Páginas

domingo, 16 de noviembre de 2014

Bioy Casares / El fotógrafo


Las imágenes de la cámara de Bioy 

que él no llegó a ver




Las mujeres, los amigos, el campo, los animales del zoológico, San Telmo; temas que se revelan aquí en una decena de retratos inéditos tomados por el escritor, que formarán parte de una novedosa muestra sobre su pasión por las cámaras.

Le vendió su máquina Hasselblad a un fotógrafo, quien se encontró las fotos en un viejo rollo sin revelar.
  • Marcela Mazzei
¿Ve ese bolso que está ahí? Abralo . Adolfo Bioy Casares le señala a Juan Pangol, el camarógrafo que hacía unas tomas para la TVE en el piso de Posadas, su pasión secreta: la fotografía. Dentro del bolso estaba la Hasselblad 500C, el Rolls Royce de las cámaras del siglo XX, la que viajó a la Luna. “Al verla enloquecí –cuenta hoy–, salió de él contarme cómo sacaba fotos y entendí que teníamos el mismo amor”.
Terminaba 1998 y su comentario lo animó a pedirle a Bioy que posara para él, los dos solos, tranquilos. Semanas después se concreta la cita, con el modelo de punta en blanco, como se ve en la serie que Pangol le envió después de regalo. “Al señor Bioy le gustaron tanto sus fotos que quiere que usted tenga la cámara de él” escuchó al teléfono, en la voz de la secretaria, dos semanas más tarde.
Superado el shock, prepara una cámara para inmortalizar el momento. Pero al llegar lo encuentra muy desmejorado. “Me impresionó mucho el cambio desde la última vez, incluso me contó que estaba con temblores, débil”. Ese día de enero de 1999 sucede la transacción. Bioy insiste en regalarle la Hasselblad, él se niega y acuerdan un precio simbólico: $2.000/dólares, según un recibo con firma. En el cuerpo de la cámara con dos chasis, firma Adolfo . Quedan en almorzar en Lola y se despiden, sin hacer fotos. El camarógrafo se entera por la prensa de la muerte del escritor. Cuando regresa a la cámara para usarla, la abre, encuentra un rollo, y lo cierra inmediatamente. Más tarde lo lleva a revelar sin decir una palabra.
“Me quedé helado”, cuenta. “Estuve tiempo sin revelarlas, nunca quise traspasar la línea de su intimidad”. La tira de contactos que se salvaron de ser veladas, casi la mitad, muestra la sala de Posadas (el sillón donde Bioy tomó una icónica foto de Borges y Silvina Ocampo; la niña de sombrero es Lucila Frank, una de sus nietas; la que está a contraluz, la otra, Victoria Basavilbaso; el tronco de un árbol que imita un animal (en una de sus visitas, Bioy le había regalado a Pangol un original que parece de la misma serie, tomada en Rincón Viejo); la quinta es una figura desconocida.
“Me llama la atención el tiempo que llevaban dentro”, reconoce Pangol. La nieta tenía 18 años a la muerte de Bioy cuando no parece haber cumplido ocho. Cuando se publica Los Bioy, las memorias del ama de llaves, Jovita Iglesias, Pangol descubre el siguiente pasaje: “Un mal día me anunció: ‘Vendí una cámara fotográfica y me siento como si hubiera vendido mi alma’”. Al dolor de la pérdida, se sumaba quizás que era la cámara suya que le había regalado a su hija Marta, y que había vuelto a él después del absurdo accidente. Con el paso de los años, el camarógrafo pudo asumir la herencia: “Creo que él vio mi entusiasmo. Fue un pase de manos”. Bioy encontró en él un emisario del mensaje que traían esas fotos perdidas, para que llegaran a nosotros justo hoy.


No hay comentarios:

Publicar un comentario