EL ACENTO
Un hombre muy ocupado
El juicio contra Strauss-Khan revela el lado más sórdido del expolítico
El juicio a Dominique Strauss-Kahn, el otrora todopoderoso director general del Fondo Monetario Internacional y hombre a quien todas las quinielas políticas colocaban en la presidencia francesa, se está revelando como un auténtico ejercicio de surrealismo sórdido. Los testimonios que se escuchan ante un tribunal de Lille muestran hasta qué punto un hombre puede justificarse de cualquier barbaridad que haya cometido y trocar la condición de acusado por la de víctima sin pestañear. Strauss-Khan, cuya estrella se apagó de golpe al ser detenido en Nueva York en 2011 por asalto sexual a la camarera de un hotel, está acusado de proxenetismo, un delito que en Francia le puede costar diez años de cárcel. El acusado lo niega, pero al hacerlo se enreda en una maraña de argumentos que llevan al ciudadano medio a llevarse las manos a la cabeza al considerar que personas como Strauss-Khan pueden presidir organismos con gran influencia en el mundo.
La defensa de Strauss-Khan se basa en que no sabía que las mujeres que participaban en las orgías, a las que asistía como invitado de honor, eran prostitutas. Al fin y al cabo él no tenía tiempo para pensar en esos detalles porque estaba “intentando salvar al mundo de la catástrofe”, es decir, de la crisis económica mundial en 2009. Tampoco tenía tiempo para reparar en el nombre de esas mujeres, que para él eran “material”, “regalos de navidad” y “colegas”. ¿Por qué se acostaban con él? Naturalmente porque eran “libertinas” y “por placer”. De hecho, según él mismo aseguró ante el juez, le “horroriza” pagar por tener sexo. Y además considera que el fiscal exagera sobre su apetito sexual porque participaba en “solo cuatro orgías al año”. Queda claro que estos meses de proceso judicial, la pérdida de su carrera política y el riesgo de ir a prisión no han hecho mella en su autoestima.
Pero Strauss-Khan tampoco escuchaba las súplicas de esas “libertinas” ante la brutalidad sexual a las que las sometía, ni los “noes” de numerosas mujeres sobre las que anteriormente se abalanzó y otras que sufrieron sus abusos. El acusado considera que se está hurgando en su vida privada. No reconoce la línea entre el consentimiento y el abuso. Sin duda, está muy ocupado.
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