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lunes, 6 de febrero de 2012

Boris Izaguirre / Hay Festival 2012

Boris Izaguirre

LITERATURA Y FARÁNDULA
CRÓNICA LIGHT


Boris Izaguirre presenta una crónica de su paso por el Hay Festival 2012

Cartagena de Indias

El Tiempo
3 de febrero de 2012

Una picante crónica del escritor hispano-venezolano que estuvo muy activo en edición del festival.


Es terrible que un escritor caribeño no conozca Cartagena de Indias. Porque significa que no estamos educados para aceptarnos, para sentirnos cómodos y felices en nuestro universo de colores, emociones, mezclas permanentes. Como escritor y como latinoamericano he estado a la deriva porque no he conocido antes este lugar que tiene de todo. Un mucho de Sevilla, pero con todo un océano dentro que deleita la mirada y termina por acercar a ese Miami que siempre termina por identificarnos. Pero gracias a la sofisticación intelectual y social del Hay Festival, Cartagena ha sido para mí como un Hampton literario. Los Hamptons son una serie de enclaves híper elitistas en la costa este de Estados Unidos, a media hora de Manhattan, donde se reúnen aristócratas con tecnócratas, celebridades con delincuentes financieros, escritores de best sellers con los dueños de sus casas editoras. En Cartagena, al menos durante el Hay Festival, pasa un poco de eso, pero con todo el calor, sudor y color del trópico.
         El centro neurálgico es el Hotel Santa Clara. En una misma tarde puedes pasar de observar cómo Nélida Piñón y el actor Diego Luna se maravillan de conocerse, a ver a Silvia y Carlos Fuentes deslumbrar a fans y fotógrafos antes de recibir al Presidente de la República en su casa de Cartagena. Nélida es profundamente coqueta y seductora, mira a través de sus ojos con la agudeza de la escritora, pero también con la picardía de una estrella de un vodevil. Sabe qué decirle a cada persona en todo momento. "Eres luz", le comunica a Diego Luna, que toma sus manos en las de él y le devuelve el cumplido con una adorable sonrisa. Dos monstruos juntos, dos seductores disfrutando la mutua seducción. Alrededor de ellos se mueven fans disfrazados de lectores, periodistas vestidos como estrellas y estrellas sociales deseosas de tenerles en cualquiera de las fiestas que se reproducen sin aviso en toda la ciudad.
          Para los escritores que venimos de España, descubrir Colombia, a través de Cartagena, en estos momentos de desdibujamiento del "sueño español", es particularmente irónico. Antes veníamos con aires de superioridad, ahora insistimos en parecer inversores, solo que provenientes de un país sin dinero. Durante muchos años, Colombia y demás países de Latinoamérica vinieron a buscar trabajo en la España nueva rica. Muchos de esos colombianos han regresado para no dejarse tragar por el pavoroso desempleo en España. Incluso, alguno ha quedado primer finalista del exitoso programa televisivo Yo me llamo interpretando a Nino Bravo, un cantante español que lleva mas de 40 años muerto. En Cartagena, muchos escritores en el Hay no se atreven a hacer estos paralelismos, no es lo suficientemente intelectual. Pero es una verdad: en la Colombia de hoy renace un español de los años 70 y los españoles en crisis creen redescubrir el Dorado.
          Parte de esa atmósfera de prosperidad es también la etérea cadencia de nuestros movimientos en el Santa Clara, degustando ceviches con Nélida y Sergio Ramírez, o desayunando bajo un sol mañanero y ardiente con Javier Moreno en el patio del hotel. "Esta es la ciudad más linda de España", confiesa el director del diario El País, mientras voy narrándole la escandalosa noticia del árbitro Óscar Julián Ruiz, denunciado por acoso sexual por otro árbitro, Mauricio Sánchez. "Cuando la vi en la televisión", le explico a Moreno, "pensé que ponían esta noticia para darme la bienvenida".
          La intervención homofóbica de otro árbitro, señalando la homosexualidad como una "enfermedad extendida en el mundo del arbitraje colombiano", no hace más que convertirme este escándalo entre caballeros, que pertenecen a uno de los bastiones más intocables del machismo, en todo un símbolo de la prosperidad que atraviesa Colombia. Cuando la gente se fascina por un escándalo que airea intimidades es porque no está preocupada ni por la economía ni por la política. Durante los años que fuimos ricos en España fue cuando más programas de escándalos y chismes se produjeron en su televisión. Hablar de los demás significa que has subido en la escala social. Que puedes atravesar los muros de la ciudad colonial en Cartagena e ir de fiesta en fiesta, almuerzo en almuerzo y, ojalá, de alcoba en alcoba.
          Eso prácticamente es lo que hice en el Hay en esta primera visita. Impulsado por mis dos conferencias, una junto a la divinísima Carmen Posadas y Roberto Pombo, lo primero que percibí era que encabezamos uno de los carteles más "gomelos" del festival. Mientras Carmen y yo firmábamos nuestros respectivos libros, una de las asistentes daba órdenes a su chofer para que la buscara en la "puerta, no en la calle, del Claustro de Santo Domingo. Yo no espero en la calle, espero en la puerta", sentenciaba ante su celular. Carmen y yo no paramos de firmar, ni siquiera cuando la misma dama le preguntó sobre su edad. A veces ser gomelo confiere una autoridad para todo. Que en realidad es altamente fascinante. Estoy seguro de que buena parte de nuestra audiencia disfrutó de nuestro discurso sobre el mestizaje y el chic, dos de las características que han marcado nuestras existencias en España. Pero también sostengo que lo que más les gustaba era que muchas veces hemos salido en Hola.
           No me equivocaba, al día siguiente era recibido en la fiesta del matrimonio Eder; impecables, Anna y Henry, como si Venezuela al fin hubiera encontrado el antídoto al vociferante repertorio chavista. La señora Eder me enseñó su casa con parsimonia y afecto. "Normalmente este es territorio de chinchorros, una colección bellísima, pero ahora los he quitado para recibirles". De pronto hablamos del azúcar, entendiendo que es parte del negocio familiar. "El azúcar es maravillosa. Y engloba todas las culturas.
            Nosotros somos de origen canadiense, un país que no necesariamente se asocia al azúcar. Pero es que hay importantes plantaciones de azúcar en Suecia, sí, a escasos kilómetros de Estocolmo". Pensé que esa era también una de las magias del Hay Festival: descubrir que hay azúcar en el corazón de Escandinavia. De la casa de los Eder, con las buganvilias más maravillosas que jamás haya visto, divinamente colgando por encima de las cabezas de Diego Luna y de Marcos Giralt y del presidente Belisario Betancur, salí caminando hacia el restaurante donde Planeta agasajaba a sus autores.
           Debo confesar que siento una poderosa atracción hacia Juan Esteban Constaín, por su juventud, porque es pelirrojo y porque siempre está dispuestoa a reírse de todo. Por supuesto que hablamos de los árbitros, pero lo que de verdad nos enganchó era indagar cómo el Hay Festival es en realidad un encuentro para que los escritores se sientan millonarios. Uno puede disfrutar de conversaciones cada vez más amplias, mezclando a la perfección banalidad, información y descaro y luego escucharnos cómo convertimos todo eso en conferencias.
          Rafael Osterling, el bellísimo cocinero peruano, que sería el intérprete perfecto para Alfredo, mi cocinero de ficción en Dos monstruos juntos, porque tiene esa virilidad moderna que gusta a ellas y a nosotros. Y ese aspecto que lo convierte en el mejor de sus platos. Pero la revelación de la comida fue Jaime Espinal. Con Jaime me trasladé a través de las calles más congestionadas de la ciudad amurallada, repletas de gente, animales, ventas de todo tipo, ruido, sol, librerías y restaurantes con las cocinas prácticamente en las aceras. El escenario que Jaime debe atesorar en su cerebro. Juntos llegamos a 'Hollywood', la inaudita playa de Cartagena. "Es la playa más fea del mundo, pero también la más divertida", matizó una amiga española. Kike Sarasola, que nos esperaba allí, terminó de describirla. "Puedes comprarte un apartamento en Miami, un collar de cuentas para un surfista, una metralleta usada y un coctel de camarones sin moverte de la toalla". Nunca había visto olas más negras y tal variedad de bañistas. No solo en físico, color de ojos y pelo, sino en género humano. Heteros con homos y trans, conservadores, liberales, monárquicos y republicanos. "Por eso la llaman 'Hollywood', mi niño", explicó Jaime. "Porque no tiene nada que ver con Hollywood".
          Como en el Hay todo es trasiego, Kike nos llevó a su casa otra vez detrás de los muros. Para Jaime y para mí era la oportunidad de ver una de esas casas de superricos. Pedro, el mayordomo de Kike, se convirtió en nuestra "nueva persona favorita". Discreto, eficiente, sonriente, va enseñándote la casa y sus patios y habitaciones. Hasta que subes a uno de los tejados donde te deja solo para que asistas de nuevo al verdadero espectáculo: las sinuosas formas de los edificios bajo el cielo azul y delante del mar y sus olas. Las copas de los árboles cargadas de frutos, flores y animales. Cúpulas de iglesias mezcladas con el mármol de las fachadas, esos colores sevillanos, o de Siena defendiéndose del salitre y la música caribeña. Los anuncios de locutorios y centros de narcóticos anónimos.
           Esa noche, Kike iba a hacer de las suyas: una visita a la casa de su amiga Chiqui, que es una colección de jardines sucesivos con las especies más increíbles de vegetación. Cena con poquísima comida en Don Juan, el restaurante chic de la ciudad. Nada de alimentos, pero muchísimo vino blanco, fotos de casas con 1.200 metros cuadrados de jardín y saludos incesantes a mujeres divinas y a Carlos Vives, la leyenda del vallenato. Salí a la calle para ir a otra fiesta en la librería Ágora. Y allí me esperaba Janne Teller, la autora de la indispensable Nada. Teller es una danesa altísima y hermosa. Y seguramente sea la nueva Isak Dinesen. "Me han dicho que en dos días te has aprendido la ciudad", me dijo durante el coctel en Ágora. Otro momento cumbre en el Hay, conoceer a una persona que te hace sentir mejor ser humano.
          Teller posee elegancia, en su voz, su trato, su andar. Juntos recorrimos el corto pero fantástico espacio entre la librería y el Santa Clara, con las flores de una boda reciente expuestas a las puertas de la iglesia, los turistas americanos bailando cumbias como si fueran salsa. Unos caballeros musculosos ojeándonos como si fuéramos una pareja flexible. Pescadores ofreciendo tiburones en la noche cerrada. Helados caseros vendidos por una mujer enorme con ropa minúscula. Janne y yo decidimos no hablar. Porque lo habríamos hecho sobre literatura, cuando sabíamos que estábamos delante de lo que nunca sabríamos describir.

Boris Izaguirre
Especial para EL TIEMPO




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