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jueves, 8 de abril de 2010

Jorge Cadavid / Panorama actual de la poesía colombiana


Jorge Cadavid
Bogotá, 2012
Fotografía de Triunfo Arciniegas
BIOGRAFÍA DE JORGE CADAVID

PANORAMA ACTUAL
DE LA POESÍA COLOMBIANA


ENTREVISTA CON JORGE CADAVID* 
Periódico de Poesía
Universidad Autónoma de México

 Por Fernell Tabares



¿Puede nombrarnos poetas colombianos que en su opinión estén haciendo un aporte importante a la poesía colombiana actual?

Quisiera remitirme a la reciente Antología de la poesía colombiana de finales del siglo XX que hicieron Catalina Arango y Ana Isabel Correa para la Biblioteca Luis Ángel Arango, por ser una selección rigurosa y exigente que se ciñe a los siguientes criterios: poetas que hubieran obtenido premios en concursos a nivel nacional e internacional, que contaran más de dos libros publicados y que hubieran sido incluidos en las últimas antologías nacionales (entre ellas las compiladas por Rogelio Echavarría, Henry Luque Muñoz, Fabio Jurado y Federico Díaz-Granados).
Impresiona el número tan reducido de nombres: Horacio Benavides (1949), Piedad Bonnet (1951), William Ospina (1954), Rómulo Bustos (1954), Víctor Gaviria (1955), Gustavo Adolfo Garcés (1957), Alberto Vélez (1957), Fernando Herrera (1958), Flóbert Zapata (1958), Orlando Gallo (1959), Jorge García Usta (1960), Joaquín Mattos Omar (1960), Hugo Chaparro Valderrama (1961), Jorge Cadavid (1962), Nelson Romero Guzmán, 1962), Ramón Cote Baraibar (1963), Óscar Torres Duque (1963), Pablo Montoya (1963), Gloria Posada (1967), Juan Felipe Robledo (1968), Pascual Gaviria (1962) y Felipe García Quintero (1973).
Todos estos poetas funcionan como individualidades aisladas, sin pertenecer a un determinado grupo poético o generación y que dialogan solas con la tradición y sus influencias. Años de proliferación promiscua, los ha llamado Cobo Borda. La polifonía en esta  época rompe con una tradición de movimientos dentro dela historia de la poesía colombiana.
La respuesta queda esbozada en mi antología inédita Bitácora de la diáspora como una serie de ‘cánones sueltos’, mapas móviles que vislumbran un relevo en la estética actual. Distintos rasgos definen a estas nuevas voces:
Son poetas que rinden homenaje a los maestros de las generaciones precedentes (Mito, Piedra y Cielo, Nadaísmo, Generación sin Nombre), en tiempos donde al unísono se habla de parricidio.
No plantean una ruptura con sus antecesores, sino que por el contrario los asimilan y realizan una lectura crítica de sus obras.
Son voces plurales, en las que la experimentación e innovación se ligan a la tradición: tradición de la ruptura.
No existe una voluntad de grupo, generación o movimiento, sino que conscientemente encuentran en la diversidad una configuración de mundos.
Son autores que reflexionan sobre la poesía dentro de la poesía misma.
Su actitud crítica se refleja en una desconfianza ante el lenguaje y cierta tentación por el silencio.
Tienden a una eliminación de nexos sintácticos, a una destrucción del discurso lineal así como una ruptura del yo poético.
Gustan del empleo de metáforas herméticas, de difícil interpretación, con cierta oscuridad deliberada.
Entienden la poesía como un palimpsesto. Relacionan cada discurso con los precedentes,  llegando hasta la parodia, el collage o el pastiche.
Limando las aristas políticas, los jóvenes poetas siguen siendo disidentes a su manera, en especial de toda deshumanización, venga de donde venga.
Hallan en la presencia desoladora de la poesía conversacional y coloquial una música sombría, que no otorga optimismos.
Sus posiciones ideo-estéticas aparecen catalizadas por el humor y la ironía. Creen en el desprestigio de toda utopía (religiosa, política, filosófica, científica).


A partir de los años ochenta, ¿quiénes han marcado la pauta de la poesía en Colombia? ¿Bajo qué estilos literarios?

Cinco corrientes dominantes se advierten en esta novísima poesía: la primera y más notoria es la tendencia crítica y autoirónica, en la cual el verbo descarnado y el desenfado expresivo orientan su mirar hacia lo interior, busca al hombre escindido y anónimo de la ciudad, los espacios urbanos y la enajenación del cuerpo, los asuntos domésticos y la reflexión sobre la inutilidad de la escritura. En esta línea de acción cabe mencionar especialmente a Eva Durán (1976) y Andrea Cote (1981). La figura de Piedad Bonnet (1951) marca en este grupo un derrotero.
La segunda línea expresiva la constituyen los poetas de talante clásico. Poetas que, según el crítico Óscar Torres, “Asimilan sus propios modelos, pero dentro del vasto y muy suyo panorama de la poesía universal” (La poesía como idilio, 1992). ‘Clásica’, aquí, puede entenderse como esteticista. Se ubican en esta corriente: Miguel Ángel López (Vito Apüshana, 1964, cuyas raíces se reconocen en la tradición épica Guajira, ganador del Premio Casa de América), Luis Mizar Mestre (1962), Hugo Chaparro Valderrama (1961) y Ramón Cote Baraibar (1963), el poeta más antologado y más internacional, ganador en España del premio Casa de América (2003).
La tercera vertiente es la barroca, donde el reino de la imagen prolifera en una descarga estilística de símiles y retruécanos. En este apartado se incluyen a: Juan Felipe Robledo (1968), ganador en México del premio internacional Jaime Sabines, especialista en el Siglo de Oro español, y Gabriel Arturo Castro (1962).
La cuarta tendencia que se deja apreciar es la de carácter prosaico y narrativo. Cierta obsesión por la cotidianidad lleva a estos poetas hasta los límites de la prosa, con un lenguaje escueto, de corte coloquial (este giro prosaico se presta para “sutilezas críticas”). La sensibilidad del rock toca a estos poetas. Aquí se ubican  escritores como: Óscar Torres (1963),  Ricardo Silva (1973), Juan Carlos Galeano (1958) y Carlos Patiño Millán (1961). La influencia del trabajo cinematográfico y el corte narrativo de Víctor Gaviria (1955) es significativa.
El quinto y último conjunto agrupa a los poetas que intentan solucionar el poema mediante un discurso de corte filosófico. La imagen poética sirve aquí para comunicar, argumentando, la percepción que subyace tras las apariencias sensibles. En esta corriente de extrañamiento fenomenológico, a veces metafísico o incluso místico, se reconocen poetas como: Pascual Gaviria (1972), Jorge Mario Echeverri (1963) y Felipe García Quintero (1973), ganador de varios premios internacionales, entre ellos, el Pablo Neruda en Chile.
Por su parte, el catedrático Enrique Ferrer Corredor plantea, en otros términos, estas  tendencias: la esencialista (“avanza hacia la interrogación del ser”), muy cercana a la que he denominado de corte filosófico; la transmoderna (“ha pactado con la razón y con el progreso sin descontar las perversidades de la modernidad”), correspondería a la corriente crítica y autoirónica; la cotidianista (“búsqueda del símbolo de lo cotidiano y de lo elemental”) y del vértigo (“radicalización de la ruptura de la vanguardia”), finalmente, se aproximan a la poesía de carácter prosaico y narrativo.
Ramón Cote resalta la influencia de grandes maestros en las nuevas voces: “Jorge Cadavid (1962), Catalina González (1976) y Gloria Posada (1967) han hecho una lectura provechosa de José Manuel Arango y Elkin Restrepo. Jorge García Usta (1960), Joaquín Mattos Omar (1960) se beneficiaron en sus inicios con el huracán de Raúl Gómez Jattin. Federico Díaz-Granados (1974) y Rafael del Castillo (1964) le deben mucho de su trabajo a la obra de Héctor Rojas Herazo y Mario Rivero. Luis Mizar (1962) y Felipe García Quintero (1973) a Giovanni Quessep y William Ospina.”


De los movimientos literarios y poéticos de la primera mitad del siglo XX, ¿cuáles cree que han sido más influyentes en la poesía actual?

Podría hablar del Postmodernismo y Los Nuevos como esos movimientos definitorios de nuestra actual poesía. Pero me gustaría más hablar de nombres propios: León de Greiff con todo su torrente barroco-culterano, Aurelio Arturo con su poema puro en el paisaje andino y Luis Vidales con su entrada al vanguardismo, a la greguería y al poema en prosa.
Sin embargo, en medio de la “tradición de la pobreza”, se han logrado decantar los siguientes grupos o generaciones nítidamente reconocibles por la historia misma y recogidos en sus ensayos por Juan Gustavo Cobo Borda, Henry Luque Muñoz, Rafael Gutiérrez Girardot, David Jiménez y Armando Romero, quienes rastrean su influjo en las generaciones posteriores:
Los modernistas (1910): encabezados por José Asunción Silva, Porfirio Barba-Jacob, José Eustasio Rivera y Eduardo Castillo. Luchan contra la solemnidad y la rigidez de un tardío romanticismo. Renuevan el lenguaje. Son conscientes del atraso cultural. Intentan secularizar el mundo. Enfatizan en la importancia de la lectura de la poesía parnasiana y simbolista europea. Proponen una mirada hacia fuera, son cosmopolitas. Sin embargo, el resultado fue un modernismo estético más que ideológico.
Los Nuevos (1925): conformados por León de Greiff, Rafael Maya, Luis Vidales y Jorge Zalamea. Introducen cierto espíritu vanguardista. Entienden la poesía como autocrítica y cambio. Alternan la labor política con la poesía. Su campo de acción lo encuentran en el periodismo. Suenan timbres (1926), de Vidales, marca un nuevo derrotero en la lírica nacional.
Piedra y Cielo (1930): en este grupo están Eduardo Carranza, Jorge Rojas, Arturo Camacho Ramírez y Gerardo Valencia. Les interesa más la poesía como escritura, como texto puro. Gustan del preciosismo formal y cierto academicismo. Con ellos, un tono neorromántico, de acento hispánico, vuelve a nuestras letras. Encuentran en Juan Ramón Jiménez a un maestro.


¿Cree que existan nombres en el panorama actual capaces de sentar un precedente importante como lo hicieron estos poetas?

Poetas tutelares para las nuevas generaciones: Giovanni Quessep, quien se ha convertido en el nuevo Aurelio Arturo. Su mundo renacentista, el gusto por las rimas, su anacronismo sirven como un paradigma para los que creen ver en la vanguardia más que un proceso de renovación, un camino de recuperación. Otro paradigma en esta época: Jaime Jaramillo Escobar (X-504), la figura rescatable del Nadaísmo, con poemas de enorme extensión que van del salmo a la recitación, poesía en versículos, cercana a la tradición portuguesa. En tercer lugar, el recientemente fallecido José Manuel Arango (1937-2003). Su brevedad, su exactitud y su carga filosófica. El cuarto poeta tutelar es Darío Jaramillo: su tono confesional, su atrevido coloquialismo, la llaneza de sus Poemas de amor lo han convertido en una de las voces más influyentes de la poesía colombiana. En quinto lugar, Mario Rivero y sus Poemas urbanos cercanos al collage y la parodia. En sexto lugar, Raúl Gómez Jattin (1945-1997), quien supo abordar su entorno geográfico y biográfico, cercano al Caribe. Sus poemas chocan con cierta censura de la poesía colombiana frente a un erotismo descarnado. Por último, se encuentra Juan Manuel Roca, con poemas donde el tono de denuncia política se mezcla con el onirismo de sus imágenes al estilo surrealista.

¿Podría describir una línea de tiempo donde se incluyan los hechos más relevantes del panorama de la poesía colombiana a partir de la segunda mitad del siglo XX?

Mito (1955): poetas nucleados en torno a la publicación de la revista Mito. Entre ellos están: Jorge Gaitán Durán, Eduardo Cote Lamus, Fernando Charry Lara, Héctor Rojas Herazo, Álvaro Mutis, Fernando Arbeláez y Rogelio Echavarría. Es el primer grupo con resonancia continental. Ponen en crisis a toda la tradición cultural colombiana. Sus lecturas renovadoras y subversivas contribuyen a desprovincianizar nuestra lírica dándole un tono cosmopolita, de alcance universal.
Nadaístas (1958): generación liderada por Gonzalo Arango y que reúne voces como la de Jaime Jaramillo Escobar, Mario Rivero, Eduardo Escobar, Jotamario, Armando Romero, Darío Lemos y Amílkar Osorio. Repudian la tradición lírica colombiana y reniegan de su solemnidad y purismo. Son tocados por la beat generation. Aprovechan los medios masivos de comunicación para dar a conocer su propuesta desacralizadora. El nadaísmo alcanza mayor resonancia en lo social que en lo literario.
Generación sin nombre o desencantada (1967): agrupa a Elkin Restrepo, Jaime García Maffla, Darío Jaramillo Agudelo, Juan Gustavo Cobo Borda, José Manuel Arango, Álvaro Miranda, Giovanni Quessep, María Mercedes Carranza, José Luis Díaz-Granados, Henry Luque Muñoz, Augusto Pinilla y Juan Manuel Roca. Unidos en torno a la revista Golpe de dados. No es un grupo homogéneo, la indagación temática y formal es su principal característica. Recuperan la figura de Aurelio Arturo como paradigma.


Recordando a los Nadaístas, ¿cree que en este momento se pueda estar preparando par ver la luz un estilo fuerte y marcado como éste, o cómo ve la participación de la poesía colombiana en lo que algunos llaman “resistencia”?

Nuestros tiempos modernos, postmodernos o hipermodernos no permiten nuclear un conjunto de voces, las épocas de la generaciones, grupos o escuelas han desaparecido. Aún creo que la noción misma de “género” tiende a desaparecer. Estamos permeados en esta “Era del vacío”, como la llamó Gillles Lipovetsky, por un profundo individualismo, que no acepta dioses ni dogmas, donde la figura clásica del autor muere: muerte del autor. Estamos hablando entonces de obras abiertas, no unívocas, donde la indeterminación y la fragmentación son las constantes. Estamos en una época de atomización en la que el narcisismo es roto por un estallido en la personalidad, fragmentación disparada del yo. Nuestras últimas generaciones viven una fase desencantada de eclecticismo cultural. Hablamos del agotamiento de las vanguardias y  de los manifiestos grupales. Profundos procesos seculares niegan los grandes meta-relatos, la dinámica técnica y científica rechaza toda tecnología del yo: no hay individualidad válida en  el poeta. Su narcisismo es un anacronismo.


¿Qué opina del papel de la industria editorial en la difusión de la poesía actual?

 “Es un hecho –afirma Óscar Torres– que es fácil reconocer el “círculo” que gravita sobre cada una de estas publicaciones, pero eso es mejor a que no haya ningún otro espacio para la publicación de los poemas, en un país donde, de cualquier modo, son verdaderamente escasos los espacios para la publicación de poesía”. Después de la desaparición de las colecciones Simón y Lola Guberek, Magisterio-Ulrika y Norma, sólo la Universidad de Antioquia, el Fondo Editorial Eafit, la Universidad Nacional y la Universidad Externado persisten en su gestión divulgadora. No deja de ser curioso, por otra parte, que muchos poetas se hayan convertido en narradores con gran éxito editorial. Sin embargo, es un hecho que faltan casas editoriales que apuesten por la difusión de la poesía en nuestro país así como una cultura lectora más desarrollada. Las editoriales no apuestan a la poesía porque la poesía no se vende. Es un lujo en nuestro medio que una editorial financie la publicación de un poemario y que su tiraje sea superior a los mil ejemplares.


¿Qué autores u obras recomienda para la enseñanza de la poesía colombiana a los estudiantes de hoy en día?

Recomiendo las antologías de Federico Díaz-Granados: Inventario a contraluz Antología de la Nueva Poesía Colombiana (Arango Editores, 2001) y El amplio jardín Antología de poesía joven de Colombia y Uruguay (Embajada de Colombia en Uruguay, 2005). Son antologías que arriesgan nuevos nombres, que dan un variado y curioso panorama de lo que están haciendo los poetas nacidos entre los años setentas y ochentas, entendiendo que son “obras en progreso” y que quizás, muchos de estos poetas desistirán en su intento.

Dentro de la enseñanza actual en el área de literatura, ¿cómo cree que se puede motivar a los niños y jóvenes para que lean y se animen a escribir poesía?

La poesía es, entre los géneros literarios, tal vez el más difícil de “enseñar” aun siendo la matriz de todos los géneros literarios. Y esto es así, en parte, porque los mismos maestros no son lectores de poesía y, por lo tanto, difícilmente pueden transmitir un interés y una pasión por su conocimiento y creación. Sin embargo, la poesía podría ser a la vez el género que mejor se acerque a los niños y a los jóvenes porque propone jugar libremente con el lenguaje, la sensibilidad y los significados. Es necesario desacralizar la poesía, quitarle su estigma elitista. El maestro debe perderle el respeto y el miedo que la hace ver como una forma hermética a la que sólo acceden los exegetas. Esto implica que el maestro debe estar informados sobre lo que hacen los nuevos poetas, quienes ya han roto con el tono grandilocuente, acartonado, retórico de la poesía de finales del siglo XIX. La poesía hoy en día le habla al hombre común, se acerca a las mass media, su discurso se aproxima a la comunicación cotidiana y trata de lo que le pasa a cualquier ser humano. El maestro debe hacer de la lectura de poesía una rutina diaria, leerles de forma oral a sus alumnos, volver a los talleres de creación literaria, en la medida de lo posible, invitar a los propios poetas a las clases, motivar a sus estudiantes a entrar a los grandes portales de poesía en Internet, propiciar el desarrollo de publicaciones escolares.



¿Qué escritoras destacaría en el contexto actual de la poesía colombiana?

Después de María Mercedes Carranza y Piedad Bonnet, habría que destacar las voces de Gloria Posada, Eva Durán, Amparo Osorio, Catalina González, Andrea Cote y, finalmente, Francia Elena Goenaga con su particular y bello poemario titulado Los ojos sin tierra, poemas sobre retratos de monjas del barroco de Nueva Granada.


¿Qué bibliografía recomienda a los maestros de literatura colombiana para la enseñanza de la poesía?

Además de leer mucha poesía, yo recomendaría leer los ensayos de Juan Gustavo Cobo Borda reunidos en dos libros: Historia de la poesía colombiana siglo XX (Villegas Editores) y La historia portátil de la poesía colombiana (Tercer Mundo Editores). Y, por supuesto, el libro editado por Casa de Poesía Silva, Historia de la poesía colombiana. Añadiría a esta lista tres textos canónicos: Las palabras están en situación, de Armando Romero, Visión estelar de la poesía colombiana, de Eduardo Carranza y  La generación desencantada, de James Alstrum.


¿Podría darnos su opinión acerca de la crítica literaria hoy en Colombia?

La crítica en Colombia es un ejercicio limitado, poco cultivado. Nombres como Armando Romero, Henry Luque Muñoz, Cobo Borda, Guillermo Linero o David Jiménez gravitan en solitario. Es curioso, sin embargo, que nunca antes la poesía colombiana hubiese sido tan editada en el exterior como en estos últimos años. Es como si la crítica fuera siempre un paso atrás de la poesía, entendiendo que pensamiento crítico y creación deberían ir de la mano, dos flores de un mismo tallo. Por eso no es extraño que sean los mismos poetas los que asuman la tarea del crítico.
 




* Esta entrevista fue publicada originalmente por la revista virtual El educador de editorial Norma.






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