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domingo, 28 de diciembre de 2014

Javier Cercas / El impostor / Reseña

Javier Cercas

¿Salvar al impostor?

La verdadera y folletinesca vida de Enric Marco, la historia personal de su propia búsqueda y sus reflexiones sobre la escritura son los tres escenarios que alterna Cercas



    Enric Marco. / CONSUELO BAUTISTA
    En un attacco espléndido, el autor confiesa que esta es una novela que ha querido y no querido escribir, que temía y deseaba a la par. De hecho, se habla de ella, de El impostor, tanto como de su personaje principal, el falsario Enric Marco. Y resulta tan protagonista el uno como la otra, y como quizá lo sea también el mismo autor que busca manufacturar con probidad su relato. Escribir —cuando se trata de la vida real— es un gozo (al que Cercas no renuncia, afortunadamente para sus lectores), pero también una maldición. Y no es la primera vez que el autor la percibe… En este libro reconoce, con buen humor, el malestar psíquico de haber escritoAnatomía de un instante, su indagación sobre el 23 de febrero de 1981. Al acabar Soldados de Salamina sintió el vértigo de su propio éxito y lo purgó en las tensas páginas de La velocidad de la luz. Y en el camino de El impostor escribió Las leyes de la frontera —con más ficción, claro, que verdad— para expulsar de sí unas sombras que le hablaban de una posible —aunque remota— opción de haber sido otro.
    También en esta novela el narrador teme ser muy parecido a su personaje. Enric Marco —se recordará— fue un significado y veterano anarquista de los años de la Transición que en los noventa compareció públicamente como un sobreviviente del campo de concentración alemán de Flossenbürg; se convirtió así en un incansable paladín del recuerdo del Holocausto, y en 2005 —justo cuando iba a intervenir en una celebración en el campo de Mauthausen, como representante español de las víctimas, en presencia del presidente Rodríguez Zapatero— fue desenmascarado. El caso fue motivo de escándalo farisaico en todo el mundo, que suele ser la mejor manera de quitarse de encima lo que nos perturba. En un diálogo imaginario (que recuerda poderosamente el capítulo de Niebla, de Unamuno, donde el protagonista visita a su creador en su despacho), Marco retrata a su “escritor” como “un pequeño burgués neurótico y débil, con la conciencia remordiéndole siempre”, pero que al cabo se lucra también de sus personajes: “¿No ha tenido usted más de una vez la sospecha de que era yo el que había vivido lo que había vivido y había inventado lo que había inventado sólo para que usted lo contase?” (páginas atrás, el filólogo Cercas, que ha leído muy bien a Cervantes, ha sospechado lo mismo y remeda al autor deEl Quijote: “Para mí sólo nació Enric Marco y yo para él; él supo obrar y yo escribir, sólo los dos somos para en uno”). ¿Qué ha pretendido, en definitiva?, se pregunta. “Salvarle”, se dice más de una vez, pero ¿qué es salvar a alguien? ¿Lo que dice la escatología cristiana o la unamuniana? ¿Ejercer la superioridad moral sobre otro y, de ese modo, “quiere salvarme para salvarse usted”, como dice Marco?
    Aquel coriáceo nonagenario es un Narciso en el sentido que Ovidio dio a la fábula mitológica: no se enamora de sí mismo, sino que precisamente evita conocerse como es y así prefiere inventarse de otra manera. “Se apropiaba del pasado ajeno o se incrustaba en él”, leemos. Y es que puede que haga como Leonard Zelig, el personaje del filme de Woody Allen, que se trasmutaba físicamente en los seres que le rodeaban, así fueran los secuaces de Adolf Hitler, unos rabinos judíos o unos negros de Harlem, para que le aceptaran todos. Cuando Cercas ha titulado la primera parte de su novela ‘La piel de la cebolla’ quizá ha pensado involuntariamente en el título que Günter Grass dio a sus memorias, Pelando la cebolla, donde confesó su paso adolescente por las SS. Y es que, al pelar el apretado bulbo de la memoria, Grass comprobó que afluyen “palabras demasiado tiempo evitadas, y también arabescos, como si algún traficante en secretos, desde joven, cuando la cebolla todavía germinaba, hubiera querido codificarse”. Enric Marco no fue un activo combatiente en la Guerra Civil, ni un resistente que se exilió, ni fue cautivo en un campo nazi, ni militante antifranquista. Estuvo siempre donde estaban todos, con la inmensa mayoría, evitando comprometerse, buscándose la vida, huyendo del pasado. No fue un héroe aunque casi lo ha sido al afrontar su descrédito, al convertir de su “sí” de siempre en un primer pero contundente “no”.
    Cumple reconocer que se inventó como héroe en el momento oportuno. “Se inventó una vida cuando todos lo hacían”, escribe Cercas, recordando los años en que España cultivaba el narcisismo colectivo: cada cual falsificaba sus autobiografías y, al cabo, todos los demás, llevados por la “cesión pusilánime al doble soborno” que nos exigen quienes se presentan como víctimas, o como testigos, aceptaron la existencia de la “memoria histórica”, que sólo fue “un sucedáneo, un abaratamiento, una prostitución de la memoria”. Fuimos, en fin, tan narcisistas como Marco y él nos retribuyó con “un relato edulcorado, falaz y desbordante de sentimentalismo”, que sólo cabía tildar de kitsch.
    Cercas ha usado una prosa subyugante y acelerada, pero, a la vez, medida al milímetro y tan rítmica y obsesiva como el Bolero de Ravel. Esta novela in fieri vuelve una y otra vez sobre sí misma, pero la repetición de argumentos y citas, su amplificación y refutación, o incluso un cierto desorden, son cosas deliberadas. O no evitadas. Eran la consecuencia natural de trabajar en tres escenarios paralelos: la historia personal de la búsqueda (que nos ofrece ¿creaciones? de personajes reales que son espléndidas: el historiador Bermejo o la pareja de Ferran y Mercé), las reflexiones morales y metaliterarias sobre la escritura (“la literatura es una forma socialmente aceptada del narcisismo”) y, por último, los importantes datos allegados y comprobados de la verdadera y folletinesca vida de Enric Marco.
    Con aquella otra vida que se inventó, el protagonista quiso que le quisieran y quizá ha conseguido ahora una parte de esa retribución tardía. A Cercas también le queremos más tras este libro que se lee deprisa y que tarda en olvidarse.

    El impostor. Javier Cercas. Literatura Random House. Barcelona, 2014 425 páginas. 22,90 euros (digital: 12,99)



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