JOSEBA ELOLA Londres 22 JUN 2008
Richard es un paparazzo que lleva toda la semana apostado en la puerta de The Clinic, el centro en el que Amy Winehouse está ingresada desde el pasado lunes. Intenta conseguir la imagen de la salida del hospital, una fotografía que, dice, puede valer 25.000 euros. La vida de la cantante se ha convertido en un auténtico culebrón que hace que cada uno de sus movimientos quede documentado por una legión de fotógrafos que la esperan a las puertas de su casa.
Esta semana, en los alrededores de su casa, en una pequeña calle de Candem Town (Londres), sólo se oían pajarillos. Ni rastro de paparazzi.El foco se había trasladado al hospital.
La cantante, dice Richard, se porta muy bien con los fotógrafos. Les prepara té. Si hace calor, baja refrescos. No como otras estrellas del pop británico, como Lily Allen, que siempre se muestran esquivas. Y algunas hasta les escupen. Amy, no. Amy no los esquiva.
En la era de Internet y los teléfonos móviles que captan imágenes de cualquiera en cualquier sitio y a cualquier hora, mantener la privacidad se convierte en labor titánica para una estrella como ella. Los devaneos de Janis Joplin, Jimi Hendrix o incluso Kurt Cobain nunca tuvieron semejante nivel de exposición.
El año 2008 no empezó bien para ella. Alguien se embolsó un buen dinero haciendo llegar un vídeo a la redacción del diario sensacionalistaThe Sun, que el 18 de enero de 2008 mostraba a la diva en apuros, fumando una pipa de crack. A raíz del episodio, seis días más tarde, Winehouse ingresaba en una clínica de rehabilitación.
El acoso al que se ha visto sometida ha generado un proteccionismo informativo absoluto en torno a ella. Nadie de su círculo cercano quiere hablar, ni su mánager, ni su discográfica, ni siquiera el tipo que la fichó para Island Records en 2002. La respuesta es siempre la misma, como en el estribillo que la ha hecho famosa: "No, no, no".
Con tanto culebrón, el público acaba por olvidar que Amy Winehouse es una artista y lo que se comenta es el último vídeo que de ella aparece en la red. "En directo es impresionante", dice Aldo Linares, dj que pincha música de los años cincuenta mezclada con muchos otros estilos y que en Benicàssim ha llegado a pinchar temas de Amy. El año pasado la vio por primera vez. "Sobre el escenario, parece que estuviera en otra galaxia. Juega a ese 'estoy, no estoy' que no es más que un juego de seducción con el público. Es muy desgarrada, muy sexual, habla más de desamor que de amor. Con ese toque de diva sufrida, es una tía que emocionalmente te afecta".
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