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jueves, 1 de mayo de 2014

Paul Auster / Ocho poemas

Paul Auster
Fotografía de Lotte Hansen
Paul Auster
OCHO POEMAS
Versiones de Mauricio Montiel Figueiras

ESCRIBA

El nombre
nunca abandonó sus labios: se convenció
de entrar en otro cuerpo: en Babel halló
su nuevo sitio.

Estaba escrito.
Una flor
cae de su ojo
y crece en boca de un extraño.
Hambrienta
una golondrina canta
sin poder romper el huevo.

Creador del
huérfano en harapos,

él blandirá
una bandera mínima y oscura
que el invierno ha acribillado.

Es primavera,
y bajo su ventana
oye cómo
un centenar de piedras blancas
se vuelve flor ingobernable.

PRESAGIOS

Te respiro.
Te sosiego fuera de mí.
Te aturdo al alcance
de la luz fraternal.
Te bebo
hasta las heces del desastre.

El cielo me clava una estrella vagabunda
en el pecho. Veo el viento
como testigo, la noche imponente
que se entretuvo
en un dédalo de robles,
la distancia.

Te acoso
hasta el filo de la pesadumbre.
Te dreno.
Te desafío,
te consagro
a nada y
a nadie,

me vuelvo
tu sucesor ineludible,
tu heredero más feroz.

JEROGLÍFICO

El idioma de los muros.
O una última palabra —
segada
de lo visible.

Día del Trabajo. El sello de Salomón
se transforma
en piedra. La justa
condena del sendero
pronunciado se descifra en el torbellino
del polen memorioso
y la semilla. Paraíso,
no salgas. Quédate
en boca de los descarriados
que te sueñan.

Sobre el trueno y la espina: el aire furtivo
dispone
el relámpago de la aulaga y la quietud
de cada cielo estéril
e inferior. Judío de sangre. O lo que
equivalga a que mi cuerpo regrese
a una imagen de tierra.

Pongo mi cuchillo
en tu garganta.

INCENDIARIO

Horas de pedernal. La muda caída
de piedras a nuestro alrededor, corazón
contra corazón, nosotros en la frágil
barcaza
que se pudre en el húmedo transcurso
de la noche.

Nada queda. El ojo frío
se abre al frío,
mientras una imagen de fuego
corroe
la palabra
que se agita en tu boca. El mundo
es
lo que le confías, sólo estás
en el mundo al que entra
mi cuerpo: ese lugar
donde todo falta.

CANCIÓN DE LOS GRADOS

En los lotes baldíos
del solsticio. En la luz
que apostaste a las ruinas
del asombro. Cúmulos de arena:
postrado en oración — la distancia
aceptó
tu nombre.

Tú. Y otra vez tú.
Retrocede
un paso: lo que es más
ya no es más: nada
ha sido nunca
suficiente. Tiendas,
montadas y embestidas: una escalera
labrada
en un lecho de roca: los abruptos
peldaños nimbados
de fuego. Tú
y después nosotros. La tierra
no pregunta
por nadie.

Que así sea. Mucho
mejor — tantas palabras,
barridas y acarreadas
por tus rodillas beduinas,
no conjurarán tu hogar. Aun
si salieras a rastras de la piel
de tu hermano,
no irías más allá
de lo que respiras: ningún
ángel puede curarte
del nombre.

Minima. Memoria
y espejismo. En cada punto
que te detienes a respirar
construiremos una ciudad
a tu alrededor. Tu alma
no volverá a atravesar
el muro tapizado
de estrellas
que se alza en nuestras noches.

DIALECTO DE FUEGO

Vacilas. Te derrumbas.
Te levantas.

Acunado
por el gong de las horas
que resuena en el acebo
doce veces
más plácido que tú, algo
liberado por alguien
rescata tu nombre del carbón.

Nuevamente
estás de pie, aspirando
el sol fantasma
a caballo entre el hielo y el ensueño.

He venido por ti desde tan lejos
que la voz
que el eco me devuelve
ya no es la mía.

GNOMON

Sol de septiembre, sin ilusiones. El campo
púrpura arrojado
a las horas del hálito primero. No te
someterás a esta luz, no excluirás
los atentos
escombros de luz de tus ojos.

Cielo de verdad. Y tú,
igual que todo
lo que se mueve. Semilla analizable,
dedal de viento. Nube agrietada,
gusano: la frase
abierta que te absorbe
justo cuando empiezo
a callar.

Quizá, entonces, un mundo
que segrega su cosecha
en los pulmones, un modo
de sobrevivir sólo mediante la
respiración. Y si no hay nada,
pues deja que la nada sea
la sombra
que camina dentro de tu sombra, el cuerpo
que lance
la primera piedra, para que aun mientras
te alejas de ti mismo puedas sentirla
anhelándote, hora tras hora,
a través de las inmensas
viñas de los vivos.

CLANDESTINO

Recordemos juntos hoy — la palabra
y la antipalabra
del testigo: la aurora palpable saliendo
de mi puño: el apretón
ciliar del sol: el tramo de penumbra
que escribí
sobre la mesa del sueño.

Ha llegado la hora.
Llévate de una vez
todo lo que has venido
a quitarme. No
olvides
olvidar. Llénate
los bolsillos de tierra,
sella la entrada
de mi gruta.

Fue ahí donde
soñé mi vida
en un sueño
de fuego.


Paul Auster
Selected Poems
Faber and Faber, Londres, 1998





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