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sábado, 31 de mayo de 2014

Antonio Caballero / Resignación y miedo



Resignación y miedo
Por Antonio Caballero



A todas esas malas mañas de su amo quiere devolvernos Zuluaga,
 como un perrito fiel, si gana las elecciones. 
A la guerra abierta, a la guerra sucia, a la corrupción,
 a la mentira. 
Por eso es el peor de los candidatos.



La mejor de los candidatos presidenciales, o, más exactamente, la única buena, es Clara López, del Polo Democrático. Por su programa, por su convicción –es la única de todos ellos que parece convencida de lo que dice-, y por su claridad. De los otros cuatro ninguno me convence.

No me convencen a mí, y creo que a casi nadie, por la razón, contraria a la de Clara López, de que no están convencidos ellos mismos. Ni Marta Lucía Ramírez, por mucho que hable, ni Enrique Peñalosa, por mucho que calle; y de triunfar serían ambos, aunque no lo diga ninguno de los dos, tan marionetas manipuladas por el expresidente Álvaro Uribe como lo es ya, desembozadamente, Óscar Iván Zuluaga. Que por esa razón es, de los cinco, el peor de los candidatos.

Primero, porque solo quiere ser eso, la sombra dócil de Uribe: ambición que revela una notable falta de carácter. Es como aquel doctor Cámpora, obediente odontólogo que bajo el lema “Cámpora al gobierno, Perón al poder” le guardó caliente durante tres semanas el sillón presidencial al caudillo Juan Domingo Perón para que pudiera volver a la Argentina desde el exilio hace cuarenta años. A tal punto de servilismo ha llegado Zuluaga que no solo incluye la imagen de su jefe en sus afiches electorales sino que copia su postura corporal para las fotografías poniéndose la mano rígida sobre el corazón. Y copia también, naturalmente, su programa de los tres huevitos, y promete un retorno al negro pasado de los dos cuatrenios uribistas, los más corruptos que ha conocido Colombia y también, sin duda, los más moralmente corruptores de nuestra historia.

La cosa venía de antes, y no sobra refrescar la memoria sobre las andanzas de Álvaro Uribe desde su juventud. Desde que, para rescatar el cadáver de su padre asesinado, le pidió prestado el helicóptero al narcotraficante –“el hacendado”, lo llamaba él– Pablo Escobar. Desde los tiempos en que en su hacienda familiar Guacharacas se organizaban grupos de autodefensas; desde los días de Aerocivil y los aeródromos concedidos a los mafiosos; de los de la Gobernación de Antioquia y la creación de las siniestras ‘Convivir’. Dicho sea de paso, sobre ellas me aseguró Uribe, cuando era candidato presidencial en 2002, en la única ocasión en que he hablado con él personalmente, que ninguna había servido de embrión para un grupo paramilitar ilegal. Luego vinieron las elecciones ganadas con votos de los narcoparas pagados a continuación con la Ley de Justicia y Paz; la falsedad de los autoatentados; las chuzadas de DAS; los narcoparlamentarios del uribismo haciendo cola para ir a la cárcel después de haber votado en el Congreso los proyectos del gobierno; el desmantelamiento de los ministerios de Justicia y de Medio Ambiente; la reforma laboral que eliminó las horas extras con el pretexto falaz de crear empleo; las peleas con los países vecinos; la compra de conciencias con embajadas; el espionaje a las altas Cortes; las reuniones con delincuentes en los sótanos del Palacio Presidencial; los enriquecimientos ilícitos; las zonas francas; los distritos de riego; el Agro Ingreso Seguro; los peculados; las concesiones de obras; el cohecho para comprar los votos de la reelección a cambio de notarías; la corrupción , por ministros interpuestos o por la propia mano presidencial que repartía cheques en los consejos comunitarios. Los delatores recompensados. Los altos funcionarios huyendo de la justicia. Y el horror sin parangón de los falsos positivos en los que el Ejército asesinaba civiles y los vestía de guerrilleros para demostrar que la política uribista de “seguridad democrática” iba ganando la guerra a fuerza de amontonar cadáveres.

A propósito: esa es la única vez en que he aprobado, antes de que empezara su gobierno, las acciones de Juan Manuel Santos, entonces ministro de Defensa. Ante las denuncias de esa monstruosidad, hechas por el personero de Soacha y por la hoy candidata del Polo Clara López, Santos descabezó de una tacada a dos docenas de generales y altos oficiales. Lo recuerdo aquí porque hace un par de días, ante la prensa y en la Fiscalía, Uribe me hizo el honor de calumniarme diciendo: “Ahora entiendo por qué Antonio caballero decía que lo único que le gustaba de Juan Manuel Santos era que metería en la cárcel a Álvaro Uribe”. Yo nunca he dicho eso. Como todo lo que Uribe afirma, es una mentira.

Y a todas esas malas mañas de su amo quiere devolvernos Zuluaga, como un perrito fiel, si gana las elecciones. A la guerra abierta, a la guerra sucia, a la corrupción, a la mentira. Por eso es el peor de los candidatos.

Pero Juan Manuel Santos tiene en su mano de poker la carta de las negociaciones de paz con la guerrilla, y la ha mantenido a pesar de sus idas y venidas, de sus vueltas y revueltas de presidente veleta en todos los demás asuntos del país. Y como solo un improbable milagro podría hacer que la candidata Clara López del Polo pasara a la segunda vuelta, en esa tendré que darle mi voto a Santos. Sin entusiasmo. Por resignación, como me ha tocado hacerlo tantas veces. Y por miedo.




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