Orhan Pamuk
UNA CIUDAD ES ALGO
MÁS QUE UN LUGAR
Por Rafael Narbona
No hay mejor credencial para un escritor que haber soportado el acoso del fanatismo y la intransigencia. Tras un fugaz paso por la arquitectura, Orhan Pamuk (Estambul, 1952) sustituyó el lenguaje de las formas por el de la palabra, aceptando desde sus inicios la carga social y política de la escritura. Hijo de un ingeniero, creció en el acomodado barrio de Nisantasi, donde el espíritu abierto y tolerante prevalecía sobre la intolerancia política o religiosa. Licenciado en Periodismo por la Universidad de Estambul, residió en Nueva York entre 1985 y 1988. Profesor visitante en la Universidad de Columbia, su estancia en el extranjero le reveló la importancia de su ciudad natal. Pamuk no concibe su vida ni su obra al margen de Estambul. Su identidad se confunde con la de una ciudad situada en el filo de la cultura y la historia. Los problemas de identidad son inevitables cuando la referencia es un espacio encajonado entre la modernidad y la tradición, el poderoso caudal del Bósforo, abierto a la circulación de las ideas, y el ensimismamiento de ciertos sectores, que combinan religión y nacionalismo para oponerse al cambio y a las libertades.
Rafael Narbona
Into the Wild Union
13 de enero de 2011
No hay mejor credencial para un escritor que haber soportado el acoso del fanatismo y la intransigencia. Tras un fugaz paso por la arquitectura, Orhan Pamuk (Estambul, 1952) sustituyó el lenguaje de las formas por el de la palabra, aceptando desde sus inicios la carga social y política de la escritura. Hijo de un ingeniero, creció en el acomodado barrio de Nisantasi, donde el espíritu abierto y tolerante prevalecía sobre la intolerancia política o religiosa. Licenciado en Periodismo por la Universidad de Estambul, residió en Nueva York entre 1985 y 1988. Profesor visitante en la Universidad de Columbia, su estancia en el extranjero le reveló la importancia de su ciudad natal. Pamuk no concibe su vida ni su obra al margen de Estambul. Su identidad se confunde con la de una ciudad situada en el filo de la cultura y la historia. Los problemas de identidad son inevitables cuando la referencia es un espacio encajonado entre la modernidad y la tradición, el poderoso caudal del Bósforo, abierto a la circulación de las ideas, y el ensimismamiento de ciertos sectores, que combinan religión y nacionalismo para oponerse al cambio y a las libertades.
Sus declaraciones al diario suizo Tages Angeizer en febrero de 2005 recordando la responsabilidad de su país en el genocidio de “300.000 kurdos y un millón de armenios” desembocaron en un proceso que atizó aún más la polémica sobre la integración de Turquía en la Unión Europea. Aunque los cargos se archivaron, Amnistía Internacional informó que hay otros intelectuales aguardando juicio por ejercer la libertad de expresión. Se ha acusado a Pamuk de oportunismo, pero esa observación sólo puede nacer del desconocimiento de su obra. Desde sus inicios, Pamuk ha mostrado una indudable inquietud por lo social y lo político. En La casa del silencio (1983), el protagonismo recaía sobre una anciana desbordada por las tensiones que dividían a su familia. Viuda de un médico ilustrado, se vengará de sus infidelidades destruyendo el manuscrito al que había dedicado su vida: el proyecto inacabado de una enciclopedia con la ambición de sacar a Turquía de su atraso. Su sueño actualiza el espíritu de la Ilustración. Los pueblos sólo pueden avanzar por medio del saber. La simpatía de Pamuk hacia su personaje expresa una convicción personal, pero también su reserva hacia una interpretación de la cultura que desembocó el apogeo de un tecnología deshumanizada.
La casa del silencio transcurre en los años 70, poco antes del golpe de estado de Kenan Evren. Ya en esta novela primeriza (aún permanece inédita Cevdet Bey y sus hijos, 1982) se encuentran los rasgos esenciales de la literatura de Pamuk: un estilo fluido, sin retórica; un aguda penetración psicológica, que infunde credibilidad a los personajes; los problemas de identidad de una nación que actúa como puente entre Asia y Europa, con una historia que oscila entre el autoritarismo y los avances democráticos; el retrato de las desigualdades sociales, que explica el crecimiento del integrismo político y religioso; una densidad narrativa, que evoca la atmósfera del universo faulkneriano; el paralelismo entre la peripecia individual y colectiva; un notable coraje para explorar las emociones, que resulta particularmente excepcional en una cultura que inhibe la manifestación pública de los sentimientos.
En El astrólogo y el sultán (1985), Pamuk desplazaba la narración al siglo XVII, confrontando a un hombre de ciencia, capturado por unos piratas, con el astrólogo que se convierte en su propietario. El extraordinario parecido físico e intelectual entre los personajes incidía en el tema del doble, en la necesidad de objetivarse en otro para descubrir la propia identidad, pero de nuevo Pamuk mezclaba lo individual y lo colectivo, lo psicológico y lo histórico. La política no es una opción, sino el espacio en el que se constituye el hombre. Los antiguos griegos asociaban su propio nombre a la polis porque sabían que la condición humana adquiere su naturaleza en la plaza pública. Más contundente, Pamuk asegura que la política es un destino.
En El libro negro (1990), Pamuk regresaba al presente. La desaparición de un personaje servía de pretexto para recorrer una vez más Estambul, mostrando que una ciudad es algo más que un lugar. Las ciudades son realidades vivas, que se transforman, se manifiestan o se ocultan. Los diarios de un muerto enseñan a los vivos la imposibilidad de conocer al otro, la necesidad de la escritura para salir de uno mismo y reencontrarse. En La vida nueva (1995), la literatura evidenciaba una vez más su carácter revelador, su capacidad de reunir y separar vidas. El protagonista, un joven estudiante de ingeniería, rebasaba su pequeño mundo (la rutina de las clases, la convivencia con su madre en un hogar impregnado de melancolía) para internarse en un país hermoso y convulso. La violencia política que marcaba el inicio del viaje reflejaba la confusión de una sociedad, donde el anhelo de una vida mejor convive con el miedo al cambio. Me llamo Rojo (1998) significó la consagración de Pamuk, que mezclaba historia, intriga policial y creación artística en una trama articulada por la perspectiva de un muerto. La muerte es más objetiva al recrear los acontecimientos. La prohibición islámica de representar imágenes obligaba a un sultán a recurrir a un libro clandestino para que cuatro artistas pudieran inmortalizar el poder de un hombre. Pintor aficionado, Pamuk insinuaba que la intransigencia religiosa no advierte la trascendencia del arte. Sus obras manifiestan su asombro y su gratitud hacia un mundo saturado de belleza.
Nieve (2001) nos muestra a un autor con pleno dominio del lenguaje narrativo. Situada entre Georgia y Armenia, Kars (en turco, nieve) es el escenario de un relato que habla sobre el exilio, el fundamentalismo islámico y la nostalgia del pasado imperial. El conflicto entre las autoridades civiles y los integristas adquiere rasgos de novela negra ante la imposibilidad de esclarecer una cadena de suicidios. Pamuk juega con su propia identidad al informarnos de que el narrador se llama Orhan y relata sucesos acaecidos cuatros años antes de la publicación del texto.
Estambul (2005) es un libro de inspirado lirismo, que fluye de un sentimiento (hüzün) imposible de traducir, pero que se aproxima a la melancolía. Las ruinas ocupan el mismo espacio que los escombros, los palacios maltratados por el tiempo se encuentran cerca de los espantosos bloques de viviendas. Estambul deja de ser Estambul al otro lado de las colinas, cuando desaparece la vertiente del Bósforo. La belleza de la ciudad no consigue escamotear la fealdad de un urbanismo incontrolado ni la perplejidad de sus habitantes ante las continuas transformaciones de su entorno
De los numerosos premios otorgados, ninguno refleja mejor su talante crítico y comprometido que el Premio de la Paz de los libreros alemanes (2005), reservado a los autores que nunca han olvidado la raíz ética del impulso creador. Es indudable que Pamuk pertenece a esa estirpe. En el 2006, la Academia Sueca le concedió el Premio Nobel de Literatura. Pamuk entendió desde muy pronto que su vida quedaba incompleta sin la creación literaria. El éxito sólo es un accidente en los escritores que nunca logran desembarazarse de la tensión entre la forma y la idea, la moral y el estilo, el yo y los otros. Todo augura que ese conflicto pervive y seguirá alimentado una escritura que no cesa de interrogarse sobre el papel del intelectual en un mundo cada vez más incierto y dividido.
Rafael Narbona
Into the Wild Union
13 de enero de 2011
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