Páginas

viernes, 18 de julio de 2014

Santiago Espinosa / Tres preguntas



Santiago Espinosa
TRES PREGUNTAS
Por Canek Zapata

1-  En los años noventa, el crítico estadounidense Joseph Epstein anunciaba la muerte de la poesía, por lo menos en su país, cuando la vanguardia Beatnik había sido incorporada a los cánones universitarios. En el mundo Iberoamericano la beligerancia entre conservadores y “vanguardistas” de diversa índole continúa ¿piensa que es justificada, y por qué sí o por qué no?
Cuando se vive una crisis – ¿habría una época reciente que no sea de crisis, incertidumbre?- cada generación tiene una forma particular de matar lo que ignora, quizá para evitar preguntas incómodas. La primera acta de defunción que recuerde ocurre en las Cartas de Horacio, antes incluso de que nacieran nuestras lenguas. Lo que podría ocurrir en estos casos no es la muerte de la poesía, quizá sólo un poeta que ha muerto para ella, o una manera de escribir que está mudando. Y entonces comienzan a escupirse estos epitafios para tratar de colmar un vacío.

La división entre una poesía Conservadora o Vanguardista es un falso dilema, o al memos sería una división que no está bien planteada. Y esto por dos razones. Se presupone una distinción en términos de la vanguardia, anulando todo lo demás como nostálgico o retrógrado. Una consecuencia de la baja autoestima de las artes, quizás sea esto. De tantas lecturas dominantes que trataron de entenderlas a la manera de las ciencias duras, como una renovación de formas y de progresos técnicos, reducciones que no se compadecen con su vocación de respuesta. Habría que recordar con Berman que Modernidad no siempre es Modernización.

Y la segunda porque no creo que estas poéticas puedan denominarse de “vanguardia”, al menos no sin que empobrezcamos ambos términos de le ecuación. El Marxismo y el Dadaismo, el Surrealismo, para citar algunas, buscaron un cambio de la vida o del mundo que a menudo se reflejaba en la dislocación los lenguajes. El asunto era el afuera que irradiaba, no los juegos verbales por un mero afán de novedad. Pensar una poesía “revolucionaria” sin más, tal como se pregona ahora en muchos países de Sur América, despojada de sus visiones de futuro, de su esperanza, sería extirpar los rostros para quedarnos con sus trajes. Enturbiar la redacción para simular que estamos vivos.
Creo que sí existe un dilema bien marcado en la poesía hispanoamericana reciente, presente en casi todos los poetas, que ha motivado ciertos debates que no tendrían que rebajarse a la beligerancia. Hay una tentación de rescatar en las atmósferas del poema los ecos de una perdida comunicación, un tiempo memorioso y contemplativo, más natural que el de nuestras ciudades, movidas en un vértigo que pareciera no dejar mayor espacio para recordar y mirar, confirmase como personas. Otra que busca expresar en sus giros las transformaciones de un mundo saturado y vacío a la vez, aquel “Ruido blanco” del que habla el novelista Don DeLillo. Veo en ambas orillas un diálogo necesario, muy estimulante para cualquiera que se siente a escribir.
 2- ¿Qué opina de la paradoja que muchos poetas y críticos repiten en diversos foros?: “Hoy se lee menos poesía, pero se escribe y se publican más poemas. ¿Cuánto hay de política en el tema?
Opino que es otro falso dilema. Puede que en estos tiempos se escriba y se lea como en ningún otro: hay colectivos literarios en cada ciudad, blogs de poesía con millones de seguidores, prácticamente en todo el mundo, personas que estudian literatura y que comparten poemas en las redes sociales. Quizá no haya un segundo en que alguien, en algún punto del espacio, no esté leyendo un poema de Rimbaud o Cesar Vallejo. Algo muy similar a lo que ocurre con la música clásica: una diáspora gigantesca de grupos reducidos, de amigos. 

La poesía se ha movido siempre en pequeños grupos, de los banquetes clásicos a los hombres libro de Bradbury, de los talleres literarios a los grupos de Facebook. Y Quizás sea mejor que así sea. Lo contrario sería la pesadilla de un “arte nacional, científico y de masas”.

Lo que sí existe es una conspiración sistemática contra las condiciones que hacen al libro posible. Quizás una nueva manera de leer, que se bien ha democratizado el acceso a los poemas también ha vulnerado en algo la introspección que los hacía posibles, a veces de manera alarmante. Se exige brevedad y demasiada claridad, una exposición casi maniática. Prisa y eficiencia para enfrentar la saturación.
Pero el poema es anterior al libro, no hay que olvidarlo, supongo que también lo sobrevivirá así a muchos nos cueste imaginarnos la felicidad sin ellos.

Lo que de verdad preocupa es el carácter político. Realidades cada vez distanciadas de una valoración poética de la vida, que tratan como pueden de desplazar el poema que las increpa o cuestiona. La poesía no se vende en los periódicos porque incomoda, no se tranza, ni hablar de la música popular cada vez más envilecida por la cultura del espectáculo.
Los poemas cuentan de un tiempo-otro que fisura nuestra gravedad. Hay que leerlos dos y cien veces cuando no hay tiempo para mirar o devolverse. Rescatan la contemplación frente a una naturaleza que supimos sepultar, desterrar con nuestra elocuencia. De la importancia del silencio en ciudades que encienden sus televisores para eludir la voz de la conciencia.
Fantasmas que sobreviven a la escena del crimen. Memorias sepultadas o humilladas. Eso nos traen los poemas. Una distancia para reírse del poder o darle rostro a sus estragos… Bellezas que no caben en la inmediatez de las fotografías. Mirados de cerca, cada poema nos diría que hay que cambiar la vida y eso incomoda, porque es cierto.
 3- En el siglo veintiuno, con los avances en comunicación (todo siglo ha tenido los suyos), particularmente de Internet, ¿qué papel supone cumple la poesía?
Habría que decir que estos cambios son mucho más profundos que los avances en la comunicación. Las nuevas tecnologías son “la columna vertebral que estructura nuestra experiencia”, ha dicho recientemente Gernont Böhme, y al ver tantas personas conectadas creo que tendría razón. Hablamos de niños que aprenden a dominar las tabletas antes que sus propios esfínteres. De redes y celulares que han transformado nuestras relaciones con las otros, ni hablar de nuestra aproximación con la cultura.
Algunos comparan estos cambios con la aparición de la imprenta. Otros de una transformación tan radical como la que se vivió con la invención de la escritura misma. A la vuelta del futuro estaría la posibilidad de un mundo más diverso y participativo que el nuestro, un enriquecimiento estético sin mayores precedentes, superadas las barreras de autoridades literarias y académicas; del otro lado la pesadilla de unas mentes aleladas, controladas por los caprichos de las corporaciones o los gobiernos, tan precoces y narcisistas como sus celulares.
Yo no quisiera entrar en afirmaciones maniqueas. Creo que la poesía seguirá en su vocación de resistencia, hoy en las pantallas como antes en las congregaciones de la tribu. Que sus valores se mantendrán en el tiempo aunque nos relacionemos con ella de maneras tan distintas. Me inquieta, sí, cual es la poesía que nacerá de estas mentes, qué pasará con la figura del autor tal cual lo entendemos hoy, si esta velocidad permitirá una imaginación tan libre como humana. Quizás los poemas, como las urnas de Celan, sean portadores de la memoria y de la serenidad, tal como ayer; rabien a la distancia recordando la importancia de la persona y su discenso.
La apuesta tendría que ser muy parecida. Un mundo menos fracasado al otro lado de las pantallas. Hacer de las palabras de todos los días, enlazadas y compartidas como nunca antes, inesperadas razones para habitar la vida.


No hay comentarios:

Publicar un comentario