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martes, 28 de enero de 2014

José Emilio Pacheco / La travesía de Juan Gelman

José Emilio Pacheco y Juan Gelman
Los mejores poetas de la Colonia Condesa

La travesía de Juan Gelman

Por José Emilio Pacheco
26 de enero de 2014
Septiembre de 2006. Pacheco inaugura la Casa de la palabra. Foto: Marco A. Cruz
Septiembre de 2006. Pacheco inaugura la Casa de la palabra.
Foto: Marco A. Cruz
El viernes 24 por la noche, José Emilio Pacheco terminó de escribir su Inventario y lo envió a la redacción de Proceso. Más tarde tendría un accidente casero que al día siguiente obligó a su hospitalización. A continuación, íntegro, su último texto.
A Gabriel Zaid en sus 80, con 50 años de afecto…
MÉXICO, D.F. (Proceso).- ¿Existirá una palabra para la nostalgia de lo que no fue y estuvo a punto de ser? Por ejemplo, que el Colegio de Tlatelolco hubiera durado lo suficiente para consumar una verdadera literatura mestiza, una fusión de lo indígena y lo español prefigurada por las Liras de Netzahualcoyotl en la versión de su sobrino-nieto Fernando de Alva Ixtlilxóchitl. O que Cervantes hubiese venido a la Nueva España para escribir aquí un Quijote con texturas mexicanas. O que Francisco Javier Clavijero hubiera concluido su Enciclopedia novohispana de la que sólo quedó gloriosamente su Historia antigua de México…
Extremos de América
Otra posibilidad perdida es el encuentro literario de México y Argentina. Ignacio Rodríguez Galván, nuestro mejor poeta del primer romanticismo murió, como Juventino Rosas, en Cuba, cuando se dirigía a Buenos Aires para ocupar un puesto diplomático. Nunca sabremos qué hubiera resultado del encuentro entre la Asociación de Mayo y la Academia de Letrán. Manuel Payno iba a representar a México en las repúblicas del Plata pero la misión se canceló.
Federico Gamboa fue el primero en establecer relaciones con los escritores argentinos. En las páginas de su Diario Rubén Darío dejó su poema “A México”. Por razones políticas Darío no pudo llegar a la capital. El mayor vínculo entre los que Daniel Cosío Villegas llamó los Extremos de América fue Alfonso Reyes en un momento en que otros dos miembros del Ateneo de la Juventud, José Vasconcelos y Pedro Henríquez Ureña, vivían también en ese país.
A la presencia de Reyes en Buenos Aires se debe el que Arnaldo Orfila Reynal haya venido para dirigir el Fondo de Cultura Económica primero y después Siglo XXI y el mundo académico se haya beneficiado con maestros como Raymundo Lida. También gracias a Reyes y su amistad con Victoria Ocampo y José Bianco, Xavier Villaurrutia publicó en las ediciones de Sur Nostalgia de la muerte y que el muy joven Octavio Paz lo reseñara en las páginas de esta revista y escribiera también un comentario sobre José Revueltas.
Los años mexicanos
Un acontecimiento trágico para Argentina y muy benéfico para nuestro país fue el exilio argentino de los setentas. Pero la consumación, hasta el momento, de estas relaciones fue la presencia durante veinte años de Juan Gelman. Sobre todo aquí concluyó su admirable Obra poética con libros de primera línea que no ceden, ni por un instante, a la decadencia ni al agotamiento: Incompletamente, Valer la pena, País que fue será, Mundar, Deatrásalante en su porfía, El emperrado corazón amora.
Estos libros, unidos a Violín y otras cuestiones, El juego en que andamos, Velorio del solo, Gotán, Los poemas de Sidney West, Cólera buey, Fábulas, Relaciones, Hechos, Notas, Carta Abierta, Comentarios, Citas, Hacia el sur y Bajo la lluvia ajena forman los dos tomos de su Poesía reunida, publicada por el Fondo de Cultura Económica en 2011. Las mil 372 páginas constituyen por su extensión y calidad una auténtica hazaña de la poesía en lengua española. Gelman escribió hasta el último día. Hay dos libros a punto de aparecer. Uno de ellos, Amaramara, es un gran homenaje a su esposa.
Su apartamento en la colonia Condesa fue quizás el último refugio en que escritores de todas partes pudieron reunirse para hablar de letras y política, en un ambiente tan propicio como el que hallaron los republicanos en los viejos cafés de la Ciudad de México.
El exilio y el reino
Si uno hace un leve repaso de lo que se ha escrito en este continente verá que gran parte de nuestras literaturas se ha hecho fuera del suelo natal. Desterrar significa quitar la tierra bajo los pies, dejar a la intemperie, derruir la casa, demoler la ciudad de cada uno con todas sus memorias y sus costumbres. “El que se va no vuelve aunque regrese.” Contra la separación del país y de su lengua sólo quedan la defensa y la venganza de escribir. Gelman es el gran poeta del exilio. Su dimensión continental y panhispánica no niega sino acendra su argentinidad esencial, su pertenencia imbatible a Buenos Aires.
Civilización y barbarie
Lo sorprendente es la alegría y el humor que hay en tantos poemas de Gelman, una manera de enfrentarse a los desastres históricos de nuestros países y del mundo entero. Cómo duele pensar en los que escaparon de los pogroms, el genocidio nazi y el gulag y se establecieron en Argentina pensando que hallarían para sus hijos una tierra de paz y prosperidad y al final del camino encontraron los golpes de madrugada a la puerta en el estilo de la Gestapo, los campos de tortura con el añadido local de la picana (contribución monstruosa que debemos al hijo de Leopoldo Lugones) y el exterminio genocida.
El gran Domingo Faustino Sarmiento creyó que el progreso de la Argentina significaba el triunfo de la civilización sobre la barbarie. La llamada “Campaña del Desierto” que representó la eliminación masiva de los pueblos indígenas hizo suponer a la oligarquía que la Argentina quedaba blindada para siempre contra la barbarie. No obstante, los bárbaros reaparecieron bajo el manto de la civilización y como sus defensores. Estaban armados con todas las aportaciones del progreso, por ejemplo los helicópteros desde los cuales arrojaban al Río de la Plata los cadáveres producto de la tortura y a los agonizantes que se hundieron para siempre en el barro acumulado durante siglos en el río que es mar y el mar que es río.
Gelman nunca creyó que la poesía fuera capaz de frenar los tanques, silenciar las ametralladoras o de romper la picana. No le bastó con exponer en verso la materia sangrienta y trágica de sus textos. Si son tan eficaces se debe a la maestría absoluta sobre todas las formas: del epigrama clásico al versículo, del poema en prosa a la experimentación léxica y rítmica. Fue el adelantado de su generación en hacer obras intertextuales en que ya no se sabe quién es el autor: el que escribió el original o quien lo deja intacto y abierto a otras interpretaciones para hacer su lectura irremplazable y apropiarse de él a fin de convertir un texto árabe o judío en un poema de Gelman y anexarlo a la poesía argentina en particular y española en general.
Fue más aventurado que todos los que lo han seguido por este camino. Sin ponerse de acuerdo, prolongó las reivindicaciones del ladino o castellano sefardí que han hecho entre nosotros Myriam Moscona y Angelina Muñiz-Huberman. En Divaxu escribe:
Amarti es istu:
Un havla qui va a dizer/
Un arvulitu sin folyas
Que da solombra
Y él mismo lo traduce al español actual:
Amarte es esto:
Una palabra que está por decir/
Un arbolito sin hojas
Que da sombra/.
“Argentino hasta la muerte”, Juan Gelman por sus veinte años de vida y de trabajo aquí, deja también en la poesía mexicana una huella radiante que no se borrará.



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