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miércoles, 1 de julio de 2015

James Salter / El brillo de la prosa


James Salter

El brillo de la prosa

LA ULTIMA NOCHE
Reseña de Héctor M. Guyot


La distancia entre lo que se tiene y lo que se podría llegar a tener, o entre la vida que se ha vivido y aquella que se ha perdido en algún punto del pasado: ese vacío, ese sordo desasosiego, parece ser una de las obsesiones más persistentes de James Salter, narrador norteamericano que ha recibido un reconocimiento tardío pero contundente -John Irving y Susan Sontag, entre otros, le han profesado su admiración-, y cuya obra suele abordar temas caros a la tradición literaria de su país, como la naturaleza ambigua del amor y las relaciones de pareja.
Si algo recorre los relatos de La última noche, último volumen de ficción de Salter, es la idea de lo perdido cifrada en un recuerdo que asalta a los personajes en medio de un descolorido presente y cuando aquel tiempo ido -o más bien, la promesa que encerraba- resulta irrecuperable; la sensación de haber dejado pasar, allá lejos y sin advertirla, la oportunidad de una cierta plenitud. La plenitud perdida es casi siempre el momento del verdadero amor, que, claro, no suele manifestarse como tal cuando sucede.
En estos diez relatos deslumbrantes abundan los buenos vinos, los pisos suntuosos, las casas sobre el mar y la gente con tiempo disponible que no sabe lo que quiere: casi todos están desconectados de sus propios sentimientos.
En "Cometa", el primer cuento, un hombre advierte en medio de una conversación trivial que hay enamoramientos que sólo ocurren una vez en la vida, y tras el descubrimiento mira a su actual mujer como a una perfecta extraña; en "Palm Court", un financista recibe el llamado telefónico de una mujer a la que había cortejado veinte años antes y cree que por fin llegó la oportunidad de confesarle su amor, pero cuando se citan descubre que el tiempo no pasa en vano.
Salter narra la desilusión, el desencanto, pero no el manifiesto sino el que se esconde en las civilizadas formas de la vida cotidiana propias de una sociedad materialmente saciada; el que la conciencia suele acallar, pero que espera, agazapado, el momento de saltar sobre su presa. Son cuentos duros, ásperos y hasta crueles, pero escritos con una admirable tersura, con una prosa contenida que alcanza una concentrada intensidad poética.
Con maestría, Salter dispara cada historia con la puntería de un arquero zen, pero se las ingenia para intercalar escenas del pasado que, a modo de breves y potentes flashbacks, vuelven más denso y complejo el perfil de los personajes sin quitarle inmediatez al relato y sin abandonar el progreso de la acción, un poco a la manera de la cuentista canadiense Alice Munro. Así, en un cuento de siete u ocho páginas, como si arrojara un intenso haz de luz donde había oscuridad, logra el prodigio de ofrecer al lector una fugaz percepción de la vida entera de los personajes, o al menos de ese conflicto que siempre los ha acompañado y que el relato hace estallar, a veces en una apagada implosión.
En los relatos de Salter las cosas nunca salen como se esperaba. "Sentí el estúpido impulso de probar algo diferente. No sabía que la verdadera felicidad consiste en tener lo mismo todo el tiempo", le dice al protagonista de "Bangkok" una antigua novia que lo traicionó pero que vuelve para invitarlo a un viaje a Oriente, tentándolo en abierto desafío y con malas armas, cuando él ya está establecido con mujer e hija. En el delicado terreno de los sentimientos, nadie pisa terreno firme. Avanzando al tanteo, bebiendo, tomando la decisión equivocada, las criaturas de Salter parecen estar condenadas de antemano. Sin embargo, en cada uno de estos cuentos late la vida con una desnuda intensidad, capturada por una prosa sin ornamentos ni falsos énfasis.
Salter pertenece a la tradición de Chejov y Katherine Mansfield. Como ellos, en unas pocas escenas, en unas líneas de diálogo, es capaz de convocar un mundo. Y aunque siempre fue un francotirador solitario en la escena literaria de su país, podría decirse que ha sabido combinar el despojamiento de un Hemingway con una cualidad lírica que mucho les debe a las artes visuales, por su pincelada certera y reveladora, tan atenta a las texturas de lo real.
Quizás el tema principal de esta colección de relatos sea el paso del tiempo. Y el involuntario ajuste de cuentas con la propia vida que su transcurrir impone, el interrogante de si deja o no algo entre las manos. Como corresponde, no hay una respuesta clara. Entre otras cosas, por la naturaleza elusiva de los hechos. Como le ocurre al protagonista de una de estas historias: "El pasado, como una marea repentina, lo había barrido, no como fue en realidad sino como no podía evitar recordarlo".
Nacido en 1925 en Nueva York, Salter fue piloto de aviones de caza y abandonó el ejército a los 32 años para dedicarse a la literatura. Fue periodista y guionista de Hollywood. En su obra, no muy prolífica, se destacan las novelas Años luz , que llegó a nuestro país en 2001, y En solitario . Publicado en inglés en 2005, La última noche es la primera obra de ficción inédita que Salter edita desde 1988, cuando lanzó otro libro de cuentos, Anochecer .

James Salter
La última noche
Salamandra
Traducción de Luis Murillo Fort
158 páginas
LA NACION





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