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viernes, 7 de noviembre de 2014

Alvaro Mutis / En qué época le hubiera gustado vivir

Alvaro Mutis según T.A.

Alvaro Mutis
Biografía
¿EN QUÉ ÉPOCA
LE HUBIERA GUSTADO VIVIR?

Por Gloria Valencia de Castaño
Bogotá, 1995

Gloria: Cuéntenos Álvaro: ¿en qué época del mundo le hubiera gustado a usted vivir?

Álvaro Mutis: Hubiera querido vivir durante buena parte del reinado de su muy católica majestad el rey Felipe II, gozando de la confianza y aprecio del monarca.
En un vasto palacio madrileño, destartalado e incómodo hubiera reunido una pequeña corte de enanos y monstruos, entre servidores y bufones, a quienes les hubiera recordado a toda hora sus deformidades y lacerías.
Complicado en todas las intrigas del palacio real, participando en la caída de Antonio Pérez, siendo cómplice y gestor de la muerte del Infante don Carlos, formando parte de la comitiva que viajó a París para acompañar a la dulce esposa francesa del pálido monarca, hubiera conocido de cerca al bearnés Enrique IV y hubiera estado de acuerdo con él en aquello de que "París bien vale una misa".
En una misión secreta ante el Príncipe Guillermo de Orange, después apodado el Taciturno y quien ya comenzara a inquietar los estados de Flandes, hubiera querido pasear por la jocunda y coprofílica, sensual y glotona región de los Países Bajos y Ana de Saboya, la casquivana y desordenada esposa del príncipe, me hubiera hecho demorar más de la cuenta.

Gloria: Muy seguramente.

ÁM: Mi principal misión en el gobierno de Felipe hubiera sido la organización y desarrollo de la santa Inquisición en tierras de Indias. Hubiera establecido tribunales de la Santa Hermandad en todas y cada una de las ciudades fundadas en los nuevos dominios de la corona española y bajo un régimen implacable de acusaciones secretas, vigilancia continua y duros tormentos hubiera matado todo espíritu de independencia, hubiera extirpado hasta la mínima noción de libertad en tan apartadas regiones.
Con un sistema de rehenes cautivos en las cárceles de España o vigilados en sus destierros de la corte, hubiera conseguido implantar un severo régimen de terror entre los españoles que quisieran residir y establecerse en las Indias obligándolos a tornar a España después de cumplido un determinado plazo, a fin de que no echaran raíces en los nuevos territorios de la Corona.
A los naturales de esas regiones los hubiera embarcado en su totalidad y vendido a los venecianos para que los utilizaran en la construcción de sus malsanos y fétidos canales o de sus amplios y hermosos hospitales y palacios.

Gloria: ¡Qué cosa tan monstruosa!

ÁM: No creas. En la querella de Lope y de Góngora contra Cervantes hubiera estado de parte de aquéllos y al autor de las Soledades lo hubiera hecho huésped de mi casa para tirarle la lengua sobre todos los chismes y mezquindades de las gentes de su oficio.
Hubiera participado en la intriga que llevó a Luis de León a la cárcel y hubiera patrocinado la presentación de los Autos Sacramentales de Calderón en la Corte.

Gloria: Cuénteme una cosa. ¿Pero cuáles son las características de la época de Felipe II que lo han llevado a escoger aquella época como la precisa para haber deseado vivir en ella?

ÁM: Primero la vastedad universal de su influencia, la tremenda y buida autoridad del monarca, el magnífico desorden de las Cortes vecinas. Enrique III y sus mignons en Francia, Isabel y sus piratas en Inglaterra, Calvino el anverso y gemelo hereje de Felipe en la fría y ceñuda Ginebra, los tripones y congestionados electores alemanes, Venecia en una dorada decadencia.
También me atraen de la época la proliferación de la miseria que hacía por contraste más amable el goce de los bienes terrenales y del poder, la abundancia de ejércitos mercenarios, suizos y alemanes, polacos e italianos, suecos y borgoñones que recorrían Europa asolando regiones en una sola ola de crueldad y borrachera. Los reitres y lansquenetes que dibujara Caló son para hablar en términos de Reader's Digest mi personaje inolvidable.
La actividad febril de la recién nacida Compañía de Jesús, con su admirable fundador cuyo manual de confesión es uno de los libros más importantes que jamás se hayan escrito. El prestigio de las Indias con su leyenda del Dorado y la gesta increíble de los conquistadores que hacía perder la cabeza a los Hidalgos hambrientos de provincia e inquietaba y revolvía al vasto imperio de los pícaros.
La estricta vigilancia de las conciencias y el continuo hurgar en la vida privada permitidos a la santa Inquisición y que hacían más hermosa y deleitable la libertad de los grandes y privados. La poesía de la época, envuelta ya por las primeras redes del Barroco y buceando al fin por regiones de imaginación y de sueño. La mística de san Juan de la Cruz y santa Teresa disparada hacia lo alto desde la piojosa y mugrienta tierra de La pícara Justina y de Rinconete y Cortadillo. La fábrica sombría e inútil, gratuita e incómoda del Escorial con el panteón de los Infantes y sus cuadros del Bosco. Éstas y muchas otras cosas de la época me llevan a escogerla como la más adecuada a mis preferencias y la más ajustada a mis ideas.

Gloria: Sí, me doy cuenta perfecta Álvaro, Y cuénteme, ¿en esa época cuál es la persona cuya amistad usted hubiera querido, la que hubiera preferido entre todas?

ÁM: Sin duda la de Teresa de Ávila, la inquieta fundadora de Conventos, la aguda y locuaz andariega, la terca y firme solicitante en la Corte, la incansable y sagaz castellana ante quien todos acababan por rendirse, hasta el mismo Felipe a pesar de su pálida reserva. Mucho hubiera gozado oyendo a la santa contar sus andanzas y negocios y de pronto disparar el certero dardo de su ingenio contra algún espeso hidalgo que se negara a venderle unas tierras para un convento o se opusiera al trámite de unos mineros dejados como herencia para la Orden.
Qué bueno irritarla criticándole algún párrafo de los reglamentos de la Orden para verla en todo el esplendor de su verbo analizando sabrosamente las debilidades humanas y justificando las reglas por ella misma dictadas, para el mejor orden de sus conventos.
Cuán grato oírle hablar de las incómodas posadas asturianas, de la vanidosa miseria de los andaluces, de la cicatera hospitalidad de los castellanos, de la fenicia seguridad de los catalanes. Mucho me hubiera criticado la santa mi colección de enanos y monstruos, pero mucho hubiera sido también la ayuda que le hubiera prestado en la Corte para sus fundaciones y trabajos.
En el fondo me hubiera despreciado un poco y yo le hubiera temido otro tanto.

Gloria: Umjú. Cuénteme Álvaro, ¿cuál es para usted el rasgo más saliente y definitorio digamos, de esa época?

ÁM: La herejía. Su florecimiento magnífico, las luchas que desencadenara, los varios y muy bellos aspectos con que se presentó de repente. Nunca antes ni después el hombre se presentó tan total y definitivamente a la herejía o se sumó a ella con tan tremendo ardor visionario.
Desde la herejía musulmana mezclada con capitosas sugerencias de magia hasta la fría llama en que ardían Calvino o Melanston pasando por el inteligente y peligroso compromiso de Erasmo o la exuberancia vital de Lutero. La herejía de alcoba de un Enrique. La herejía juguetona e intrascendente del bearnés y la batalladora y probada herejía de Guillermo el Taciturno.
La herejía mezclada con pantagruélicas indigestiones e interminables borracheras del gran elector de Baviera o la herejía cerebral y casi matemática de un Zwinglio.
"Prefiero no reinar a reinar sobre herejes" fue la sentencia sobre la cual fundamentó su reinado Felipe II. Bien sabía él que tendría que luchar contra la más rica fauna de herejías de la historia de la cristiandad, la más rica y la más próspera.
Y en su lucha contra la herejía, en su implacable visión de ungido de Dios que veía en aquella la fuente de muchos y muy graves males futuros, hubiera querido acompañar al monarca. Que hubiera hecho hoy el balance de su reinado, perdido la batalla dejando en sus débiles sucesores la liquidación desastrosa de su gran imperio, no disminuye en nada la grandeza de sus propósitos ni los sanos principios que los inspiraron.
Si Felipe gana su lucha contra los herejes nos hubiéramos evitado males tan tremendos como la igualdad, fraternidad, libertad, el liberalismo manchesteriano, la libertad de cultos, la igualdad de las personas ante la ley, la clase obrera, el abolicionismo de la esclavitud, la libertad de las colonias y tantas otras ñoñeces de nuestra época.

Gloria: ¡Ajá, muy interesante eso, qué tal! ¿ah? Bueno Álvaro, ¿y de dónde hubiera derivado usted los dineros para sostener esa corte de enanos y de monstruos y estar ante el rey siempre decorosamente?

AM: Ante todo hubiera cobrado fuertes sumas a los moros para librarlos de la santa Inquisición y después los hubiera acusado ante la misma haciendo llegar a mis manos buena parte de sus bienes. Hubiera conseguido para los Friger el préstamo que fue necesario para armar la Invencible y al mismo tiempo hubiera avisado a la corte inglesa, a cambio de oro, sobre la fecha y hora de zarpe de la flota.
Hubiera sido abogado de la compañía ante la Corte para gestionarle las fundaciones de ultramar y, otra fuente magnifica para costear la complicada y lujosa vida de la Corte hubiera sido el comercio de esclavos en Santo Domingo y Cartagena de Indias, comprándolos a bajo precio en la costa de oro a los negreros portugueses a quienes a mí vez les conseguiría licencias para traficar entre los puertos mediterráneos españoles y la costa argelina.

Gloria: Afortunadamente no vivió usted en esa época Álvaro, porque habría pasado a la historia como uno de los monstruos, el más grande de su colección.

ÁM: No crea, nadie me hubiera conocido. 

Gloria: ¡Qué horror! Cuénteme, ¿y dónde hubiera preferido morir? 

ÁM: Desterrado en Coimbra por el Conde Duque, alejado de la corte y muertos ya mis viejos amigos don Pedro Calderón de la Barca y el venenoso arcediano de la catedral de Córdoba, don Luis de Góngora.
Me hubiera contentado para mi muerte con aquello que dicen las letanías del señor Mariscal: "Dadme un sitio seco, un ataúd de pino, las plegarias de un monje y una mortaja de vino".

Gloria: ¡Ajá! ¿Y hubiera usted cultivado entonces, como hoy, la poesía? ¿Las letras?

ÁM: No. No es ese un oficio de grandes. Hubiera escrito en mi destierro una pequeña historia de la santa Inquisición bajo el título de "Brújula de las equivocaciones o el cepo de los infieles", en donde hubiera puesto en evidencia todas las largas y complicadas intrigas e infamias llevadas a cabo al amparo de la santa institución y a menudo con el consentimiento de sus altos oficiales.

Gloria: Creo que son suficientes estos improperios, Álvaro, y un millón de gracias por su participación en este programa.






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