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miércoles, 6 de noviembre de 2013

Javier Rodríguez Marcos / Cernuda somos todos

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 Vicente Aleixandre y Luis Cernuda (1990), acrílico sobre lienzo de Herminio Molero.

Cernuda somos todos

Por 
El País, 5 de noviembre de 2013

La paradoja es esta: uno de los mayores solitarios de la literatura española llevaba dentro una multitud. Y todos los que la forman se llaman Luis Cernuda: el poeta puro, el surrealista, el impuro (social) y el meditativo, el del yo desnudo y el gran culturalista, el elitista y el comprometido, el romántico y el racionalista, el desdeñoso y el enamorado.

No es raro que haya terminado siendo el poeta del siglo XX, ese siglo que, como él, se movió entre el formalismo francés y la sobriedad anglosajona y fue literariamente puro, surrealista, impuro... Los maestros fueron, dicen los manuales, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Es cierto,  pero pocos como Luis Cernuda han fecundado a tantas generaciones: del grupo Cántico a los novísimos y de la generación del 50 –por todos sus caminos- a los poetas figurativos de los 80 (tan alejados, a priori, de los novísimos).
Así, cada poeta español de las últimas décadas ha tenido su particular Cernuda: Pablo García Baena, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Francisco Brines, Luis Gilde BiedAntonio de Villena, Jenaro Talens, Guillermo Carnero, Juan Luis Panero, Fernando Ortiz, Antonio Colinas, Luis García Montero, Carlos Marzal, Manuel Vilas, José Luis Piquero...
Hay poetas que deslumbran y poetas que alumbran. Lorca es de los primeros; Cernuda, de los segundos. Tal vez por eso este ha resultado tan fecundo, porque la cercanía de su voz –humana, demasiado humana- abona la tierra en lugar de arrasarla. No quema, da calor.

Eso por el lado de la historia literaria, por el lado de la historia a secas, también Cernuda fue un hombre del siglo XX, o sea, un marginado del siglo XX: como homosexual, como poeta y como republicano (“Recuérdalo tú y recuérdalo a otros”). Y para colmo, exiliado. Un “español sin ganas”  que escribió contra España los versos más corrosivos y sobre España (la de Cervantes, la de Galdós) los versos más emotivos. No es extraño que alguien instalado en la contradicción llamase a la recopilación de su poesía La realidad y el deseo: “Tus ojos son los ojos de un hombre enamorado;/tus labios son los labios de un hombre que no cree/en el amor. Entonces dime el remedio, amigo,/si están en desacuerdo realidad y deseo”.
La misma cabeza que produjo los poemas de amor más arrebatados (“Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien/ cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío”) produjo también los versos más desvalidos (“Morir parece fácil, / La vida es lo difícil: / Ya no sé sino usarla / En ti, con este inútil / Trabajo de quererte / que tú no necesitas”) y los más desdeñosos hacia el género humano. También hacia aniversarios como el que hoy -por Cernuda, pese a Cernuda- celebramos (murió hace 50 años): ”¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?/ Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable/Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella,/ Como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio allá no evita/Acá la farsa elogiosa repugnante. Alguna vez deseó uno/Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela./Tal vez exageraba: si fuera sólo una cucaracha, y aplastarla”.
Cernuda somos todos: la cucaracha y la bota que aplasta la cucaracha. Depende de los días. Sus poemas hablan de nosotros y contra nosotros. Será porque están vivos.






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