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lunes, 14 de noviembre de 2011

María Antonia García / Colombia arrancó su primavera educativa

Flower Coctail
Ilustración de Bansky
María Antonia García de la Torre
COLOMBIA ARRANCÓ SU PRIMAVERA EDUCATIVA

elmundo.es
12 de noviembre de 2011_04:53

Desorden, tergiversaciones, mentiras, infiltraciones, violencia: en esas cinco palabras se ha resumido la relación entre los estudiantes y el Estado colombiano desde los años 70. Pero ayer, por primera vez en décadas, las universidades públicas y privadas se unieron para mejorar ese matrimonio tormentoso entre los jóvenes y el Gobierno.
El jueves pasado marcharon unos 600.000 estudiantes en todo el país, buscando tumbar una reforma a la Ley 30 que disminuiría aún más la subvención estatal a la educación pública y conduciéndola -dicen los que tomaron la vocería- camino de una privatización inminente. En plata franca, estamos hablando de que más ricos seguirían acaparando la mejor educación (la privada) y cada vez más pobres se quedarían por fuera de una educación ya de por sí escasa y deficiente (la pública).
La protesta buscaba, no solo reivindicar sus banderas, sino por romper el estereotipo de los jóvenes encapuchados que les lanzaban bombas molotov a la policía antimotines. Algunos medios ya preparaban las frases de siempre, al estilo "Disturbios en la Avenida 30 por protesta de estudiantes de la Universidad Nacional", pero tuvieron que cambiar sus titulares cuando vieron que no lanzaban "papas" bomba ni recibían gases lacrimógenos en esos clásicos encontrones con la policía. El 26 de octubre se fueron en desbandada hacia los policías... y los abrazaron. Otros estudiantes se ponían como escudo humano para proteger a los antimotines. Los opinadores se quedaron locos frente a cientos de miles de estudiantes que marcharon, en su inmensa mayoría, de manera pacífica.
Algunos, acostumbrados a descalificar las manifestaciones por principio, y fieles a sus estereotipos del "estudiante revoltoso" se dedicaron a criticar las pintadas que los marchantes dejaron a su paso. Y del contenido de la protesta no dijeron nada. Otros saltaron de sus asientos indignados porque unos "chicos holgazanes" exigían educación gratuita sin tener derecho a ello. No sobra recordar que un soldado le cuesta al Estado cuatro veces más que un estudiante. Tenemos el ejército más temible de Latinoamérica... y la educación más inequitativa.
Y mientras políticos e informadores seguían con sus estereotipos, los estudiantes marcharon, y demostraron organización, civilidad, respeto, inteligencia. En dos meses pusieron al gobierno en jaque, a la ministra de Educación al borde de la renuncia y al presidente Santos a darles "su palabra" de pedir que se retirara el proyecto de reforma a la ley 30. Ellos saben que les costó mucho armar un movimiento a nivel nacional y no se conformaron con la palabra del presidente: siguieron con el paro de modo indefinido.
El punto no es solo esa reforma, está en juego la protección de un sistema educativo enclenque frente la arremetida del tratado de libre comercio recién aprobado con EE UU, frente a una educación clasista y racista hasta los tuétanos: su propósito radica en idear y poner en marcha una forma de enseñar y de aprender totalmente distinta. Que la educación no sea un privilegio de la élite y una lotería para los pobres. Que ese 50% de colombianos que no se gradúa de secundaria -según estimaciones del movimiento estudiantil, Mane-, supere ese estadio y logre acceder a una educación universitaria.
El empujón que envalentonó a los estudiantes colombianos pudo provenir de Chile, pudo nacer en la primavera árabe, es difícil decirlo, pero lo cierto es que un puñado de estudiantes está sentando las nuevas bases del sistema educativo colombiano. Que no es poco: somos el tercer país más desigual del mundo. Donde unos pocos son dueños de casi todo. Donde los blancos siguen dominando a los indios y a los negros. Donde las presentaciones en sociedad incluyen enumerar los dos apellidos, el colegio de proveniencia y el barrio de residencia.
Hay barrios de blancos y barrios de negros, incluso ciudades blancas y ciudades negras. Y en medio de esta especie de "apartheid" latino, millones de niños y jóvenes aprenden -unos- a segregar y -otros- a ser discriminados, con el destino marcado desde la cuna.  Y sólo el acceso masivo a los libros, a los mapas, a Internet, a otros idiomas, puede romper los barrotes de una sociedad que solo sabe ser feudal. Para muestra, un botón: el ex vicepresidente de Colombia -y pariente del actual presidente- Francisco Santos, relató estupefacto que faltaba liderazgo en el Palacio de Nariño y que los estudiantes le estaban "midiendo el aceite" (poniendo a prueba) a Juan Manuel Santos.


Alcanzó a aventurar su propia solución recordando la actitud represiva del anterior gobierno: "hay que meterles voltios a esos muchachos". Se refería a acallar las marchas aplicándoles descargas eléctricas a los estudiantes y arrestándolos. Su propuesta demuestra que es mucho lo conseguido por estos jóvenes, pero también que es largo el camino. En la mañana del viernes ofreció disculpas, pero el daño ya estaba hecho. Mañana será otro día en ese país con un índice de lectura de menos de dos libros al año. El pulso no es entre jóvenes y autoridad. Es entre una sociedad estratificada y una sociedad equitativa.

María Antonia García de la Torre
Periodista colombiana. Escribe para El Mundo y para medios de América Latina como El Espectador. En twitter es @caidadelatorre.


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