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martes, 27 de septiembre de 2011

Esteban Carlos Mejía / A que te casco, ratón


Esteban Carlos Mejía
A QUE TE CASCO, RATÓN
El Espectador, sábado 27 de agosto de 2011


Mi amiga Isabel Barragán volvió a cumplir 33 añitos el 11 de julio. Increíble: no le pasa el tiempo. Su figura es inmejorable, ni un gramo de grasa, sólo músculos, bellos músculos, pura fibra, y la piel tostada y los ojos verdes siempre resplandecientes y los labios repolluditos. ¡Vade retro satana!
Me la encuentro en la puerta del gimnasio de la universidad donde enseña literatura aplicada, mitad ficción, mitad realidad. La sudadera se le pega al cuerpo, vibrante como cuerda de violín bien temperado, y... Mejor la saludo. “¿Mucha elíptica o qué?”, digo. “Artes marciales”, responde con firmeza. ¿Hapkido? ¿Kung fu? No averiguo. “¿Estabas combatiendo?”. “Sí, con mi marido”, dice y se le ilumina la sonrisa. “Lo casqué”. “¿Lo cascaste?”. “Por supuesto”. Me quedo perplejo. “¿Y eso?”, digo. “Es que friega mucho, es muy necio y manipulador”, contesta sin que le tiemble la voz. “Cuando se quiere hacer la víctima, lo hace perfectamente. Si le casco es porque se la ganó, por joderme tanto”.
Se pasa la mano por el pelo mojado. “Ustedes, los hombres”, dice con énfasis, “para molestar están solos, son muy necios, y cuando se deciden a fregar a una mujer no los para nadie, son insoportables,  agresivos y nos provocan reacciones que no podemos controlar”. “Pero tu marido es un alma de Dios”, digo, pensando más en mí que en él. “No hace milagros porque le da pereza”. “¿Y aún así le pegas?”. Se ríe: “Sólo acá en el gimnasio”. Me río  también: después de todo la vaina no es conmigo.
Cambio de tema. “¿Y qué estás leyendo?”. Abre el morral y saca Todos los nombres. “¿Te encaprichaste con Saramago?”. “¿Por qué no? Yo leo lo que me da la gana”. Agacho la cabeza. “Es una novela sobria, laberíntica, con un protagonista, don José, absolutamente conmovedor”. Me muestra algunos párrafos, resaltados en amarillo. “Tiene una trama sencilla y efectiva. Cuando la leí por primera vez, hace como doce o trece años, lloré a moco tendido, sin saber por qué. Ahora, no pude dejar de asociarla con El proceso, de Franz Kafka, o con El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Con De senectute, de Norberto Bobbio, en sus pasajes más íntimos. Y con Borges, todo”. “¿Borges?”. “Sí, la Conservaduría General del Registro Civil, epicentro de Todos los nombres, es una Babel. Y Babel, para mí, es Borges”. Agrega con picardía: “Saramago maneja su sarcasmo”. “¿Mujeres que le pegan a hombres?”. Guarda el libro: alcanzo a ver su cinturón negro de karate. “No fregués o te casco”, dice, seria como una víbora, bendito sea mi Dios.




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