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lunes, 29 de junio de 2015

James Salter / El cielo sobre Pekín

James Salter

BIOGRAFÍA

El cielo sobre Pekín

JACINTO ANTÓN 16 ABR 2002


'Quizás fue ése el día en que vi mi primer MIG, plateado y abrupto, pasando sobre nosotros, completo en cada extraño detalle, silencioso como un tiburón'. Pensaba estremecido en ese párrafo de Burning the days, las bellísimas memorias del tan de moda escritor norteamericano James Salter (Años luz, Juego y distracción, Anochecer), novelista y piloto de guerra -un derribo confirmado y otro probable en Corea-,mientras me dirigía en taxi, atravesando todo Pekín, hacia el Museo del Ejército chino y mi sueño de reactores.
Habrá quien piense que dedicar un día en Pekín a visitar su museo militar, aunque exhiba históricos cazas a reacción, es una pérdida de tiempo. Pero ello no me impidió subirme al espinazo de la Gran Muralla, adquirir viejas monedas de bronce ni admirar un extraño tipo de miriápodo en la balaustrada de una tumba imperial.

El rastro de un mítico caza a reacción MIG lleva hasta China pasando por la literatura del norteamericano James Salter
En fin, los reactores: mi primer avión fue precisamente un MIG, un MIG-15, el aparato creado en 1948 por los ingenieros Mikoyan y Gurevivich (MIG) y que tras su exitoso paso por la guerra de Corea adquirieron 40 países del bloque comunista. Un MIG-15, sí, un ángel demoniaco de alas en flecha, inasible, letal, como los que perseguían velozmente en los ardientes cielos sobre el río Yalu James Salter y su alter ego Cleve Conell, el protagonista de The hunters, una de mis novelas favoritas.
The hunters, en la que Salter plasmó sus experiencias, es la historia de un piloto en la guerra de Corea, la primera de la historia en la que se enfrentaron reactores: los MIG de factura soviética -y a menudo pilotados por chinos y rusos- contra los F-86 Sabre norteamericanos. El protagonista, Conell, sueña con estar a la altura (cosa lógica en un aviador), demostrar su habilidad, derribar MIG y convertirse en un as. En realidad, encontrar en sí mismo la pizca extra de coraje que marca la diferencia entre los hombres.
The hunters (desgraciadamente aún no publicada en castellano, como tampoco lo está la otra bella narración de aviadores de Salter,Cassada), es una novela de guerra -'¡squadron leader, MIG a las seis en punto, break left!-, pero a la vez es un canto digno de Shelley a la hermosura y pureza del aire y el vuelo. El cielo como refugio y la tierra como exilio: la inversión del vértigo.
Todo eso pensaba yo mientras me dirigía en Pekín al encuentro de los MIG y trataba de entablar conversación con el taxista utilizando miSimple guide to China Customs & etiquette. Dado que mi Virgilio asiático no me entendía en absoluto, pasé a explicarle con profusión de gestos lo mío con los MIG. Mi avión iniciático, le expresé mientras surcábamos largas avenidas hasta salirnos del mapa de la ciudad, fue un pequeño MIG-15 de juguete, una maqueta por ensamblar, de la marca Airfix. Yo no sabía entonces nada de aviones. Junté las piezas de plástico ignorante de que componía una leyenda. Con un aparato como ése, Nikolai Vasilievich Sutyagin derribó 15 Sabres, y su colega Fedorets tumbó al que pilotaba el as norteamericano Joseph McConell, el 12 de abril de 1953. Y ustedes, los chinos, precisé al conductor, apuntándole con el dedo, tuvieron pilotos de MIG-15 en Corea estupendos como Dun Ven, con 10 victorias, y a Fan Van Chou... Me pareció que el taxista exhalaba un suspiro de alivio al detenernos frente a la inmensa mole del Junshi Bowuguan, el Museo Militar.
Me fui decidido a la entrada tras atravesar un enorme patio en el que se exhibía una lancha torpedera norteamericana capturada en Corea y una emotiva estatua de héroes del Ejército del Pueblo, frente a la cual, por si acaso, me cuadré. No sirvió de nada: un soldado me barró el paso y me envió a las taquillas. Guardé cola despertando, más que interés, verdadera expectación entre el gentío que comía fideos.
Al entrar, me quedé boquiabierto: toda una escuadrilla de MIG estaba alineada en el gigantesco vestíbulo, engañosamente quietos como esos cormoranes cautivos que se usan para pescar en el Yang-Tsé. Reconocí un MIG-17 Fresco, un MIG-19, Farmer, un MIG-21 (usado en Vietnam)... Enfrente, una niña con trencitas agitaba una banderita roja ante un tanque. El nutrido público -todos chinos- parecía disfrutar de lo lindo y se fotografiaba con profusión de flashes junto a los ingenios bélicos. Me miraban mucho y caí en la cuenta de que mi conjunto kaki de sport y la mezcla de emoción y angustia de pensar en cómo regresaría al hotel, me daban un aire de piloto estadounidense derribado al norte del Paralelo 38.
Me pareció que algún visitante llamaba la atención de los guardias sobre mí, así que me desplacé hacia un rincón del museo que estaba medio a oscuras.Y justo ahí, inmerso en un diorama que la penumbra realzaba con pinceladas oníricas, encontré el MIG-15.
El viejo aparato, con las insignias de Corea del Norte, parecía volar sobre un fondo pintado de batalla aérea en el que caían por doquier reactores norteamericanos -los malos- dejando tras de sí largas espirales de humo. Se me hizo un nudo en la garganta. Metí la mano en el bolsillo y extraje la pequeña ala, rota y despintada, de mi primer avión, que me había traído desde tan lejos. Entre un aparato y otro vi pasar toda mi vida como una tenue línea de vapor desvaneciéndose en un cielo extraño.
Salí del museo pensando que, como Cleve, el héroe de Salter, yo también había cobrado mi MIG. Algo destelló sobre mi cabeza y alcé la mirada para ver el sorprendente espectáculo de docenas de cometas que flotaban a merced del viento, como flores aéreas, en el cielo sobre Pekín.



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