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sábado, 11 de diciembre de 2010

Patricia Highsmith / Ultimo adiós



Último adiós a Patricia Highsmith en Suiza

Sus amigos escritores, editores y vecinos exhuman sus cenizas en la aldea de Pegna

La escritora estadounidense Patricia Highsmith, fallecida el pasado 4 de febrero, ha dejado una profunda huella en las personas que lograron entrar en su círculo privado. Más de un centenar de amigos editores, artistas, escritores -entre ellos su editor español, Jorge Herralde; junto a Liz Calder, Elizabetta Sgarbi, Olivier Nora, Daniel Keel y Peter Rüedi- y vecinos le rindieron ayer un homenaje en la iglesia de Pegna, cantón suizo italiano de Ticino, donde la creadora del célebre Ripley pasó los últimos siete años de su vida y en cuyo cementerio reposan desde ayer sus cenizas.
Como preludio del homenaje que, con música de Bach y Mozart de fondo, se celebró a las tres de la soleada tarde, en torno a una mesa del restaurante Allá Cantina, sus principales editores europeos, amigos de la infancia venidos desde Estados Unidos y algunos escasos vecinos con quien entabló una profunda amistad, dibujaron un semblante de la novelista muy distinto del frío y huraño perfil que había transcendido a sus incontables lectores.Patricia Highsmith era ante todo amiga de sus amigos. Vivian de Bernardo, vecina de Pegna y miembro de su círculo más íntimo, se lamenta del vacío que ha dejado en su vida: su poderosa presencia "causaba una gran impresión en la gente que la conocía". Tanto como escritora como en su vida privada, Highsmith vivía sus sentimientos y no hablaba de ellos.
Celosa a ultranza de su vida privada, la escritora murió el pasado 4 de febrero, víctima de una leucemia. Se fue tan discretamente como vivió sus 74 años. Su vida consistía en escribir y no en hacer vida social. "Debido a su aislamiento, su mente no estaba contaminada por la moda, los convencionalismos o las inhibiciones".
Un caballo salvaje
"Era como un caballo salvaje indomable", dice De Bernardo. Pat, como la llaman sus amigos, estaba interesada esencialmente en dar una respuesta moral al poder y a la violencia. "Leía el Herald Tribune como si fuera la Biblia, como un medio de tocar la trascendencia, una forma de conectar con aspectos y signos situados más allá del alcance de la conciencia individual", apunta. "Llegar a conocerla era como jugar al gato y al ratón."
Cuenta su editor alemán, Daniel Keel, con quien le unía una larga amistad, que la autora de Extraños en un tren se había negado a que tomaran fotos de su casa solitaria -blanca y en forma de cubo- y su jardín, para que ningun turista pudiera reconocerla ni merodear en los alrededores o perturbar la vida de sus compañeros favoritos de viaje: los caracoles y los gatos.
Highsmith abandonó Estados Unidos en 1963 para instalarse en Italia primero y más tarde en el Reino Unido y Francia, antes de anclar definitivamente en. Suiza. Una amiga de la infancia dice que "se sentía orgullosa de su país, pero detestaba su cultura". Llegó a la región del Pedemonte aconsejada por otra amiga de la infancia y fue en Pegna, un pequeño paraíso de unos 200 habitantes situado a cinco kilómetros de Locarno, en la ribera del lago Mayor, donde se instaló hace siete años.
Un amigo cuenta que no le gustaba viajar, pero "por sus dibujos te das cuenta que había estado en todas partes", añade Keel y es que el editor alemán, pocos días antes de la muerte de la escritora, descubrió en su casa un auténtico tesoro: un baúl lleno de dibujos y acuarelas. Highsmith "con una gran lucidez y memoria" repasó a través de ellos toda la historia de su vida y la selección de paisajes, retratos y gatos que hizo aparecerá próximamente recogida en un libro que, junto a relatos y ensayos inéditos, será la obra póstuma de la escritora, autora de más de 20 novelas y siete libros de relatos.
Para relacionarse co sus amigos prefería la correspondencia por carta. Olivier Nora, su actual editor francés, evocó la numerosísima correspondencia -dos o tres cartas semanales durante más de 30 años- que Highsmith mantuvo con su viejo editor y amigo Alain Oulman, director general de Calmann Levy y fallecido hace cinco años.
Sin duda, los problemas que tuvo la escritora en Francia, donde vivió más de una década, para obtener una línea de teléfono contribuyó a esa copiosa correspondencia y fue motivo de inspiración de algunas de sus obras. En sus cartas a Oulman, la escritora le pide su intervención, ¡incluso ante el Eliseo!, para que resuelva sus problemas telefónicos. "Muchas gracias por tus esfuerzos para conseguirme una línea...", le dijo. "Francia está sin duda en un mal camino en lo que se refiere a los teléfonos, pero sobrevivo aquí utilizando el correo...", dijo la autora desesperada.
A Highsmith le desesperaban las películas que se hicieron sobre sus libros. No soportaba las encarnaciones que vio de sus personajes. La única que le gustó fue A pleno sol, adaptación de Mister Ripley, dirigida por el francés René Clement y con un Alain Delon muy joven. Pedro Almodóvar estuvo a punto de filmar su obra favorita, The tremor of forgery, pero el "lirismo y la falta de acción" desaconsejaron la elección del director español", señala Keel.
Jorge Herralde, director de Anagrama, que ha publicado casi todas sus novelas en castellano, también presente en el homenaje, rememoró la primera visita de la escritora, a comienzos de los ochenta, a España y en concreto al festival de cine de cine de San Sebastián, donde tras vencer la primera impresión que le causó, "un tanto huraña", horas después, ya de noche, se rompió el hielo "y Patricia se convirtió en la reina del festival, eclipsando a stars y starlettes, y firmando más autógrafos que nadie".


Ripley estuvo allí


Ha pasado más de un mes desde que murió Patricia Highsmith y es difícil acostumbrarse a la idea de la ausencia. La muerte era, en sus novelas, algo habitual, obligado, el origen o el fin de muchos de sus libros. Pero, claro, lejos de la ficción, la muerte es algo muy distinto. Duro, cruel. ¿Qué consuelo encontrarán sus amigos? ¿Qué se habrá hecho de su gata Charlotte?
Amigos y editores se reunieron ayer en Suiza para homenajearla. El adiós definitivo. Era allí donde vivía en soledad, lejos de su país y casi lejos de todo. Al margen. Sola con sus gatos y sus pocos amigos. Con sus cigarros, su alcohol y su inquietante mundo literario.
Quedan sus intrigas, sus personajes, las excelentes novelas que sin duda se seguirán leyendo. Los lectores de Highsmith saben, sin embargo, que les costará hacerse a la idea de vivir sin nuevas entregas de Ripley, el más característico de sus personajes. Se le vio en Tánger por última vez. ¿Dónde estará ahora?
Contaba ella que la idea de Ripley le vino durante un viaje por Italia. Estaba en Positano, en un hotel junto a la playa, y eran las ocho de la mañana. Salió a la terraza y, mientras la bruma cubría todavía la playa, vio a un hombre joven, solo, que caminaba con una toalla de baño a la espalda. A Highsmith le inquietó el personaje. ¿Por qué estaba solo en la playa a aquellas horas? ¿Quién era? ¿Qué había hecho? Desde aquel preciso instante, sin que él lo supiera, aquel hombre se convirtió en Ripley.
Seguro que Ripley estuvo ayer en el homenaje a Patricia Highsmith, mezclado entre los amigos, con aquel aire inquietante de Alain Delon, la mirada oculta tras unas gafas negras, el cuello de la gabardina alzado y una sonrisa difícil de definir. A medio camino entre. la ilegalidad y el descaro. Ripley, ayer, no podía faltar.




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