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martes, 4 de marzo de 2014

Muere Ana María Moix, poeta de la gauche divine

Ana María Moix


Muere Ana Maria Moix, 

poeta de la ‘gauche divine’


La poeta, narradora y editora ha muerto a los 66 años. La única chica entre los Nueve novísimos

Fue una de las protagonistas de una época esplendorosa en Barcelona


Tenía 66 años y seguía siendo La Nena, a la que quería todo el mundo. Ana María Moix, poeta, narradora, editora, periodista, murió anoche en Barcelona, donde nació, después de una enfermedad que la golpeó varias veces. Y ya no pudo resarcirse del último embate. Padecía cáncer.
Escribió, en los años 70, en TeleXpres, las más agudas conversaciones literarias que se recuerdan en el periodismo español y su literatura poética e íntima siempre tuvo que ver con los estados de ánimo de su generación. Su último libro de relatos, de 2002, fue De mi vida real nada sé. Sus libros primeros incluyen poesía y narrativa: Baladas al dulce Jim, Julia, Walter, ¿por qué te fuiste?, Vals Negro, además de la recopilación de las entrevistas que hizo a los representantes del boom y de la llamada gauche divine.
Fue la única mujer que reclutó Josep Maria Castellet, su antólogo y su maestro, para los muy famosos Nueve novísimos. A pesar de que la vida la puso en medio de los grandes, poetas, escritores, arquitectos, periodistas, ella se mantuvo siempre al margen, como si mirara desde fuera el carnaval del mundo literario. No era desdén: era el sitio que buscó.
En los últimos tiempos había acendrado su sentido crítico sobre la situación que vivían España y el mundo, y reflejo de ello fue suManifiesto personal, un puñetazo moral en la mesa de un país que se había abandonado a los fastos de los 80 y de los 90 y había descuidado de manera suicida los valores de una sociedad que no merecía la dejadez civil.
Cuando publicó uno de sus últimos libros, los relatos De mi vida real nada sé, en 2002, Rafael Conte escribió aquí sobre el estado de ánimo de La Nena: “Ana María está triste, desde luego, y nos dice por qué: por el paso del tiempo, por la progresiva presencia de la muerte…”. Marcada ya por esa adivinación, superó con entereza los últimos años de su vida; rodeada de amistad y de amor, sus últimas preocupaciones tenían más que ver con la vida de otros (y, sobre todo, con la pervivencia de la obra de su hermano Terenci Moix) que con sus propias ambiciones literarias, que siempre mantuvo en sordina.
Le dije un día en Barcelona que por qué no reeditaba, por qué no se ocupaba más de lo que ya hizo. Me dijo: “Ya soy mayor para cambiar”. Le gustaba hablar de sus amigos, saber de ellos, y saber que les iba bien, le resultaba más importante que buscar papeles que reflejaran lo que otros dijeran de sus libros.

Los amigos de la Nena

 La última vez que hablé con ella Ana María Moix habló de otros; ocurría siempre. Esta vez le llamaba para saber cómo estaba pasando el fin de año, cómo iba la vida. Ella se precipitó: el Mestre (así llamaba a Josep Maria Castellet) está muy enfermo, ya sabes. Para que la conversación no discurriera por los lados dramáticos que desde hacía raro tenía la vida, derivamos hacia el fútbol, que era su pasión declarada; el Barça iba mal, bien, regular, todos los días había un elemento nuevo en esa vertiginosa realidad barcelonista, pero ella confiaba. El Barça era un talismán, una medida de la calidad. Luego, en esa conversación, se fue por otros nombres propios. Qué sabes de Juan, de Carmen…
Durante años, en TeleXprés, publicó unas conversaciones por las que desfiló todo el mundo que en los años 70 hicieron de Barcelona la capital editorial del boom, así que por ahí desfilaron Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, José Donoso, Julio Cortázar; también se llevó a ese rincón lujoso de su manera de mirar a los jóvenes que compartían con ella la coqueluche literaria de la ciudad. Sus libros se fueron haciendo como con la otra mano, pues ella estaba más pendiente de los otros nombres propios que de sí misma, de su carrera.
En los últimos tiempos su máxima en la vida era hacer que la gente se enterara de una vez de la hondura y la pasión literarias de su hermano Terenci, al que la soledad y la prisa habían arrinconado en el lado de los escritores cuyo glamour importaba más que su letra. Ya entonces, cuando marcó ese territorio como un objetivo, Ana Maria Moix era una mujer con la carrera hecha, pero seguía siendo la Nena, una niña que sollozaba por dentro y que fumaba ya a escondidas, marcada por la enfermedad y sus circunstancias.
Sus libros estaban ahí, ella no se tenía muy en cuenta. De hecho, la última vez que la vida de lo que quería hablar era de la carrera del hijo de Rosa, su compañera, de Rosa, de la generosidad de la que se veía rodeada. En un momento de la conversación (que fue para EL PAÍS Semanal en 2013) anoté algo que me dijo sobre la gente que había conocido: “He tenido amigos que han durado años”. Ese era su tesoro, haber sido querida por tanta gente, haber querido, de veras, a tantos. Detrás de donde se sentaba, en su casa, había dos fotos de Colita, los rostros de Barral y de Gil de Biedma. “Esos son mis amigos. La amistad es una obra”, me dijo.



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