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viernes, 1 de agosto de 2014

Elizabeth Taylor / Cuerpo de mujer y emociones de niña

Elizabeth Taylor, 1951

ELIZABETH TAYLOR 

Cuerpo de mujer y emociones de niña



Todo me ha sido otorgado: el físico, la fama, el amor... pero he pagado esa suerte con tragedias: la muerte de tantos buenos amigos, las terribles enfermedades que he padecido, las adicciones y los matrimonios rotos. Teniendo en cuenta todo esto, creo que tengo suerte de estar aún viva.
Mi vida ha sido y, en cierta forma, todavía es un constante torbellino, una especie de caleidoscopio de maravillosas experiencias.
Adoro ser recordada por cosas bellas.
Adoré a Marilyn siempre, pero creo que en el cine no me llega ni a la suela del zapato.
Cuando era joven consideraba simplemente mi belleza como un elemento de origen misterioso. Hoy considero mi físico como un don genético.
La felicidad no es una condición constante; es un instante que los más afortunados consiguen asir cada día. Y, a pesar de mi precaria salud y de estar muchas veces rodeada de envidiosos, he logrado ser feliz en muchos instantes.
Nunca le he huido a la vida. A veces, por supuesto, he cometido herrores terribles, pero al menos he hecho frente a la vida y no he intentando evitarla yéndome por caminos laterales.
Nunca he pretendido ser una vulgar ama de casa.
Casi todos mis problemas comenzaron porque tuve un cuerpo de mujer y las emociones de una niña.
Siempre me han encantado los diamantes... no conozco a muchas señoras a las que no les guste. Pero desde luego puedo vivir sin ellos.
Ser famoso supone, entre otros inconvenientes, soportar a los paparazzi. Una palabra italiana que significa cucaracha. Los paparazzi son una gente sin la menor ética y completamente amoral. Un grupo de degenerados.
Siempre he cantado en la ducha. Una costumbre que me ayudó a la hora de rodar el film "Dulce Viena".
Mi madre me dijo que no abrí los ojos hasta ocho días después de mi nacimiento... y creo que la primera cosa que vi fue un anillo de compromiso.
Nunca hubo ningún divorcio en mi familia.
Para hacer el amor con un hombre tengo que estar muy enamorada, y cuando estoy muy enamorada deseo casarme.
El matrimonio es como un ramo de rosas recién cortado.
La primera vez que me casé tenía dieciocho años. Fui educada en una familia muy puritana, preocupada por la moral, así que no podía simplemente ligarme sentimentalmente a alguien sin casarme.
Mi matrimonio con Michael Wilding comenzó como una bella historia de amor, llena de pasión y de ternura. Pero con los años fue cambiando hasta convertirse en otra cosa, en una relación entre hermanos, no entre marido y mujer.
Siempre he sabido que lo que más necesitaba en este mundo es un hombre que pueda controlarme. Mike Todd era fuerte, y esto era estupendo para mí. Me encantaba cuando sacaba su genio y me dominaba.
Solo estuve casada con Todd algo más de un año. Pero cuando falleció, esos meses me parecieron más ricos que toda una vida con otra pareja.
Sinceramente, nunca he comprendido a los matrimonios que, antes o después de divorciarse, llegan a detestarse profundamente. Es lógico que cuando se ha tenido una gran intimidad con una persona, no tengas hacia ella sentimientos de indiferencia, pero aunque el amor haya desaparecido, las cualidades de un hombre que te hicieron elegirle como esposo no pueden haberse esfumado completamente, y por tanto, no entiendo que se le odie ni que se hable mal de él en público.
Richard Burton no era un tipo al que se le pudiera imponer algo, ni siquiera por mí. Fue él quien quiso ser un padre para mis hijos, y ellos le adoraban. Los quiso enormemente.
Muy pocas mujeres pueden vanagloriarse de haber unido su vida a hombres como Mike Todd o Richard Burton. Aprecio sinceramente la suerte que he tenido en ese aspecto.
Después de un desengaño sentimental lo primero que me viene a la mente es un buen helado cubierto de chocolate caliente.
James Dean me profesó un afecto puramente amistoso. Era un muchacho complicado e inexorablemente condenado a la tristeza y a la carencia de felicidad. Lo mismo le pasaba al pobre Montgomery Clift, que para mí fue un amigo fraterno, y en muchos aspectos, insustituible.
George Hamilton siempre ha sido el perfecto playboy soltero, al que la prensa ha querido casar conmigo continuamente durante varios años.
He tenido que luchar con problemas de peso y terribles adicciones, y en dos ocasiones he estado al borde de la muerte. Verdaderamente es un milagro que haya podido cumplir sesenta años.
Nunca he tenido complejos con mi físico, pero siempre he sabido que tenía las piernas cortas, los brazos gruesos, una barbilla de más y pies y manos grandes.
En diciembre de 1983 pensé que había tocado fondo, pero gracias al centro Betty Ford encontré el deseo de vivir.
Que no gozo de una salud de hierro no es ningún misterio. En este aspecto no he sido afortunada. De todos modos no me consideren desahuciada. Hay para rato, pues tengo un extraordinario deseo de vivir.
El alcohol me robó mi energía vital. Durante años bebí pensando que así encontraría la fuerza necesaria para ser yo misma, sin ser consciente de que, precisamente, estaba matando la posibilidad de lograrlo.
Ya no tengo problemas a la hora de elegir la comida y los trajes. Como cuanto quiero y llevo los trajes que me gustan. He superado la época de ciertos sacrificios y no me importa engordar o envejecer, porque tengo confianza en las personas y en mis recursos humanos.
A veces tengo la sensación de tener un hueco en el estómago que me permite beber todo lo que está encima de la mesa. Mi capacidad para aguantar el alcohol es increíble.
Entré en el mundo del cine cuando era niña. De hecho, soy la única niña prodigio, por así decirlo, que ha durado y madurado hasta conseguir dos Oscar y ser considerada con razón o sin ella, la star número uno. El cine fue mi mundo y mi vida, pero en varias ocasiones pensé en retirarme y dedicarme exclusivamente a mis hijos.
Crecer en Hollywood no es esa experiencia maravillosa que piensan muchas personas. Era muy duro trabajar al menos seis días a la semana y luchar con nueve años para tener dos identidades distintas: la correspondiente a Elizabeth Taylor como persona y la de Elizabeth Taylor como elemento de consumo.
Fuego de juventud es la película que más huella ha dejado en mí. La rodé cuando tenía doce años y, en cierto modo, fue una prolongación de mi vida privada. Incluso trabajé con mi propio caballo. Yo lo elegí y el estudio me lo regaló cuando cumplí trece años. Fue uno de los mejores regalos que he tenido en mi vida.
Probablemente Cleopatra sea el film de entretenimiento más importante de todos los que se han rodado.
El éxito es el mejor desodorante para una actriz.
Creo que no he sido una mujer aburrida, entre otras razones porque siempre me ha gustado pasar de un personaje a otro.
Una cosa que siempre me ha gustado es hacer ese tipo de escenas en las que lo pones todo patas arriba y gritas hasta quedarte afónica.
Cuando en un film he transformado un determinado papel en un auténtico personaje, he sentido una enorme satisfacción.
Nunca me ha gustado excesivamente Hollywood. De hecho no he vivido allí durante muchos años.
Robert Taylor no tenía otra preocupación que meter la lengua en mi garganta durante las escenas de amor.
Me han concedido el Oscar porque unos meses antes estuve a punto de morir de neumonía.



John Oshea
Elizabeth Taylor. Una vida de cine, sexo y alcohol.



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