedazos de su vida, y a descubrir hasta qué puntose había transformado cualquier idea previa, aparentemente inmutable, que antes tuviese “sobre la muerte, la enfermedad, la probabilidad y la suerte, sobre el matrimonio, los hijos y la memoria, sobre lo que la gente hace y no hace para soportar la idea de que la vida termina, sobre los fallos de la sanidad, sobre la vida misma”. De hecho, como ha señalado la prensa americana, tanto Didion como su marido, escribieron a menudo sobre ellos mismos, su matrimonio, sus depresiones, los guiones en los que trabajaron juntos, y los mundos esplendorosos que habitaron en Nueva York y Los ángeles. Para ellos escribir sobre sí mismos era una manera de descubrir sus pensamientos más íntimos, una manera de ordenar el caos de la vida. Pero Didion no es, ni mucho menos, la primera en utilizar la escritura para explicar el dolor. Así, Paul Auster dedica la primera parte de La invención de la soledad (Edhasa, 1990) a la inesperada muerte de su padre, casi un extraño para él. Isabel Allende se dolió en Paula (Plaza & Janés, 1997) de la muerte de su hija, y C. S. Lewis, en Una pena en observación (Anagrama, 2004) analizó, desde la fe y la angustia, lo que sentía tras la muerte de su esposa y cómo, cuando parecía que ya no era posible sufrir más, un “rayo de dolor” puro recordaba al ausente.




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