Silvia Tomasa Rivera
DUELO DE ESPADAS
Mi padre está haciendo unos muebles
para la casa, y pasa todo el tiempo en el aserradero;
eso nos da margen a mi hermano y a mí
para adentrarnos en el campo.
Seguimos el camino de las arrieras
hasta llegar al lindero.
Ayer vimos una víbora de cascabel,
estaba enroscada y mi hermano la mató con un palo.
Yo no dije nada, pero sentí que los orines
me bañaban las piernas.
Regresamos a casa antes de que oscurezca,
porque si te agarra la noche en el camino
puede pasarte todo,
hasta que la bruja te lleve
en su escoba de malvas, rumbo al río.
Estamos de fiesta en un rancho cercano,
llegamos a caballo y nos reciben
con cervezas y agua de tamarindo.
Es la boda de Rosa Pecero,
aquí venimos el año pasado
cuando Rosa cumplió 15;
ahora está toda de blanco en lo que llaman
el umbral de su vida.
Apenas sale, los jaraneros empiezan a trovar,
las muchachas la rodean,
tienen una gota de envidia en los ojos.
El novio Cipriano no se acerca para nada,
debajo de un mezquite, sólo toma cerveza.
Vino mi abuelo a visitarnos
y le trajo a mi hermano un rifle
para matar conejos. A mí no me dio nada,
yo soy la mayor pero soy mujer.
Mi hermano no me habla desde que carga el rifle,
tiene 10 años y yo 12.
Pobre hermanito, por andar correteando perdices
se cayó de la yegua, montaba a pelo
y la reata que le servía de rienda
se le enredó en un pie;
la bestia lo arrastró entre los huizaches.
Se lo llevaron al pueblo en una camioneta,
tiene tres días en el hospital y no sale.
Mi madre no hace más que llorar y ver la carretera.
María es todo,
lava, plancha y nos enseña aritmética.
Es como la segunda madre,
ahora está embarazada.
Mientras lava en la piedra, le pregunto:
"¿Cómo se va a llamar el niño, María?"
"Flor de Lis".
"¿De dónde sacaste el nombre?"
"De la radionovela", dice.
Mañana es domingo, domingo de ramos.
Tantoyuca, desde lo alto de la carretera,
parece una corona de zempazúchil.
"¿Vamos, María?". Ella ríe.
y su risa suena
como piedritas arrojadas al agua.
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