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lunes, 29 de octubre de 2012

La exposición que cambió el rumbo del arte moderno

'Exposición internacional de arte de la asociación de amantes del arte y artistas de Alemania Occidental'. Con ese poco atractivo lema Colonia acogió en 1912 una exposición que en cambio era tremendamente fascinante. Entre las obras expuestas, de los que hoy son considerados grandes maestros y que entonces fueron un riesgo revolucionario que corrió la organización de la muestra, estaban 125 obras de Van Gogh. Y, entre ellas, este 'Autorretrato', de 1887.


La exposición que cambió 

el rumbo del arte moderno

Colonia reconstituye la revolucionaria muestra que, cien años atrás, elevó a Van Gogh, Munch y Picasso a la categoría de maestros


Un siglo después, la ciudad alemana recuerda aquel hito de la historia del arte contemporáneo con la muestra '1912 – Mission Moderne', que recupera hasta el 30 de diciembre en el Museo Wallraf-Richartz una parte de los cuadros exhibidos entonces. (En la imagen, 'Cuatro chicas sobre el puente', de Edvard Munch, de 1905).
Centenares de pinturas amontonadas en las paredes describían desnudos de una obscenidad nunca vista, cielos pintados con colores tan improbables como el amarillo y juegos de perspectivas directamente imposibles. Corría 1912 en este gigantesco pabellón a las puertas de Colonia, del que la burguesía de la época no dudaba en huir despavorida al descubrir lo que se escondía en su interior. El gusto dominante exigía academicismo y tonalidades sombrías. Los pintores expuestos respondieron con paisajes fluorescentes, enfoques impúdicos de la anatomía humana y otras deformaciones de la realidad física que conducirán, en un futuro no muy lejano, hacia la abstracción.
Un siglo más tarde, no deja de resultar irónico observar a cientos de descendientes de aquellos escandalizados visitantes aguardando durante horas en la cola del museo Wallraf-Richartz para observar con fascinación los mismos lienzos que, un siglo atrás, sembraron el pánico en la ciudad. Los artistas expuestos ya no son oscuros alborotadores, sino pintores tan reconocidos como Cézanne, Gauguin, Van Gogh, Munch, Schiele, Mondrian y Picasso. Durante todo el otoño, Colonia celebra el centenario de la llamada exposición del Sonderbund, que lograría cambiar para siempre el rumbo del arte. “Lo alteró todo: la lista de pintores más influyentes y apreciados, los parámetros para valorar el arte y hasta la forma de coleccionar y exhibir la pintura en los museos. Lo que entonces era polémico hoy constituye el canon universal”, explica la comisaria Barbara Schaefer, responsable de 1912: Mission Moderne, muestra conmemorativa que hasta el 30 de diciembre reconstituye aquella exposición de entresiglos con una escenografía idéntica de paredes blancas y aristas negras.
Tras un tortuoso inventario, el museo ha conseguido reunir 120 de las más de 600 obras expuestas hace cien años. Dado su nuevo estatus de obras maestras, la exposición ha requerido un considerable despliegue de medios, así como la movilización de colecciones públicas y privadas de medio mundo. Un proceso laborioso, pero semejante al del original imitado. Impulsada por un grupo de artistas y coleccionistas de una ciudad enriquecida por la industrialización, que veía en la promoción de las artes una forma de ganar influencia en el mapa europeo –y convertirse así en contrapoder al Berlín imperial—, la exposición de 1912 se enfrentó a la incomprensión de sus visitantes. “Al principio, se muestran desconcertados por el hecho de no ver nada. Más tarde, solo ven distorsiones que no significan nada para ellos. En función de su temperamento, se sienten molestos o se tronchan de risa”, escribiría el cronista Hermann Von Wedderkop en una guía de la exposición.
El cosmopolitismo de Sonderbund, en oposición a la escasa vocación internacional de los salones de la época, también impactó en plena eclosión de los nacionalismos europeos. Para no disgustar al Kaiser, que había protestado por la adquisición de varios cuadros de Van Gogh por parte de un museo berlinés, el pintor holandés sería presentado como “un gran teutón”. Los post-impresionistas franceses fueron criticados por exceso de protagonismo, mientras que el escaso calor de los cuadros de Munch, que años atrás se había visto obligado a cerrar una exposición en Berlín ante el estrépito generado, no mereció mejor suerte. El austriaco Faistauer también merecería una mención especial por escandalizar con su retrato de una mujer desnuda practicando algo muy parecido a la masturbación.
El alcalde de la ciudad procuró calmar los ánimos –“nuestra catedral no se tambaleará y los cuadros de los maestros alemanes no caerán de sus paredes”, relativizó en un edicto—, pero una aplastante mayoría no supo comulgar con lo que se exponía en esta “cámara de los horrores”, como la describió la prensa local, más digna “de una consulta de psiquiatra que de una exposición pública de arte”. ¿Los paisajes arlesianos del mismo Van Gogh? “Ignoran toda idea de perspectiva”, dijeron los expertos. ¿El cubismo incipiente de Picasso? “El pequeño Karl dibuja las mismas estructuras con sus juegos de construcción”, sentenció otro crítico. O lo que es lo mismo: mi hijo podría pintar eso, uno de los estereotipos que quedarían vinculados al arte contemporáneo, en el que se seguirá observando la misma disociación entre la creación y el gran público.
Solo los visitantes más cultivados quedaron prendados de lo expuesto. Walt Kuhn, enviado por una asociación de pintores estadounidenses, calcó el concepto para crear el Armory Show, la exposición que, un año más tarde, revelaría a Duchamp, confirmaría el cubismo y permitiría que Nueva York rivalizara con París como epicentro de las vanguardias. De aquí a la proliferación de bienales de arte en medio mundo, solo faltaba un paso. Y otro más hasta la explotación del museo como espacio comercial: hace un siglo, Sonderbund ya vendió merchandising propio con una identidad visual creada para la ocasión y abrió una cafetería para que los visitantes se reconstituyeran después de tantas emociones fuertes. En otra muestra de rabiosa contemporaneidad, en 1912 ya estaba terminantemente prohibido fumar en su interior.

La exposición de 1912 contó con 634 obras, entre pinturas y esculturas, realizadas por 173 artistas. En una suma que hoy tendría un valor millonario, se expusieron 26 cuadros de Paul Cézanne, 25 de Paul Gauguin, 32 de Edvard Munch y 16 de Pablo Picasso, como este 'Arlequín sentado', de 1901.
(THE METROPOLITAN MUSEUM OF ART, NEW YORK)
Una de las decisiones revolucionarias de la muestra de Colonia fue la elección Cézanne, Gauguin, Munch (en la foto, su 'Cupido y Psique', de 1907), Picasso y Van Gogh como "padres fundadores", lo que recibió a la sazón grandes críticas. Con ello, los organizadores buscaron subrayar la importancia de artistas que entonces estaban lejos todavía de la fama de la que gozan hoy en día.
Más allá de las obras y los autores escogidos, la muestra de 1912 cambió también la propia manera de exponer arte. Por primera vez se crearon un logotipo y un póster para la ocasión e incluso un bar y una tienda donde se ofrecía merchandising sobre la exposición. Algo así como uno de los primeros pasos hacia el concepto de museo como espacio comercial. (En la foto, 'Mujer desnuda con manzana', de Anton Faistauer, de 1911).

Como toda innovación, esta también provocó polémicas. En la prensa de la época muchos críticos atacaron la exposición con algunos de los tópicos que todavía se suelen escuchar en el mundo de los museos: el arte moderno y contemporáneo como una cosa de niños ("mi hijo podría pintar así", dijo un crítico sobre el cubismo), la disociación entre el gran público y el arte del siglo XX ("la exposición expulsa al gran público del templo del arte", escribió otro) y la obra de los artistas como desagradable, alejada del placer sensorial ("una colección más digna de un psiquiatra que de una exposición pública", se pudo leer en un periódico). En la foto, 'La invocación', de Paul Gauguin, de 1903.

NATIONAL GALLERY OF ART, WASHINGTON



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