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viernes, 29 de agosto de 2014

Personajes siniestros / Alias Popeye, desde la cárcel


Dice que no tiene miedo de ser asesinado, y que afuera sus únicos enemigos son los hermanos Ochoa.
John Jairo Velásquez Vásquez
Popeye
Foto de Sebastíán Jaramillo

Alias 'Popeye'
Desde la cárcel

Por Daniel Vivas Barandica
Bocas 16
11:53 p.m. | 22 de agosto de 2014

Este asesino, antiguo jefe de sicarios de Pablo Escobar, dice que no tiene miedo de ser asesinado, y que afuera sus únicos enemigos son los hermanos Ochoa.

Confiesa que asesinó a más de 250 personas y participó en la muerte de otras 3.000.  De niño quería ser oficial de policía. "Yo soy bien tierno, me enamoro fácil", dice. "Gracias a Dios yo soy muy educado", remata.


"Si Pablo Escobar volviera a nacer me iría con él sin pensarlo."
Popeye



"Yo hice la inteligencia, encontré al tipo y lo maté. No sentí nada. Eso de que uno no duerme pensando en los muertos no aplica conmigo. Tampoco he necesitado recurrir a la droga, a fumar cigarrillo o tomar pastillas para estar tranquilo. Los actos que he cometido no me han quitado el sueño."
Popeye







Entrevista publicada en febrero de 2013 en la edición 16 de BOCAS.
Popeye –uno de los asesinos más cercanos a Pablo Escobar– dice que mató a más de 250 personas y que participó en la muerte de otras 3.000; no siente remordimientos, pero alega que ya cumplió con la justicia y espera salir libre este año después de 22 años en la cárcel. No tiene miedo de ser asesinado, dice que afuera sus únicos enemigos son los hermanos Ochoa, que no quiere volver a matar y que su gran sueño es una película con la verdadera historia del Cartel de Medellín.
Por Daniel Vivas Barandica / Fotos Sebastián Jaramillo
El pabellón de recepciones de la Cárcel de Máxima Seguridad de Combita, en Tunja, es un patio pequeño, de concreto gris, compuesto por 20 celdas y un solar enrejado, por el que han pasado los mayores criminales del país pedidos en extradición por EE. UU. En este lugar está detenido, desde hace cerca de ocho años y exiliado de población carcelaria por su seguridad, John Jairo Velásquez Vásquez, “Popeye”. Fue uno de los hombres más sanguinarios del Cartel de Medellín y lugarteniente de Pablo Escobar.
Popeye está vestido con un jean Levi’s azul oscuro, lleva una cachucha que alguna vez fue roja, un buzo escarlata y unos Crocs negros. Me saluda efusivamente. Se nota que le gusta que lo entrevisten. Se quita la cachucha, me muestra su cabeza y dice que ya dejó de contarse las canas. Nos sentamos en una mesa donde reposa un tablero de ajedrez. Me confiesa que no sabe jugar y que las fichas son de su único compañero, “Sebastián” [Erickson Vargas Cardona, el máximo cabecilla de la “Oficina de Envigado”]. Sebastián me mira de reojo y se mete en su celda. Popeye me dice que no sabe nada de su compañero y luego me recalca que estamos para hablar de él.
Y empieza por su prontuario: asesinó a 250 personas, bajo sus operaciones murieron cerca de 3.000 colombianos, entre ellos excandidatos presidenciales, altos mandos de la policía, periodistas, magistrados y civiles. “Yo estoy condenado por todos los delitos del Cartel de Medellín, por la muerte de Luis Carlos Galán, el atentado del avión de Avianca, las bombas en Cali, Bogotá y Medellín, por todas las muertes que ocasionamos”. Con cierto orgullo me muestra dos impactos de bala que no pudieron acabar con su vida. Uno entró y salió por un costado de su brazo. El otro por su pecho, le rozó el corazón y salió por la espalda. El policía que hizo el último disparo murió segundos después, “reaccioné rápido y lo maté”.
Tras casi 22 años de estar recluido alega que ya ha sido suficiente. Aunque dice no sentir remordimiento por las víctimas, pide perdón y reconoce que actuó cegado por el dinero, la codicia y su devoción por Pablo Emilio Escobar Gaviria, a quien no deja de admirar y del que dice “era un ser de otro planeta”. Hoy solo quiere reintegrarse a la sociedad –entre julio y septiembre de este año sale libre–, y recalca que ya es hombre de paz. Que a pesar de que todavía haya gente que lo quiere matar, no volverá a tomar un arma para acabar con la vida de otro ser humano.
¿Es verdad que este año sale libre? ¿Qué piensa hacer?
Sí. Entre julio y septiembre. Una cosa es cuando uno está aquí adentro y otra cuando ya toca el pavimento. He pensado en irme del país, pero las cosas cambian con el tiempo, hay que esperar lo que suceda en la calle. Tengo perspectivas sencillas. Ahora quiero disfrutar de las cosas pequeñas de la vida. Tengo claro que no vuelvo a recibir un contrato para matar a alguien.
¿Cómo son sus días en la cárcel?
Me levanto a las seis de la mañana, organizo mi celdita, hago una oración, pongo a calentar el café, me pego una duchita con agüita bien fría. Me preparo el desayuno y oigo noticias en la radio o me pongo a ver el noticiero. Puedo ver televisión de seis de la mañana a seis de la tarde. Entran los canales nacionales. Tengo un teléfono directo instalado en un costado del pabellón. Según el día, llamo a mis abogados para saber cómo va mi proceso con el juez de ejecución de penas. También hablo con mi hijo y con los pocos amigos que me quedan. Después me pongo a escribir. Aquí el enemigo más grande es la monotonía.
¿Quién lo visita regularmente?
Mis abogados, periodistas, muchos periodistas. Desde hace cinco años no tengo visitas de familiares o amigos cercanos. Tampoco conyugal. Tengo derecho a una visita íntima cada mes, pero no me gustan las prostitutas. Me cuido mucho, le tengo miedo al sida. Tampoco tengo novias porque “en este paseo” todo es más difícil. Acá me conseguí una novia, abogada, nos enamoramos, pero al primer escándalo salió corriendo. Me la levanté a punta de carreta. Yo soy bien tierno, me enamoro fácil. Más de uno cree que porque fui bandido y asesino no soy respetuoso con las mujeres.
¿Cómo es la relación con los guardias?
Como todo en la vida. Si los respeto, ellos me respetan. Con ellos no hay mucha ternura [risas]. Son gente buena, hemos tenido problemas, una vez me golpearon, pero descubrí una herramienta más poderosa que las ametralladoras: la justicia. Si uno tiene un problema, recurre a la Procuraduría y allá se lo solucionan. Yo era muy agresivo, pero aprendí a respetar.
¿Ya vio la serie de Escobar el patrón del mal?
Sí, apenas la estoy empezando. Me la mandaron hace poco, la estoy viendo en dvd piratas. Me gustó mucho, porque Andrés Parra hace un personaje inigualable. Yo creo que ni en Hollywood pueden conseguir un actor como este para hacer de Pablo. La voz es igual, la actitud. Me gustó también el personaje de Carlos Mariño, el que hizo de “Popeye”, o como le ponen allí: “El Marino”. Fue bonito verme interpretado, porque aborda el personaje con mucho respeto. Me impactó que actuaba muy parecido a mí. Se le arrimaba al patrón igual que yo: con respeto.
¿Quiere llevar su vida al cine?
Con Hollywood estamos tratando. Astrid Legarda Martínez, la experiodista de RCN que escribió conmigo el libro El verdadero Pablo: Sangre, traición y muerte, está en Estados Unidos haciendo contactos, hablando con personas que se han mostrado interesadas en un proyecto cinematográfico. Por el libro ella tuvo que salir exiliada del país. Yo quiero que hagan una película bien hecha, con los nombres reales. Hace un tiempo me contactó la gente que hizo Paraíso Travel, pero ofrecieron muy poquito y no pudimos llegar a un acuerdo.
¿Dónde nació?
Nací en Yarumal, Antioquia, un pueblito a dos horas de Medellín. Un lugar de tierra fría, conservador. Tuve una niñez un poco limitada, porque el lugar es montañoso. Allá no se juega al fútbol, no se monta en bicicleta, no se hace nada. Luego, por el trabajo de mi papá, nos trasladamos a Itagüí. Allí empecé a ver el mundo. Conocí gente y tuve mi primer acercamiento con la violencia, con la crudeza de una zona industrial. Años después nos fuimos a un barrio de clase media-alta de Medellín. Allí me vinculé al mundo del narcotráfico.
¿Qué quería ser cuando era niño?
Oficial de la policía. Luego quería ser marino. Me gustaban mucho las armas. Yo quería el mundo de las armas con la constitución, con las Fuerzas Militares. No se dio y me tocó llegar a ellas por la ilegalidad.
¿Pero intentó al menos cumplir su sueño?
Sí. Cuando estaba en cuarto de bachillerato dejé de estudiar e ingresé en la Escuela de Suboficiales de la Armada en Barranquilla. Me aburrí. Yo soñaba con majestuosos navíos, pero no había nada de eso. Solos unos barcos de madera decomisados a marimberos. Me retiré y me devolví a Medellín a terminar el colegio. Luego me fui para Bogotá e ingresé a la Escuela de Oficiales de la Policía Nacional General Santander, pero también me desencanté. Solo estuve seis meses. Regresé a la ciudad y me reencontré con Pinina, un amigo del barrio.
Hábleme de Pinina…
“Pinina”, John Jairo Arias Tascón, era un hombre por ahí de 1,64 metros de estatura, inteligente, muy bien presentado, tenía una cara perfecta, el pelo largo, por eso le decían Pinina, por su parecido a la actriz argentina Andrea del Boca, que interpretaba ese papel. Nos conocimos en el barrio. Él era el hombre que tenía Pablo Emilio Escobar Gaviria para que lo reemplazara en el Cartel de Medellín y protegiera a su familia en caso de que lo mataran. Pinina murió por el Bloque de Búsqueda en 1990. Yo estaba con él ese día. Me fui a recoger un dinero y cuando él entró a su apartamento a esperarme, le cayeron.
¿Cómo fue su primer acercamiento con Pablo Escobar?
Cuando me reencontré con Pinina yo ya sabía que él pertenecía a los hombres de Pablo Escobar. Luego comencé a trabajar con un ingeniero, un señor que le decían Nandito, amigo de Gustavo Gaviria, primo del patrón. A Nandito le tocó a arreglar un toro mecánico de la hacienda Nápoles. Allí fui testigo, por primera vez de la vida que yo podía llegar a tener. Un año después un conocido me puso a trabajar de conductor y escolta de una niña del barrio El Poblado, Elsy Sofía. Empecé a trabajar con ella y resultó siendo novia de Pablo Escobar.
¿A qué edad comenzó a trabajar para el Cartel de Medellín?
Desde muy joven. A los 18 años empecé a recibir “contratos” (asesinatos) por parte de esta organización. Comencé a operar al lado de Pinina, él me enseñó a trabajar. Después me dejaron “caminar” solo. A tirar operativos tan grandes como el secuestro del señor Andrés Pastrana. A ser la cabeza de acciones como el secuestro y posterior asesinato del procurador Carlos Mauro Hoyos. A dirigir los asesinatos de personajes de la justicia de este país. A callar a más de un periodista.
¿Qué escribe?
Muchas cosas. Acabé de terminar mi segundo libro. Lo vamos a presentar en la Feria del Libro de Bogotá en abril. Relata los casi 22 años que llevo preso. Escribí todas mis vivencias. Me han pasado cosas muy charras como encontrarme con mis grandes enemigos, los hermanos Rodríguez Orejuela y “Don Berna”. Mi celda es la 17, a él lo recluyeron en la 18, nos comportamos como si nada hubiera pasado. Por acá también estuvieron “Macaco” y “Rasguño”. Más adelante me gustaría escribir una novela a cuatro manos, con un escritor bien ranqueado. No soy un buen escritor, pero soy buen relator.
¿Por qué se convirtió Don Berna en uno de sus grandes enemigos?
Don Berna era chofer de los narcotraficantes Fernando y Mario Galeano. Un simple escolta de ellos. Ni siquiera llegó a conocer personalmente al patrón. Cuando matamos en la cárcel la Catedral a Fernando “el Negro” Galeano, Don Berna se fue para donde los hermanos Castaño a contarles lo que habíamos hecho. Desde la cárcel ordenamos atentados contra él porque nos dimos cuenta de que estaba planeando vengarse por la muerte de sus patrones. Pero se nos voló a Cali con Rafael Galeano, otro de los hermanos que aún seguía con vida. Allá, con el aval de los Castaño, se alió con los hermanos Rodríguez Orejuela y cogió mucho poder dentro del grupo de “Los Pepes” [Perseguidos por Pablo Escobar].
¿Por qué Pablo Escobar comenzó a ejecutar a sus socios?
El patrón era socio de los hermanos Galeano y los hermanos Moncada Cuartas. Antes de entregarnos a la justicia hicimos un acuerdo con ellos, donde se convino que a Pablo Escobar, por ser el jefe, se le iba a mantener económicamente durante su estancia en la Catedral mientras se reactivaba el narcotráfico. Es que llegamos allá ilíquidos. Se pactó que todos los demás narcos siguieran traqueteando, pero debían mandarnos mensualmente quinientos mil dólares. La plata llegó durante los primeros diez meses. Al undecimo mes solo mandaron 50 millones de pesos. El patrón devolvió ese dinero diciéndoles que no les estaba pidiendo limosna. Los hermanos Moncada y Galeano respondieron que no tenían ni un peso, pero el patrón sabía que ellos eran muy ricos. Dio la casualidad que ese mes, un trabajador del “Chopo” encontró 23 millones de dólares en una caleta en el barrio San Pío de Itagüí. De una nos reportó ese dinero y lo tomamos. Fernando Galeano y uno de los Moncada –Gerardo “Kiko”– se dieron cuenta de que un muchacho de nosotros tenía la plata y subieron a la Catedral para hablar con el patrón. No se imaginaban lo que les esperaba.
¿Cómo fue la muerte de estos dos narcotraficantes?
Los hicimos entrar a la cárcel la Catedral, porque afuera era más difícil matarlos. Si mandábamos a uno de los hombres a secuestrarlos, nos lo podían “voltear” –sobornar– con cien millones para que los liberaran. Por eso el Patrón dio la orden de amarrarlos, torturarlos y darles sus tiros de gracia. Como sacar los cuerpos en un camión era un problema a causa de los anillos del Ejército que custodiaban la cárcel, el Patrón tomó la decisión de descuartizarlos y quemarlos. Les dijimos al Ejército y al director del penal que íbamos a hacer una fogata durante la noche. Para que no se sintiera el olor de los cuerpos quemándose –y por si al Ejército le daba por inspeccionar–, al lado de la fogata hicimos un asado. El olor de la carne asada se camufló con el de los cadáveres rostizados. Ambos olores son parecidos. Pero “cremar” a una persona en esas condiciones es muy difícil, y eso que duramos toda la noche volteando los restos en la fogata. Lo que quedó lo desmenuzamos con un martillo y lo deshicimos en ácido. Eso de que encontraron huesos en la Catedral es mentira.
¿A qué otras personas mataron en la Catedral?
Se habla de cientos de muertos, pero la verdad es que no matamos a nadie más. Sí se ordenaron muchos asesinatos. Cuando llegamos a la Catedral teníamos una pelea muy brava. Guerra con los paramilitares, guerra con el Cartel de Cali, y guerra con la Policía. El patrón mandó a ejecutar a Henry de Jesús Pérez [jefe de las autodefensas del Magdalena Medio, asesinado en 1991 en Puerto Boyacá]. El otro Galeano –Mario– y el otro hermano Moncada –William– fueron asesinados por los demás muchachos del grupo grande que se quedó afuera. El patrón mató a sus socios porque ya sabía que ellos tenían acuerdos con el Cartel de Cali.
¿Cómo era la rutina en la Catedral?
Eso allá era una parodia de cárcel. La guardia municipal eran bandidos disfrazados de guardianes del Inpec. Y la guardia que sí era del Inpec, a nivel nacional, estaba en la parte externa. No teníamos contacto con ella. El último anillo de seguridad era el del Ejército. Pero ellos también se hacían los de la vista gorda. Quien realmente tenía el control de la seguridad del lugar era el patrón. Esa cárcel se ganó en una guerra. Por eso dejaron que tuviéramos condiciones especiales.
¿Cómo fue la relación del Cartel de Medellín con el de Cali?
En un principio los hermanos Rodríguez Orejuela eran amiguísimos de nosotros. Estuvieron muchas veces presentes en las reuniones que se hacían en la hacienda Nápoles. Incluso, cuando en 1984 capturaron en España a Jorge Luis Ochoa y al señor Gilberto Rodríguez Orejuela, se unieron los dos carteles para planear un rescate de las dos cabezas de cada una de las organizaciones, antes de que los extraditaran a Estados Unidos. Finalmente, con mañas judiciales, lograron que los mandaran a Colombia. Acá los absolvieron a ambos.
¿Entonces por qué empezó la disputa?
La guerra empezó por un lío de faldas entre “Piña” y Jorge Elí “el Negro” Pabón. “El Negro” Pabón era un hombre muy leal a Pablo Emilio Escobar Gaviria. Y Alejo Piña era un hombre de “Pacho” Herrera. Ambos habían sido amigos en una cárcel de Nueva York. Pero cuando El Negro salió de prisión, se enteró de que Piña estaba viviendo con la que había sido su esposa. El Negro habló con el patrón y acordaron que había que matar a Piña. Como el Cartel de Medellín mató a Hugo Hernán Valencia, un hombre que había tenido un problema con Gilberto Rodríguez, les pedimos a los Rodríguez que nos devolvieran el favor. Que nos dejaran matar a Piña, o que ellos mismos, con su gente, se encargaran de él. Nosotros no sabíamos del poder económico y militar de “Pacho” Herrera. Los Rodríguez, en vez de explicarle esto al patrón, fueron directamente a decirle a “Pacho” Herrera que el Cartel de Medellín le quería matar a Piña y ahí se armó la guerra. Los Rodríguez se beneficiaban de “Pacho” Herrera. Él era el rico de Cali.
¿Cómo fue su primer asesinato?
Me tocó matar a un despachador de buses en Envigado. Cuando él era conductor, la mamá de un amigo de Pablo Escobar se subió al bus que él conducía, y antes de bajarse arrancó, la hizo caer, la dejó tirada en el suelo, no la ayudó y ella murió; cuando este muchacho consiguió plata, le pidió a Pablo Escobar que lo ayudara a vengarse del conductor. Yo hice la inteligencia, encontré al tipo y lo maté. No sentí nada. Eso de que uno no duerme pensando en los muertos no aplica conmigo. Tampoco he necesitado recurrir a la droga, a fumar cigarrillo o tomar pastillas para estar tranquilo. Los actos que he cometido no me han quitado el sueño.
¿Cuál era su arma preferida?
Dentro del Cartel de Medellín una subametralladora MP5 que tenía el patrón. También el fusil AR-15 556. Hicimos la guerra con armas relativamente pequeñas, hasta con pistolas y revólveres. Luego aprendimos a usar la dinamita. Con esa arrodillamos al país. Pusimos 250 bombas en Cali, Bogotá y Medellín. La más brava fue la del DAS. En la serie nos han mostrado usando rockets (lanzacohetes). Alcanzamos a tener pero casi nunca los usamos. Un rocket es muy difícil de manejar, para eso se necesita entrenamiento militar. Me acuerdo que un día estábamos en la hacienda Nápoles, Carlos Lehder sacó uno para probarlo contra una casa, disparó y el misil se le fue contra unas fincas más allá, ¡hizo un daño ni el verraco!
¿Quiénes quedan vivos del Cartel de Medellín?
“El Arete” vive en España. Unos dicen que “el Mugre” está vivo, otros que está muerto, no estoy seguro. Y no más.
¿Tenía algún ritual para antes o después de matar?
Para nada. Gracias a Dios yo soy muy educado. Nunca me comí el cuento de que había que encomendarse a un santo o hacer algún ritual. Los que hacen eso están locos. En esa época había ritos y muchachos que andaban con escapularios. No niego que creo mucho en Dios. Usted sabe que el paisa es rezando y matando… [Risas].
¿En algún momento pensó en traicionar a Pablo Escobar?
Jamás. Lo primordial era protegerlo y pelear con él. Incluso en su momento más crítico, cuando le dio paludismo cerebral, los únicos que estuvimos a su lado fuimos El Arete y yo. El patrón estuvo varios días enfermo y tirado en una cama. Yo pude haberlo metido en un costal y venderlo como un bulto de papas. Pero él era amado por nosotros en el buen sentido de la palabra. Fue quien nos enseñó a pelear y nos dio todo. Si Pablo Escobar volviera a nacer me iría con él sin pensarlo.
¿No sintió que Pablo Escobar podía traicionarlo o entregarlo como hizo con Carlos Lehder?
Lehder fue entregado a las autoridades por Pablo Emilio Escobar Gaviria porque cometió un error: mató al Rollo por un lío de faldas. El Rollo era un sicario muy importante para el Cartel de Medellín, del mismo talante mío. Lehder se había vuelto inestable, problemático, todo el día metía cocaína. En esa época la policía de Medellín trabajaba con nosotros. Los altos mandos nos llamaban y nos decían que si no había alguna captura los iban a cambiar. El patrón lo entregó para parar la jauría.
¿Qué puede decir sobre Griselda Blanco, asesinada hace poco, y de quien se dice fue la patrona de Pablo Escobar?
Una dura. En un principio, cuando era dueña del barrio Antioquia, tuvo mucho más poder que Pablo Escobar. Alcanzó a ser la patrona de Medellín, pero el patrón no quiso marchar para ella. Por eso, cuando ella ve que el patrón está creciendo, lo quiere matar. Y ahí es cuando él se le enfrenta con todo el grupo y la saca corriendo para Miami a finales de los años setenta. Griselda prefirió no entrar en una guerra.
¿Alcanzó a ser rico?
Sí. Nosotros ganábamos mucho dinero. Y había gente que dependía de mí y también le iba muy bien. Hoy no soy rico. Pero por ahí tengo unos pesitos que me ayudan a mantenerme, a vivir bien. Yo aprendí que en este país para vivir bien no se necesita mucho. Eso sí, no vuelvo a comprarme un reloj de oro, un Mercedes-Benz, una finca con piscina. Y la próxima mujer que me consiga tiene que ser humilde. Una mujer que no sea tan gastona para no tener que meterme en problemas.
¿Alguna vez se dio alguna excentricidad?
No. El único gusto que me he dado en la vida son las mujeres. Dentro de las que he tenido puedo nombrar a mi exesposa Ángela María Morales y a mi novia Wendy Chavarriaga, exnovia de Pablo Escobar, y a quien me tocó mandar a matar por orden de él. Dos princesas hermosísimas, reinas de belleza.
¿Se arrepiente del asesinato de Wendy?
Lo de Wendy fue una locura. Yo mandé a un grupo de muchachos –hoy todos está muertos– que estaban bajo mi mando. No fui capaz de ejecutarla. Le puse una cita y ellos se encargaron. Realmente hoy no lo haría. No me arrepiento de nada, no se puede cambiar el pasado, pero a veces en mi celda me lo recrimino… Si algún día vuelvo a ver a Wendy, solo podría decirle como en las películas: “I’m sorry”. No era yo. Tenía toda esa violencia en la cabeza. Lo que pasa es que en esa época yo era un hombre muy leal a Pablo Escobar y ella se había convertido en informante del Bloque de Búsqueda. Wendy nunca le perdonó al patrón que la durmiera y con la ayuda de un veterinario la hiciera abortar un hijo de ellos dos.
Hábleme de su exesposa y su hijo…
Tengo rota la unidad familiar… Soy separado gracias a Dios, porque el matrimonio es una cadena perpetua, por lo menos aquí me rebajan los años [risas]. Mi exesposa vive con mi hijo en Estados Unidos. Con él hablo por teléfono, nos escribimos, me manda ropa. Yo no he querido que venga a visitarme. No quiero que le tomen fotos, no quiero arriesgar su vida. No sé si cuando salga lo vaya a buscar. Además, como le digo, la situación con la mamá es complicada.
¿Cómo fue su matrimonio?
Mi padrino de bodas fue Iván Urdinola Grajales. Con él nunca hubo problemas porque era del Cartel del Norte del Valle. Tuvimos una boda “normalita”, sencilla. El cura no me quería casar porque me faltaba un papel, me tocó coger un cuchillo y amenazarlo [risas]. Le dije: “me casa hijue…, o lo mato”. Me casé con un cura amenazado y el matrimonio me salió “malangas”.
¿Cuando salga quiénes pueden atentar contra su vida?
Mi cabeza tiene precio solo para la familia Ochoa Vásquez. Por eso estoy protegido acá. Ellos son los únicos que me quieren matar. La familia del patrón solo se dedica a difamarme y desvirtuarme. Pero el que realmente está ofreciendo dinero para que me maten es Jorge Luis Ochoa Vásquez, apoyado por una persona que siempre ha estado oculta y la historia ha dejado como víctima por haber sido secuestrada por el M-19: Martha Nieves Ochoa, “la hermana maquiavélica”. El patrón, con la aprobación de Jorge Luis Ochoa –dato del que quizás se entere apenas con esta entrevista– le mandó a matar al esposo cuando no quiso aportar dinero al grupo de Los Extraditables. El encargado de ese trabajo fue Pinina. Lo ejecutó dentro un gimnasio del barrio El Poblado en Medellín.
Usted afirma que el hijo de Pablo Escobar (hoy Sebastián Marroquín) alcanzó a cometer delitos…
Sí, él es un bandido. Cuando yo estaba en la cárcel La Modelo, el patrón me autorizó para que le pagara 50.000 dólares a un testigo que pensaba declarar contra Juan Pablo, en la muerte del capitán de la policía Fernando Hoyos Posada en 1992. Juan Pablo estuvo el día del atentado. Ayudó a instalar una caneca con dinamita para volar la casa donde murió el oficial. Juan Pablo, desde los doce años, participó en varias torturas que llevamos a cabo en la hacienda Nápoles.
¿Cómo eran las torturas?
Duras, crudas. Utilizábamos muchas cosas para torturar a los que considerábamos nuestros enemigos. Bolsas, agua caliente, herramientas, soldadores, cuchillos. Los llamábamos “métodos de presión”. Lo último que les mostrábamos a los que llevábamos a torturar en la hacienda Nápoles era un arma de fuego.
Qué tiene para decirle a la gente que no está de acuerdo con que usted salga libre…
Soy un hombre que busca una oportunidad en la sociedad. Un hombre que está en paz consigo mismo. Cuando salga, repito, no pienso hacerle mal a nadie. No le tengo miedo a la justicia porque me he dado cuenta de que inclusive para un hombre como Popeye puede haber justicia.

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