Páginas

jueves, 14 de marzo de 2013

Pedro Lastra / El poeta y su tiempo

Pedro Lastra
Nueva York, 1999
PEDRO LASTRA
El poeta y su tiempo

Por ALEJANDRO LAVQUEN


De paso por Chile, pues se encuentra radicado en los Estados Unidos, donde es Profesor Emérito de Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook, Punto Final conversó con el poeta y estudioso de la literatura Hispanoamericana, Pedro Lastra, que es además miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y profesor honorario de las Universidades San Marcos (Perú) y de San Andrés (Bolivia). Desde 1978 ha sido uno de los editores de la sección de poesía hispanoamericana del Handbook of Latin American Studies que publica la Biblioteca del Congreso, de Washington. Vasto conocedor de nuestra literatura ha publicado, entre otros, los libros: "Y éramos inmortales" (1974); "Noticias del extranjero" (Lom Ediciones, 1998); "Conversaciones con Enrique Lihn" (1980); "Leído y anotado" (2000) y "Palabras de amor" (2002), ambos por Lom Ediciones. Es también uno de los pocos escritores chilenos traducidos al griego, en una hermosa edición bilingüe del libro "Canción del pasajero" (2001).




Tengo entendido que además de poeta es profesor normalista.

Si, las escuelas normales fueron un semillero realmente notable de formación y de desarrollo de nuestras vocaciones particulares.

Usted escribió un texto a muy interesante acerca de la crítica y que aparece en su libro "Leído y anotado" (Lom Ediciones).

Esa fue una conferencia que di en la Feria del Libro de Bogotá, donde se realizó un coloquio sobre la crítica literaria, preguntarse qué sentido tiene hacer crítica literaria. A mí se me ocurrió participar con un texto que se llama "Testimonio de parte", porque además de ser profesor de literatura soy fundamentalmente un lector, y en más de un sentido un escritor, entonces cómo se conjugan estos intereses diversos de alguien que opina sobre la literatura desde estas diversas perspectivas que a mí modo ver son una: el amor por la literatura.

¿Pensando que quizá un crítico literario tiene más conciencia de qué es lo que busca en la escritura no hace más difícil ser poeta al mismo tiempo?

Sí y no, creo yo. Pienso que en todo escritor hay un crítico en potencia. Desde luego el escritor es el primer lector de su obra y por lo tanto su primer juez. La primera lectura o relectura de los textos es la que hace el autor. Él sabe que su trabajo está sometido a ese juicio inmediato, cuando empieza a sorprender las vacilaciones, lo que es eliminable y lo que perdura, un trabajo de corrección que implica comenzar a leer el propio texto como sí fuera de otro.

Usted hace una cita a un texto de Mario Góngora sobre la historia pero que es aplicable, en su concepto, a la literatura y que dice: "...la historia es una casa con muchas moradas y es importante que la generación más joven evite atribuir cualidades absolutas o exclusivas a las últimas tendencias intelectuales, como siempre sucede en Hispanoamérica".

Sí, pero quisiera aclarar que, ese texto aparece dentro del mío en el momento en que yo emitía un juicio evidentemente crítico acerca de la crítica académica. Estaba tratando de señalar por qué la crítica académica, la que se ejerce en el trabajo universitario, donde existe un diálogo docente había terminado produciéndome un desencanto, y el fundamento de todo esto me pareció encontrarlo en este hecho, que la crítica académica muchas veces repite sin un sentido crítico verdaderamente creador lo que se ha dicho en otras partes. Una aplicación indiscriminada de modelos que resulta muy distanciadora para el lector. Aunque es cierto que está dirigida a la crítica académica fundamentalmente, a los iguales de quienes la ejercen.

Me llama la atención una cita de Italo Calvino sobre que muchas veces las introducciones, las bibliografías, los prólogos, el aparato crítico, etc., tienden una cortina de humo al pretender saber más que el propio texto ¿Tiene esto que ver con las opiniones tajantes acerca de tal o cuál obra literaria?

Yo creo que la opinión sobre valores está determinada por una intensa subjetividad, y me parece que el juicio literario –y esto vale con respecto a cualquier arte- es, por decirlo de una manera general, es cuestionable porque finalmente las preferencias estéticas y sus valoraciones dependen del individuo que la emite, depende de muchos aspectos de su formación. Hay personas a las que un poema los fascina y otro lector a quien no le pasa nada con ese mismo poema. La pretendida objetividad del juicio a mí me parece, por decir lo menos, un error, pienso que no hay una objetividad del juicio sino que esa objetividad es profundamente relativa. Uno podría preguntar por qué te interesa tal autor y no otro, y podríamos discrepar de una manera radical, porque determinada obra siempre nos toca de una manera particular, por una circunstancia especial, por las vivencias que has tenido, por las inclinaciones personal, por las lecturas que has hecho, son miles los motivos que determinan finalmente la opinión de cada uno. Entonces yo he tratado de ser muy cuidadoso, incluso en mis clases de literatura donde ha menudo se manifiestan discrepancias, aunque siempre en un diálogo muy amistoso.

Hay cosas muy discutibles, Kant reflexionó sobre este tema y dijo, bueno, resumiendo: una obra es importante porque dice algo verdadero con respecto a su objeto y porque compromete a todos. Claro, esas son dos notas muy atractivas, pero uno diría cómo se prueba que compromete a todos. Es cierto también que hay algunas obras que le hablan a una inmensa mayoría, pensemos en una sinfonía famosa o en un cuadro famoso que impresionan a todo el mundo y a todo el mundo le dicen algo distinto. Pero es muy difícil determinarlo también, pero qué pasa con representantes de otras culturas a quienes esa obra que a nosotros nos conmueve por razones histórico culturales muy definidas puede no decirles nada, entonces creo que en ese terreno hay que tratar de evitar las opiniones tajantes. Yo digo: a mí me interesa especialmente tal autor o me conmueve la lectura de este otro autor.

           Ahora, en cuanto a la escritura en Chile y las posibilidades de difusión, las librerías tradicionales van desapareciendo en favor de las cadenas comerciales, dejando al escritor que está naciendo prácticamente indefenso, pues se le complican mucho las posibilidades de dar a conocer su obra ¿Qué piensa usted de esto?

          Bueno, debo admitir que conozco poco ese problema, porque mi paso por Chile es casi siempre algo fugaz. Y aunque me relaciono con amigos de mi tiempo y algunos jóvenes, la verdad es que soy una opinión un tanto desautorizada en ese terreno, porque mi conocimiento del medio es precario. Pero recogiendo lo que usted dice, pienso que ese fenómeno –estoy pensando en general y vinculándolo con mi propia experiencia- no es sólo de este tiempo. Es posible que se haya agudizado en este tiempo, pero creo que todos los escritores en sus comienzos enfrentan esas dificultades, los editores fruncen el ceño cuando se acercan un joven con un manuscrito. Porque piensan en su proyección futura y saben que eso no siempre está garantizado. Yo creo que todos hemos pasado por ahí, a veces suelo contarle a los jóvenes las duras experiencias de mi generación, que es la del ‘50. En mi caso, mis primeros libros fueron autofinanciados penosamente porque era un maestro primario y con ingresos muy precarios, entonces hay un cierto heroísmo en este oficio, en el que uno sacrifica muchas cosas y quiere, de alguna manera, incorporarse al canto de la tribu, por así decirlo. El diálogo es con algunos amigos que afortunadamente uno cuando joven consigue rápidamente, en mi caso es muy memorable mi amistad con Enrique Lihn, que sufrió parecidos problemas. La publicación de sus primeros libros, hasta 1963, cuando se publicó "La pieza oscura", él tuvo que financiar sus obras con las dificultades que aquí se han planteado.

Otro tema que usted ha tratado en sus escritos es el de los poetas marginales ¿Podría aclarar un poco el concepto? Se lo pregunto en el sentido de que generalmente al poeta marginal suele confundírsele con el poeta maldito. Y acá está el caso de Juan Emar, Juan Luis Martínez y Omar Cáceres, por ejemplo, de los cuales usted se ha preocupado y son marginales, no así malditos.

Bueno, lo primero es aclarar el concepto de marginalidad con el que intente trabajar, y que no se refiere a esa marginalidad del personaje en pugna con la sociedad. El problema para mí parte de otra consideración que es un poco lateral, la noción marginalidad procede de las Ciencias Sociales y yo la he tomado en préstamo para calificar o para describir un tipo de situación donde un escritor, sea cual sea su origen social, porque evidentemente hay dificultades adicionales que uno debe considerar, yo me plantee esta cuestión en términos generales para decir hay escritores cuya propuesta, en un momento determinados, excede las expectativas del medio. A mí me pareció atendible y central lo que era su propuesta, entonces estos escritores cuya proposición de una obra, o desde el punto de vista del mundo que representan o de las experiencias que refleja exceden las expectativas del lector tal como se dan en un momento determinado son rechazados. Me parece que ese fue el caso de María Luisa Bombal, ella publicó sus en 1935 y 1938, y esos libros tuvieron un eco muy menor en ese momento, entonces me he preguntado ¿por qué?. Bueno, porque en ese momento los intereses de los lectores eran otros, eran una literatura criollista, regionalista, era la hora de la gran literatura regionalista, y esta proposición de una escritora cuyo mundo fuertemente interiorizado se proyectaba en sus novelas quedaba al margen y resultaba una propuesta excéntrica. Entonces se produce una marginalidad. Fue también el caso de Juan Emar, que publicó todos sus libros en la década del treinta y resultó que los tomaron como algunas cosas interesantes porque era un tipo curioso, pero nada más. Además que Juan Emar atacaba directamente a los críticos literarios con nombre y apellido. Él quedó en el olvido, se constituyó en un escritor marginal. Mi reflexión parte de una cosa muy simple: hay ciertas líneas que en momentos determinados, en la historia literaria, son las líneas centrales y hay una línea que corre paralela a ella y que llamaría los escritores marginales, a mí me parece que los poetas son siempre marginales, ¿con respecto a qué?, con respecto a las preferencias generales que son la lectura de la novela, el ensayo o el cuento, que son géneros más públicos. Me parece que el ejercicio poético siempre ha sido en gran medida marginal, en el sentido en que hemos hablado, claro está.

Tomando esto de la marginalidad, un arquitecto ha dicho que una de las observaciones que más le repiten los visitantes extranjeros de la ciudad de Santiago es que aparece como una ciudad desarticulada, armada a base de una serie de individualidades que no dialogan. ¿Con la poesía pasa también eso?

Claro, eso también pasa, pero pasa en un sentido diverso. Es cierto, no dialogan las formas arquitectónicas de una ciudad porque eso se constituye como un conjunto, pero la expresión poética es siempre una expresión fuertemente individualizada y esas individualidades chocan, evidentemente, no sólo contra otras individualidades sino que también a veces chocan contra el contexto general y eso es lo que intensifica esta noción de marginalidad tan específica en la que yo quise centrarme.

Una pregunta que puede parecer cliché ¿Para qué sirve la poesía? ¿Para qué escribe un poeta?

La verdad es que no tengo una respuesta para eso. Uno escribe por una moción del ánimo, yo creo que uno escribe también por descolocación, la gente que está feliz no escribe. Creo que es uno de los motores, ahora qué es lo que busca uno con la poesía, yo no sabría decirlo. Tengo eso sí una pequeña anécdota: un día asistió a una de mis clases, a observar, el poeta Juan Gelman, entonces uno de mis estudiantes le dijo que querría usted que en sesenta años más se dijera de su poesía. Él se descolocó un poco, y tras meditar un y dijo: no había pensado en eso, pero diría que esa persona que lee en sesenta años más un poema mío se sintiera acompañada. Y creo que eso es de lo más lindo que he escuchado y es lo que quisiera asumir como mío.

Respecto a la poesía chilena actual ¿Cuál es su visión? ¿Y qué opina acerca de que algunos plantean que la poesía escrita tras el golpe de 1973 es muy menor a lo que se escribió en los años sesenta?

No tengo una respuesta clara respecto a ese problema, no lo sé, tengo una visión quizás muy parcial de lo que ha pasado en la literatura chilena en los últimos años, particularmente después del golpe. Lo único que sí se me ofrece con gran claridad es el hecho que esos diecisiete años de la dictadura fueron evidentemente oscurecedores del proceso, fue una traba grave, han dejado una marca difícil de eliminar. Porque diecisiete años es un tiempo muy largo en esta práctica de la represión y de la censura o de la autocensura, que puede ser peor que aquélla. Fueron años a los que yo asistí un poco desde lejos o viniendo con las limitaciones que todos veíamos en eso años llenos de amenazas. Lo que sí siempre me ha sorprendido, y no sólo en Chile, el fervor por la poesía no disminuye. Ahora, yo creo que la poesía de esa generación, que comienza a escribir en los años cincuenta, constituye un conjunto de obras de gran importancia: Lihn, Teillier, Hahn, Uribe, son intelectuales y poetas de una gran calidad, pero creo que entre los jóvenes eso también se repite, en un sentido u otro, cambiando siempre lo que hay que cambiar porque los tiempos cambian. Es evidente que Juan Luis Martínez, por ejemplo, fue un escritor de extraordinario talento y que su obra tiene una vigencia entre nosotros, muy considerable. Desgraciadamente conozco poco de los escritores más jóvenes, salvo por algunas cosas que me llegan y me parecen muy apreciables y uno tiene que esperar que las aguas recuperen su cauce normal. Creo que el efecto que produce en todos nosotros la tradición poética es muy notable. Por otra parte hay poetas que están como sumergidos y que se espera que salgan al aire. Aquí está de nuevo lo marginal, en el sentido que hablamos hace un rato, yo creo que Anguita y Rubio son marginales y sus libros son de un gran nivel.

Otra limitante tiene que ver con la inexistencia de una crítica verdadera, ya ni siquiera uno aspira a una crítica, aspira a ciertos elementos de difusión. En los cincuenta las revistas y los diarios tenían muchas páginas literarias. Hoy eso no sucede salvo contadas excepciones.

Últimamente y relacionado con la crítica, producto además de un supuesto plagio, se ha hablado mucho de la intertextualidad, produciendo toda una discusión que no se había dado en los sectores literarios ¿Es, o puede ser, un palimpsesto la literatura?

Yo creo que toda literatura es intertextual, porque la noción de intertextualidad es muy amplia y la han definido muy bien los estudiosos de la nueva crítica francesa. Todo es texto en el mundo, la historia, el cuerpo, las prácticas alimentarias, etc. Es decir todo se constituye como un texto puesto que todo eso nos llega y lo leemos y lo interpretamos y lo incorporamos, así que no hay obra literaria que no reconozca un fondo múltiple al que le debe su existencia. Ahora, en materia literaria es evidente que la literatura se ha hecho con literatura, y no se entiende a Dante sin Virgilio y a Virgilio sin Homero, y finalmente el Ulises de Joyce sin todo eso junto. La noción de plagio fue una noción muy extendida en una época en que se privilegiaba el principio de la originalidad, pero la verdad es que las obras musicales, por ejemplo, pensemos en Mahler o en la pintura, o en la literatura en este caso específico, está siempre llena de citas que son punto de partida y elaboración. Lo importante es que el nuevo texto es ese espacio en el que se propone la diferencia, en que ese texto es propuesto como una diferencia.

De hecho las traducciones son, en el fondo, reescrituras.

Claro, son reescrituras porque el texto original no puede repetirse sin más, el pasarlo a otra lengua ya lo constituye en otro texto.

¿Hay un nuevo proceso de creación?

Sí, a mí me parece que la noción de intertextualidad es una noción absolutamente creadora y fundamental. Si todo es texto, si leemos el mundo como un texto, todo confluye en la nueva obra como una suma de textualidades, pero lo importante es de qué manera se establece allí diferencia.

En cuanto a su propia poesía usted ha dicho que "Noticias del extranjero" era el único libro que había escrito ¿Por qué esa apreciación?

Bueno, eso en gran medida es cierto, lo que yo he hecho es acudir a una práctica que no es mía pero que está en muchos otros autores que van recogiendo y reprocesando sus libros, porque uno está corrigiendo siempre. En el libro "Noticias del extranjero" yo recogí un verso, por ejemplo, un solo verso de un libro de 1954 que se llamó "La sangre en alto" y de repente al releer me dije yo con todo esto no quiero encontrarme pero me parece que este verso todavía es válido y lo incorporé. He hecho un trabajo continuo con los textos a los que uno vuelve y el libro citado tiene varias ediciones pero todas son distintas pues a veces he cambiado los títulos o he modificado la disposición del poema y generalmente los he acortado. Tengo una tendencia a la concentración, procedo por concentración y sobre todo por eliminaciones. Le tengo mucho temor a la palabra vacío y pongo muy a prueba eso revisando y no vacilando en sacar lo que pienso ya no dice nada. Dicen algunos amigos que esto puede convertirse en una manía que lo condene a uno al silencio, pero creo que vale la pena correr ese riesgo si se logra formular alguna idea o vivencia poética que pueda tener significación para los lectores. Que se sientan acompañados.

Pedro Lastra
YA HABLAREMOS DE NUESTRA JUVENTUD

Ya hablaremos de nuestra juventud,
ya hablaremos después, muertos o vivos
con tanto tiempo encima,
con años fantasmales que no fueron los nuestros
y días que vinieron del mar y regresaron
a su profunda permanencia.
Ya hablaremos de nuestra juventud
casi olvidándola,
confundiendo las noches y sus nombres,
lo que nos fue quitado, la presencia
de una turbia batalla con los sueños.
Hablaremos sentados en los parques
como veinte años antes, como treinta años antes,
indignados del mundo,
sin recordar palabra, quiénes fuimos,
dónde creció el amor,
en qué vagas ciudades habitamos.


(Noticias del extranjero)


Publicada en "Punto Final" N° 547 (agosto 01. 2003)




No hay comentarios:

Publicar un comentario