Taylor Swift |
El éxito del bostezo frente al escándalo
Taylor Swift o Mark Zuckerberg lideran una generación de famosos alérgica a la provocación y con ‘hobbies’ saludables
XAVI SANCHO Madrid 14 SEP 2014 - 00:05 CEST
En octubre de 2003, Oprah Winfrey decidió dedicar un programa a la supuestamente desenfrenada vida sexual de los adolescentes. ¿Lleva su hijo una doble vida?, se titulaba. Entre los expertos invitados, contaba con una tal Michelle Bunford, periodista especializada en los jóvenes y las cosas que hacen, quien informó a una estupefacta audiencia sobre la popularidad de las Fiestas Arco Iris entre la cincuentena de adolescentes que había recientemente entrevistado. En estos eventos, las chicas se pintaban cada una los labios de un color distinto y luego practicaban felaciones a sus amigos, dejando en el miembro de estos una simpática gama cromática que recordaba los colores del arco iris. Se hizo un enorme silencio en los hogares estadounidenses.
El pasado 31 de agosto, el rotativo británico Daily Telegraph publicaba un artículo firmado por la periodista Rachael Dove. A sus 24 años, la joven afirmaba tener resaca con dos copas de vino y preferir quedarse en casa haciendo calceta a salir de fiesta. Confesaba tener un novio que hace pan y celebraba las anodinas vidas de jóvenes como la cantante neozelandesa Lorde (“cuando voy a una fiesta pienso: ¿esto qué significa?”), Taylor Swift, exnovia de cualquier persona que haya cogido una guitarra en EE UU desde 1998 (“me gusta llevar vestidos vintage,hacen que me sienta como una ama de casa de los años cincuenta, y eso, por alguna razón, me encanta”), o Ed Sheeran, ese bardo británico con un aspecto tan anodino que no le aceptarían ni como dependiente en GAP (“si tuviera una hija no me gustaría que hiciera twerking; he escuchado Wrecking ball —single de Miley Cyrus— y es una buena canción, pero el vídeo te distrae demasiado”). Su artículo nos informaba de que los 20 son los nuevos 40 y calificaba a esta nueva generación de jóvenes sanos y perfectamente posicionados para convertirse en abuelos como la Generación bostezo (en inglés, Generation Yawn).
Entre las celebridades que se citaban como modelos de conducta estaban, además de las antes mencionadas, las actrices Blake Lively y Jessica Alba, el ajedrecista Magnus Carlsen, el tenista Andy Murray, la bloguera adolescente y permanentemente excitada ante la idea de un nuevo sabor de cupcake Tavi Gevinson, o el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg. Todos ellos desarrollan actividades fuera de su ámbito profesional demasiado aburridas como para ser siquiera enumeradas. Los motivos para el advenimiento de esta Generación bostezo van desde la pasión por los hábitos sanos (en Reino Unido cierran 31 pubs cada semana y en España el porcentaje de jóvenes que consume por primera vez drogas ha descendido un 6% en el último lustro) hasta la aceptación de que ya no quedan tabús por romper, pasando por la crisis (es más caro salir de cañas que salir a dar un paseo en bicicleta) o la natural reacción ante las actitudes paternas. “Tuve una infancia caótica. Supongo que todo esto es mi forma de rebelarme”, confesaba Jazz Mellor, hija de Joe Strummer, fundador de la banda punk The Clash, y fundadora de un club social en el este de Londres que promueve actividades como el punto de cruz o la reparación de bicicletas. Entre sus miembros conviven adolescentes, veinteañeros y bastantes cuarentones.
Michael Rovner, neoyorquino de 42 años y figura clave para entender la escena alternativa de la ciudad en los noventa y actual director de una agencia de marketing, declaraba el año pasado en The New York Observer: “Cuando era joven, trabajé en un café en el que se hacían lecturas alternativas. Venían vejestorios de 40 años y los mirábamos con recelo y les hacíamos sentir como que nos estaban arruinando la fiesta. Ahora puedo ir a ver un concierto de Sky Ferreira y lo peor que me puede hacer un joven es llamarme señor”. En ese artículo se abogaba por recuperar al agujero generacional. Pero la realidad parece demostrarnos que más que una distancia insalvable entre los padres que escuchan a Fleetwood mac y Taylor Swift y los hijos que escuchan a Taylor Swift y Fleetwood Mac, lo que existe son dos formas de vender juventud en clara oposición. Por un lado, el twerking de Miley Cyrus. Por otro, la neutralidad casi suiza de Ed Sheeran y los demás miembros de su armada del bostezo. En la última entrega de los MTV VMA, la hija de Billy Ray Cyrus llamó “gilipollas” al inglés.
“Las audiencias están siempre más interesadas en todo lo que tenga que ver con el sexo. Por eso, cualquier reportaje al respecto de los hábitos sexuales de la juventud termina pareciendo realmente alarmante, porque la próxima generación es el futuro de esta sociedad. Si los chavales están en peligro, entonces el futuro parece terrorífico. ¿Cómo podrían los medios resistirse a publicar historias perturbadoras?”. Así explica Kathleen Bogle, autora de Kids Gone wild (un libro sobre los mitos mediáticos recientes al respecto de los hábitos sexuales de los adolescentes), el hecho de que esta Generación bostezo, a pesar de ser tanto o más relevante que la que lleva una década moviendo el trasero, no haya sido agrupada y empaquetada hasta que una joven periodista británica decidió salir del armario blandiendo un ovillo de lana. “Tendemos a pensar que todos los jóvenes comparten unos intereses, y es falso. Lo que sucede es que, tras la actuación de Miley en los premios MTV de 2013, los padres pensaron que ella era el ejemplo de toda una generación que había salido mal, conclusión a la que nunca llegarían viendo a Swift. Pero la realidad es otra. En EE UU los adolescentes son menos sexualmente activos de lo que lo eran hace 20 años”, interviene Bogle. Por cierto, las Fiestas Arco Iris jamás existieron. Fueron una leyenda urbana.
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